Lo que realmente importa no es la intención
Matot (Números 30:2-32:42)
Ideas de la parashá inspiradas en las enseñanzas de Rav Yaakov Weinberg zt''l.
Durante las últimas décadas, nuestros hermanos en Israel enfrentaron el más espantoso terrorismo. Incontables terroristas suicidas, disparos con armas largas, miles de muertes, miles de heridos de gravedad, miles de heridos “leves”, miles de personas traumatizadas… Un país que vive con miedo. Y el fin no está a la vista.
Los judíos del mundo se esforzaron por hacerle frente a la situación y reaccionar, sintiéndose impotentes al no poder hacer nada que pueda detener la locura.
Ahora ya muchos judíos somos insensibles ante las tragedias. A esta altura, ¿algo puede llegar a conmovernos? ¿Todavía sabemos cómo llorar? Cuando nos enteramos de otro ataque terrorista, ¿preguntamos adónde, cuándo, cuántos y continuamos cenando? Sí, pensamos en lo terrible de “la situación” y suspiramos. ¿Eso es suficiente?
¿Cómo podemos recuperar nuestra sensibilidad? ¿Cómo podemos aprender de nuevo a llorar? ¿Qué podemos hacer al convivir con la mayor crisis del pueblo judío en la historia reciente? Una historia de Matot, la parashá de la semana, puede ayudarnos.
El principio de la parashá Matot trata sobre las leyes de hacer y anular promesas. Una de las leyes mencionadas es que el esposo tiene el derecho de anular las promesas de su esposa si ella hace promesas que afectan negativamente su relación.
Rashi (30:6) describe el siguiente caso: "El versículo dice: 'Dios la perdonará'. Esto describe el caso en el que una mujer realizó un voto de nazareno (no beber vino, no cortarse el cabello ni impurificarse por contacto con un muerto) y el esposo se lo anula. Ella no se enteró que el voto fue anulado y violó su promesa al beber vino e impurificarse con un muerto. La mujer necesita ser perdonada a pesar de que el voto fue anulado. Si por un voto anulado la persona necesita perdón, cuánto más aquél que hizo un voto que no fue anulado".
A la mujer se le dice que necesita expiación y perdón sólo por haber tenido la intención de cometer una trasgresión, sin cometerla realmente. ¿No contradice esto la declaración del Talmud en Kidushín 40a: "Dios no considera las intenciones malvadas si no se llevan a cabo"? Si es así, ¿por qué Dios considera que la mujer es culpable de haber tenido malas intenciones? En definitiva no transgredió su voto porque su marido lo había anulado. ¿Qué importa si ella no sabía que su promesa había sido anulada?
La respuesta a este dilema nos brinda una enseñanza fundamental para la vida judía. Lo que importa son las acciones, no sólo los pensamientos. Si piensas asesinar a alguien, pero nunca llegas a hacerlo, no hiciste nada malo y Dios no tendrá nada en tu contra. Pero si hiciste planes concretos para matar, preparaste el arma, la fuga, la coartada, y finalmente el arma se traba y no dispara, a pesar de que no mataste a nadie serás juzgado por intento de asesinato.
"Dios no considera las malas intenciones si no se llevan a cabo", esto se aplica sólo si la intención malvada permanece exclusivamente en el ámbito del pensamiento. Pero si se llevó a cabo alguna acción para materializar el mal, el perpetrador necesita expiación y perdón. De todas maneras, la expiación no es tan difícil de lograr como lo es en el caso en que se materializa el objetivo, similar a lo que ocurre con un convicto por intento de asesinato que sale en libertad en menos tiempo que quien asesinó.
Lo que cuentan son las acciones, no sólo los pensamientos. Esto se aplica también a los actos buenos y positivos. Seamos honestos, ¿acaso alguien cree que “lo que importa es la intención”? Si te regalan otra corbata para el día del padre, ¿realmente sientes que “la intención es lo que cuenta”? ¿O sientes que si esa persona te valorara se hubiera esforzado más para encontrar un regalo acorde y significativo? ¿Es suficiente decirle a tu esposa que todo el día pensaste en llamarla, o necesitas llamarla para que sienta que la amas?
¿Por qué son tan importantes las acciones? ¿Por qué no es suficiente con el pensamiento?
El Séfer Hajinuj (aprox. 1300) se refiere al tema (parafraseado): "¿Por qué Dios nos obligó a cumplir tantos mandamientos? Sabe que un hombre se convierte en quien es en base a sus acciones. Los pensamientos del corazón, y sus intenciones, siempre siguen a sus acciones, ya sea hacia el bien o hacia el mal. Incluso una persona muy malvada que decide de repente hacer buenas acciones, se transformará rápidamente en un individuo recto. Lo mismo es cierto respecto a una persona recta que realice acciones malvadas. Se convertirá en malvada".
Hay otras fuentes que alaban los efectos poderosos que los actos pueden tener sobre la persona. El profesor William James escribió: "La acción PARECE seguir al sentimiento, pero en realidad la acción y el sentimiento van juntos. Al regular la acción, que está bajo el control más directo de la voluntad, podemos regular indirectamente el sentimiento, que no lo está. De esta forma, el camino voluntario hacia la alegría (si hubiéramos perdido nuestra alegría espontánea), es sentarse alegremente, actuar y hablar como si ya estuviéramos alegres. Si esa conducta no te alegra, nada podrá hacerlo en esa situación. Entonces, para sentirte valiente, actúa con valentía, usa toda tu voluntad con ese fin y es muy probable que una capa de coraje reemplace a la capa de miedo".
La clásica obra de musar (ética) Mesilat Iesharim, de Rav Moshé Jaim Luzzatto, (Cap. 7, Jelkei Zerizut), lo describe así: "El hombre cuya alma se encienda de deseo por servirle a su Creador no será perezoso en el cumplimiento de Sus preceptos, sino que sus movimientos serán rápidos como el fuego. No descansará ni se relajará hasta terminar de cumplirlos. Además, así como la diligencia es la consecuencia de un entusiasmo interno, así también genera entusiasmo. En otras palabras: quien se apresura en el cumplimiento físico de un precepto, provoca que su entusiasmo interno se encienda en la medida exacta de diligencia con la que actuó en su acto externo. Si lo desea, ese entusiasmo continuará creciendo. Sin embargo, si actúa con lentitud, su entusiasmo también disminuirá hasta extinguirse por completo. Esto lo sabemos a partir de la experiencia".
Los sentimientos de empatía que tenemos por nuestros hermanos de Israel son apropiados, pero no podemos permitir que queden sólo en eso. Debemos traducirlos en acciones. Casi con seguridad, todos nos comprometimos a mejorar algún aspecto de nuestra persona y crecimos espiritualmente durante estos tiempos trágicos y tumultuosos. La pregunta es si fuimos consistentes y logramos mantener ese compromiso. Debemos reevaluar nuestro estatus en esos nuevos objetivos. Si descubrimos que fallamos, debemos disminuirlos o cambiar la mirada hacia otra área que nos parezca más manejable. De esta forma no permitiremos que nuestros fuertes sentimientos espirituales y compasivos se disipen sin provocar una acción más permanente y significativa (ver Kol Iaakov, 'Actúa, no sólo reacciones').
Lo que cuenta son las acciones, no los meros pensamientos.
Si nuestro entumecimiento ya no nos permite llorar naturalmente al oír sobre bombas y tragedias horrendas en Israel, no debemos caer en la apatía. Por más difícil que parezca, debemos sentir las tragedias, leer los detalles, leer sobre las víctimas, ponernos en su lugar, imaginar su sufrimiento y llorar.
Nuestra responsabilidad como judíos es “sentir la carga del prójimo” (Avot 6:6). ¿Qué pasa si a pesar de todo esto aún no podemos sentir el dolor y llorar?
En ese punto, debemos llorar incluso artificialmente. Podemos comenzar a pensar en algún evento trágico que pueda llegar a ocurrir en nuestra vida y que nos haga llorar. Si eso nos lleva a sentir dolor, podemos redirigir esas lágrimas a las tragedias en Israel. Al producir lágrimas externamente, afectaremos nuestros aletargados sentimientos internos hasta lograr despertar una llama de apasionada y sincera tristeza por la situación en Israel.
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