jueves, 4 de junio de 2020


Daniel Karpuj

DOS O TRES PINCELADAS DE VIDA
El cuento es muy sencillo.
Cuando tomamos conciencia real de nuestra existencia, ya estamos condicionados, casi por completo.
Repletos de mandatos, de “correctos” e “incorrectos”, de normas, patrones y códigos, y recorriendo un camino heredado.
Estás en el colegio, primaria, secundaria, y el tren ya viaja a una velocidad muy alta.
Descubrimos la amistad, el amor, alguna pareja, un vínculo más o menos amoroso, y el tren ya viaja a un ritmo vertiginoso.
Hijos, trabajo, mejor o peor suerte, y un día, mientras te duchas, o caminando por la calle, de pronto sucede el milagro… y uno se despierta.
¿Dónde estoy?
¿De qué estoy ocupado?
¿En qué invierto mi tiempo?
¿Hago realmente lo que deseo?
¿Me satisface la vida que llevo?
Y el tren, que ya viaja a una velocidad supersónica, comienza a chirriar, a gruñir, a desentonar.
Y ahora te quiero ver…
Y ahora me quiero ver…
Y cuando esto sucede, ahora, la decisión, por fin, es sólo nuestra.
Nuestra, tomando en cuenta nuestro entorno ya existente.
Y lo que modifiquemos o cambiemos a partir de ese momento, y de lo honesto que seamos con nosotros mismos, y de nuestra valentía o cobardía, depende el tramo final de nuestro paso por la vida.
Mirar de frente nuestra realidad, a los ojos, ya sé que duele mucho.
Pero creo que es el único modo verdadero para que el tren llegue dignamente a su destino.
Sin exageraciones, equilibradamente, sin transformar todo en “blanco o negro”.
Con la frente en alto, humildes, reconociendo nuestros errores y logros, y una sonrisa dibujada en los labios.
Y entonces, usted muere.

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