por Judith Bergman • 4 de Abril de 2019

Nadia Murad, activista por los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz, una de las miles de mujeres yazidíes tomadas como prisioneras por el ISIS –y esclavizada hasta que logró escapar–, escribió hace poco: "Mi mayor temor es que el mundo siga sin actuar, y que mi comunidad, la comunidad yazidí, deje de existir". (Foto de Erik Valestrand/Getty Images)
El debate en Europa Occidental sobre los derechos de los terroristas del Estado Islámico (ISIS) que regresan a sus países de origen da cuenta de un sentimiento inquietante: al parecer, hay una tremenda preocupación por el bienestar de personas que decidieron dejar sus países natales o adoptivos para jurar lealtad al ISIS, cuyos seguidores han perpetrado algunos de los crímenes más atroces cometidos en este siglo o en cualquier otro.
Ahora que las fuerzas respaldadas por Estados Unidos han tomado el último bastión del ISIS en Siria, Baguz, y que el ISIS ha sido derrotado en Irak y en Siria, parece que los terroristas y sus novias anhelan otra vez Occidente.
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