Netanyahu tiene que demostrar que es tan grande como lo pintan sus seguidores
Por Jonathan S. Tobin
"Ahora, el deber de Netanyahu no es mantenerse en el poder, sino bregar por que su partido gane las próximas elecciones con caras nuevas que no carguen el pesado fardo de su muy extenso mandato. Si Netanyahu no puede situarse por encima de su propia lucha por el poder para comprenderlo, quizá no es tan grande como tantos de sus seguidores piensan"
Los largamente esperados procesamientos por corrupción contra el primer ministro Netanyahu no han provocado cambios sustanciales en el Likud. Los leales seguidores de Netanyahu están convencidos no sólo de su indispensabilidad, sino de la aviesa naturaleza del asalto legal contra su permanencia en el cargo. La mayoría de sus seguidores le volverían a votar en las siguientes elecciones, incluso en unas primarias que se celebraran en el propio Likud.
Gideon Saar, exministro de Netanyahu y una de las figuras más populares del Likud, ha recogido el guante y parece decidido a desafiar al procesado líder del partido. Pero son pocos los que le dan chances auténticas de derrotarlo. Los likudniks están mucho más indignados por lo que no sin razones ven como una persecución políticamente motivada que preocupados por averiguar si lo de mantenerse fieles al primer ministro es lo mejor para el partido y para el país.
En Israel, así como en EEUU –donde la mayoría sostiene que el intento demócrata de someter a impeachment a Trump tiene que ver sobre todo con el sectarismo político–, pocos siguen los procesamientos contra Netanyahu con neutralidad. Mientras esto sea así, Netanyahu puede contar con conservar el liderazgo del Likud.
Por ahora, la atención del Likud y de los demás miembros del campo nacional [bloque nacionalista y religioso que apoya a Netanyahu] está puesta en lo que consideran una persecución judicial injusta que ha secuestrado el proceso político en los últimos dos años. Si las autoridades competentes hubieran puesto pie en pared aduciendo que los cargos eran de naturaleza amorfa y no tenían la entidad necesaria para desalojar de su cargo a un líder electo, el resultado de las dos elecciones celebradas este año habría sido distinto. De hecho, sin la espada del procesamiento pendiendo sobre la cabeza de Netanyahu, es probable que el partido Azul y Blanco no hubiera obtenido tan buenos resultados, y que Avigdor Lieberman no se hubiera atrevido a tratar de deponer al primer ministro.
Pero, con independencia de que Netanyahu esté siendo víctima de una injusticia, sus partidarios tienen que comprender que hay algo más importante. Les guste o no, las probabilidades de que Netanyahu gane otras elecciones antes de que sea exonerado por los tribunales son virtualmente inexistentes. Si no consiguió una mayoría clara para su coalición de partidos derechistas y religiosos antes de los procesamientos, ¿quién puede creer que la conseguiría ahora que sí ha sido encausado?
Si bien Netanyahu no está obligado legalmente a renunciar, la idea de que aun el más grande de los primeros ministros pueda gobernar como es debido o por mucho tiempo bajo tales circunstancias es absurda.
Así que lo que él y quienes comparten los principios en los que ha basado su excepcionalmente exitosa carrera política deben preguntarse no es cómo ha de sobrevivir contra todo pronóstico, o cómo cobrarse venganza de sus enemigos, sino cómo confeccionar un nuevo Gobierno comandado por el Likud y cómo asegurar la derrota de aquellos de sus rivales que –pese a los intentos de Azul y Blanco de presentarse como un partido muy similar a Netanyahu en lo relacionado con la seguridad– siguen bajo el influjo de las desacreditadas ideas de la izquierda sobre el proceso de paz y la economía.
Salvo que medien un milagro electoral y una generosa decisión de los tribunales sobre su derecho a armar una coalición, Netanyahu no tiene chances de liderar el próximo Gobierno tras las próximas elecciones. Y cuanto más dure el fiasco actual, más probable es que los votantes se harten de su comportamiento y que el gran beneficiario sea el Azul y Blanco de Benny Gantz.
Si Netanyahu hubiera tutelado a un sucesor creíble, en vez de empeñarse en sacar del partido a personas talentosas que con el tiempo podrían haberle sustituido, las perspectivas de un Likud no comandado por él no serían tan desalentadoras. Sea como fuere, lo mejor que puede hacer el Likud por conservar el poder sería elegir a un nuevo líder que pueda unir en torno a sí a los partidos derechistas y religiosos que han trabajado con Netanyahu. No hay razones para que la derecha no siga imperando en Israel, porque sus posiciones en materia de seguridad siguen siendo las hegemónicas.
Netanyahu lleva décadas defendiendo el realismo y la seguridad nacional contra el pensamiento mágico de quienes siguen enganchados a los mitos sobre las [buenas] intenciones palestinas y a las obsoletas recetas económicas socialistas. Pero si se trata de que sus ideas sigan triunfando, el primer ministro tendrá que apartarse a un lado.
Uno puede pensar que las cosas son así sin dejar de creer que Netanyahu ha sido injustamente tratado y querer que su buen nombre quede limpio cuanto antes ante los tribunales. Pero lo mejor que podrían hacer quienes comparten su credo sería urgirle a dar un paso al lado mientras sus correligionarios eligen a sus posibles sucesores.
Es un trago amargo para él y para quienes lo admiran, pero nadie es indispensable en una democracia. Ahora, el deber de Netanyahu no es mantenerse en el poder, sino bregar por que su partido gane las próximas elecciones con caras nuevas que no carguen el pesado fardo de su muy extenso mandato. Si Netanyahu no puede situarse por encima de su propia lucha por el poder para comprenderlo, quizá no es tan grande como tantos de sus seguidores piensan.
© Versión original (en inglés): JNS© Versión en español: Revista El Medio
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