Rabbí Akivá...
Un jarro con agua
El taná Rabi Akibá fue encarcelado por los romanos por haber infringido sus leyes: había estudiado y enseñado la Torá en público. Su fiel discípulo, Rabí Yehoshúa, había obtenido permiso para visitarlo todos los días y traerle comida, puesto que Rabí Akibá se negaba a comer lo que el guardia le traía. Así que cada día Rabí Yehoshúa venía con una jarra de agua y un trozo de pan. No se le permitía traer otra cosa.
Un día, el guardia paró a Rabí Yehoshúa cuando estaba a punto de entrar en la celda. El guarda examinó el pan y vió que nada estaba escondido adentro. Luego miró la jarra. Estaba llena hasta el borde.
"¿Qué va hacer su maestro con tanta agua?", exclamó. "Estará proyectando escaparse, y querrá ablandar la tierra en el suelo para poder cavar y escaparse. Agarró la jarra y derramó la mitad al suelo.
Rab Yehoshúa llegó tarde ese día. Rabí Akibá, que ya era anciano y débil, le preguntó por qué había tardado tanto. "Me siento débil por falta de comida", dijo. "Dame el agua para que me lave las manos."
Rab Yehoshúa le contó a su maestro lo que había transcurrido. "Sólo tengo la mitad de lo que suelo traerle, Rabí", dijo. "¿Cómo puede usted usarlo para lavarse las manos? ¡No le quedará nada para beber!" Sin embargo, Rabí Akibá derramó el agua sobre sus manos y pronunció las bendiciones sobre el lavado de manos y sobre el pan.
Después de comer un pedazo de pan, explicó: "No tengo otro remedio. Mis colegas, los jajamim, han decretado que uno ha de lavarse las manos antes de comer".
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