Hace muchos años estuve involucrada en un grave accidente automovilístico justo después de retirar a mis hijos de la escuela. Mientras estábamos al borde del camino hablando con la policía, muchas personas se detuvieron a ver cómo estábamos. Algunos incluso se llevaron a mis hijos, les dieron de comer y los mantuvieron alejados de la caótica escena.

En un momento, uno de los policías me preguntó: "¿Hay aquí alguien a quien no conozcas?".

¿Cómo podía explicarle la verdad? En realidad no conocía a ninguna de las personas que se detuvieron para ayudarme, incluyendo a la familia que le dio la cena a mis hijos. Se trababa simplemente de la bondad del pueblo judío, y la sensación de que somos una familia. Si un judío está en problemas, todos lo estamos. Si un judío sufre, todos queremos ayudar.

Esta semana pensé en esa experiencia al ver las espantosas escenas de Merón. A diferencia de mi historia, todos parecen conocer a alguien que estuvo allí: el sobrino de una buena amiga (gracias a Dios está bien), el sobrino de una conocida, el socio de unos vecinos…

Pero los conozcamos o no, todos estamos conectados. Es nuestro dolor colectivo. Es nuestra tragedia colectiva. No podemos dejar de observar las escenas. No podemos dejar de hablar de esto. No podemos dejar de llorar al observar los bailes y la alegría transformada en una pena inconcebible.

Incluso a miles de kilómetros de distancia, es también nuestro dolor. Es el dolor de nuestra familia. Nuestra familia ha experimentado una pérdida. Siempre he pensado que esto es una faceta conmovedora de la fuerza de la nación judía. El dolor de personas a miles de kilómetros de distancia, en el otro extremo del globo, sigue siendo nuestro dolor. Todos nos estremecemos.

Todas las escuelas cancelaron sus celebraciones de Lag BaÓmer. ¿Cómo podríamos celebrar? Todos entendemos que este no es el momento para bailar de alegría. No cuando nuestros hermanos y hermanas están de duelo.

Y ellos son nuestros hermanos y hermanas. Su alegría es nuestra alegría y su tragedia es también la nuestra.

No hay suficientes palabras para describir debidamente las emociones en estos momentos, pero tal vez las palabras no son necesarias. Quizás sólo debemos estar unidos por nuestras lágrimas. Y tal vez eso sea suficiente. Saber que dondequiera que un judío del mundo experimente una pérdida, todos los otros judíos del mundo comparten su dolor.

Por supuesto que no quiero el dolor, pero me siento privilegiada de ser parte de un pueblo cuya identificación con el otro es tan fuerte y significativa. Rezo para que tal como hemos compartido este terrible desafío, también tengamos el mérito de compartir una medida mayor de alegría en el futuro.