Recordemos a Li Wenliang
Por Julián Schvindlerman
The Times of Israel – 4/4/20
The Times of Israel – 4/4/20
Ahora que el Coronavirus ha cruzado la marca del millón de infectados y de cincuenta mil muertos, que ha forzado a más de 3.5 mil millones de personas a vivir en cuarentena, que ha dañado gravemente a la economía mundial, que tiene al mundo entero en vilo ponderando con angustia sus secuelas potenciales, y que ha transformado nuestras vidas de manera todavía inentendible; ahora entonces quizás sea el momento adecuado para honrar al joven médico chino que intentó advertirnos del apocalipsis que se avecinaba… y que fue inconcebiblemente silenciado por el gobierno de Beijing.
De apenas treinta y cuatro años de edad, a fines de diciembre pasado, el médico Li Wenliang detectó los primeros síntomas del Covid-19 en siete pacientes internados con diagnóstico similar al SARS y en una paciente que atendió en el Hospital Central de Wuhan, y de la cual se contagió mortalmente. Alertó a colegas suyos de la gravedad del brote y recibió a cambio una reprimenda de las autoridades estatales chinas. La policía lo detuvo, lo acusó de esparcir rumores y le obligó a firmar una declaración de arrepentimiento. La prensa oficial le descalificó a él y a sus colegas profesionales con el mote de “los ocho chismosos”. En diálogo online con The New York Times el 1 de febrero, Li declaró: “Si los funcionarios hubieran divulgado antes la información referente a la epidemia, creo que todo habría sido mucho mejor. Debería haber más transparencia y apertura”. Falleció a los pocos días.
Su muerte disparó una oleada de indignación -desde Hong Kong hasta San Francisco- y empujó al gobierno chino a reaccionar. La Corte Suprema criticó a la policía de Wuhan por sancionar a los médicos que hicieron sonar la alarma: “Podría haber sido algo afortunado para contener el nuevo coronavirus, si el público hubiera escuchado este ‘rumor’ en ese momento”. La Comisión Nacional de Supervisión dictaminó que el castigo a Li fue “irregular” e “impropio”. Hu Xijin, el jefe de redacción del Global Times (controlado por el Estado), escribió: “Wuhan realmente le debe una disculpa a Li Wenliang”. Prontamente, el Partido Comunista Chino emitió una “disculpa solemne” a la familia del médico y aseguró que había disciplinado a los dos policías implicados en el asunto. Como es habitual en los estados totalitarios, Beijing pretendió acotar las responsabilidades a dos oficiales menores. Pero es un hecho que el gobierno de Xi Jinping “esperó diecisiete días críticos antes de compartir la secuencia del genoma Covid-19 con otras naciones” tal como afirmó el bufete norteamericano The Berman Law Group en una demanda colectiva federal contra la República Popular de China, la provincia de Hubei y la ciudad de Wuhan.
En una columna reciente en The Wall Street Journal, Chris Jacobs propuso que la Casa Blanca otorgue al Dr. Li Wenliang la Medalla Presidencial de la Libertad. En su visión, “Otorgar la Medalla de la Libertad a Li Wenliang reconocería el papel de la libertad de expresión en el mantenimiento de una sociedad saludable y serviría como un tributo adecuado al papel que millones de otros socorristas están desempeñando en esta pandemia”. Creada en 1963, ha sido dada póstumamente a Martin Luther King, Juan XXIII y Anwar Sadat entre otras figuras mundiales, así como al propio John F. Kennedy, su creador. Las Naciones Unidas podrían tomar la posta de esta iniciativa y reconocer al Dr. Li de algún modo prominente. Ahora que China le ha concedido el máximo honor posible que se confiere a ciudadanos que mueren sirviendo al país, al declararlo “mártir”, no debería haber objeción por parte de Beijing. Al fin de cuentas, como observó Frank Sieren en Deutsche Welle sobre Li: “No era un denunciante idealista a la Julian Assange. No era un disidente. Ni siquiera era político. Era simplemente un médico haciendo su trabajo”.
El Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia, establecido en 1988 por el Parlamento Europeo, sería otro buen reconocimiento al médico chino, que le aseguraría un lugar en la memoria colectiva junto a otros destacados premiados como Nelson Mandela, Osvaldo Payá y Malala Yousafzai. Otros países podrían seguir la estela y honrar de manera similar con sus más altas distinciones nacionales a este profesional ejemplar que pagó con su vida, y casi con su reputación, por intentar dar aviso temprano de la peor pandemia en más de cien años que ha azotado a la humanidad.
De apenas treinta y cuatro años de edad, a fines de diciembre pasado, el médico Li Wenliang detectó los primeros síntomas del Covid-19 en siete pacientes internados con diagnóstico similar al SARS y en una paciente que atendió en el Hospital Central de Wuhan, y de la cual se contagió mortalmente. Alertó a colegas suyos de la gravedad del brote y recibió a cambio una reprimenda de las autoridades estatales chinas. La policía lo detuvo, lo acusó de esparcir rumores y le obligó a firmar una declaración de arrepentimiento. La prensa oficial le descalificó a él y a sus colegas profesionales con el mote de “los ocho chismosos”. En diálogo online con The New York Times el 1 de febrero, Li declaró: “Si los funcionarios hubieran divulgado antes la información referente a la epidemia, creo que todo habría sido mucho mejor. Debería haber más transparencia y apertura”. Falleció a los pocos días.
Su muerte disparó una oleada de indignación -desde Hong Kong hasta San Francisco- y empujó al gobierno chino a reaccionar. La Corte Suprema criticó a la policía de Wuhan por sancionar a los médicos que hicieron sonar la alarma: “Podría haber sido algo afortunado para contener el nuevo coronavirus, si el público hubiera escuchado este ‘rumor’ en ese momento”. La Comisión Nacional de Supervisión dictaminó que el castigo a Li fue “irregular” e “impropio”. Hu Xijin, el jefe de redacción del Global Times (controlado por el Estado), escribió: “Wuhan realmente le debe una disculpa a Li Wenliang”. Prontamente, el Partido Comunista Chino emitió una “disculpa solemne” a la familia del médico y aseguró que había disciplinado a los dos policías implicados en el asunto. Como es habitual en los estados totalitarios, Beijing pretendió acotar las responsabilidades a dos oficiales menores. Pero es un hecho que el gobierno de Xi Jinping “esperó diecisiete días críticos antes de compartir la secuencia del genoma Covid-19 con otras naciones” tal como afirmó el bufete norteamericano The Berman Law Group en una demanda colectiva federal contra la República Popular de China, la provincia de Hubei y la ciudad de Wuhan.
En una columna reciente en The Wall Street Journal, Chris Jacobs propuso que la Casa Blanca otorgue al Dr. Li Wenliang la Medalla Presidencial de la Libertad. En su visión, “Otorgar la Medalla de la Libertad a Li Wenliang reconocería el papel de la libertad de expresión en el mantenimiento de una sociedad saludable y serviría como un tributo adecuado al papel que millones de otros socorristas están desempeñando en esta pandemia”. Creada en 1963, ha sido dada póstumamente a Martin Luther King, Juan XXIII y Anwar Sadat entre otras figuras mundiales, así como al propio John F. Kennedy, su creador. Las Naciones Unidas podrían tomar la posta de esta iniciativa y reconocer al Dr. Li de algún modo prominente. Ahora que China le ha concedido el máximo honor posible que se confiere a ciudadanos que mueren sirviendo al país, al declararlo “mártir”, no debería haber objeción por parte de Beijing. Al fin de cuentas, como observó Frank Sieren en Deutsche Welle sobre Li: “No era un denunciante idealista a la Julian Assange. No era un disidente. Ni siquiera era político. Era simplemente un médico haciendo su trabajo”.
El Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia, establecido en 1988 por el Parlamento Europeo, sería otro buen reconocimiento al médico chino, que le aseguraría un lugar en la memoria colectiva junto a otros destacados premiados como Nelson Mandela, Osvaldo Payá y Malala Yousafzai. Otros países podrían seguir la estela y honrar de manera similar con sus más altas distinciones nacionales a este profesional ejemplar que pagó con su vida, y casi con su reputación, por intentar dar aviso temprano de la peor pandemia en más de cien años que ha azotado a la humanidad.
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