INDICIOS DE VIDA EN MEDIO DE LOS ESCOMBROS DEL 7 DE OCTUBRE DE NIR OZ
En el kibutz donde vivía la familia Bibas, una ex rehén dice que nunca volverá a mudarse a menos que sea eliminada la amenaza de Hamas.
Por Tunku Varadarajan
Marzo 7, 2025
traducida por Marcela Lubczanski
Nir Oz, Israel
¿Puede un pueblo fantasma regresar a la vida? A finales del mes pasado fui a este pequeño kibutz, a algo más de una milla de la Franja de Gaza, para descubrirlo. Podría ser imposible que la vida regrese a un lugar tan empapado en muerte.
El 7 de octubre del 2023, terroristas de Hamas y cientos de “civiles” de Gaza—incluidos mujeres y niños que llegaron para robar a los judíos muertos y secuestrados—acudieron en enjambre durante ocho horas a esta comunidad de 150 casas. Sesenta y seis personas fueron asesinadas y 71 secuestradas—totalizando más de un cuarto de los aproximadamente 400 residentes de Nir Oz. Estos incluyeron a la familia Bibas: Yarden, Shiri y sus hijos, Ariel, de 4 años de edad y Kfir de 9 meses de edad. El Sr. Bibas fue liberado el mes pasado; su esposa y niños fueron asesinados en el cautiverio en Gaza.
Para la hora en que el ejército israelí llegó aquí en la tarde temprana del 7 de octubre, todo invasor palestino se había ido. Los soldados israelíes encontraron cuerpos carbonizados, hachados y tiroteados, sobrevivientes encogidos, y casas que habían sido destrozadas e incendiadas. Sólo cuatro casas quedaron indemnes.
Los sobrevivientes traumatizados fueron finalmente relocalizados en Kiryat Gat, un pueblo a unas 40 millas al norte. Apenas ocho personas han regresado a vivir en Nir Oz. Uno de ellos es Yoav Bazer, quien sobrevivió el 7 de octubre ocultándose bajo la cama en el mamad de su casa, o cuarto seguro. Algunos mamadim no se cierran desde el interior. “Se suponen que sean contra misiles y cosas, no contra personas que están intentando entrar,” dice el Sr. Bazer. “Si puedo cerrarlo desde el interior, ellos también pueden abrirlo desde el exterior, lo que es bastante estúpido, mirando atrás.”
El Sr. Bazer, de 22 años, es un supervisor de lo que quedó de la agricultura una vez próspera del kibutz. Nir Oz prosperó a partir de sus cosechas de trigo, granadas, papas y paltas. Los árboles de granada están muertos, su sistema de irrigación fue destruido en los ataques. Pero los árboles más resistentes de paltas todavía dan sus frutos, y en mi visita encontré al Sr. Bazer y a un equipo dinámico de voluntarios recogiéndolos y cargándolos en grandes cajas. Ellos silban y bromean mientras trabajan, exhortándose unos a otros a recoger, recoger, recoger.
Los voluntarios suman aproximadamente una docena, lo máximo que puede ser acomodado en una de las casas no dañadas en el kibutz. Ellos vienen de todo Israel, habiendo respondido una invitación para ayudar a Nir Oz publicada en Facebook por Lev Ejad—en hebreo, "un solo corazón"—un grupo de respuesta civil que moviliza voluntarios en tiempos de emergencia. Ellos trabajan en turnos semanales, pasando las noches en el kibutz arrasado, comiendo comidas simples juntos que ellos mismos cocinan.
Estoy en Nir Oz en compañía de Tomer Dror, de 38 años de edad, CEO de Lev Ejad. Los voluntarios que conozco abarcan en edad desde los 18 años—una mujer joven que empieza su servicio militar la semana próxima, y que es enviada a recoger paltas antes que yo pueda saber su nombre—a 72 años, una abuela carismática, Rina Yakuel Kerzner. “Mi tarea es hacer todo lo que tenemos que hacer para Nir Oz,” dice la Sra. Kerzner, a quien los otros llaman Mamá Rina. “Si son las paltas, si es preparar en la cocina, cualquier cosa que Nir Oz necesite, estamos aquí para servirlos.”
Eyal Kalasquin es otro voluntario, un abogado en sus veintipico largos no acostumbrado al trabajo agrícola. Los padres de su madre eran inmigrantes judíos de India, su padre de Argentina. El dice “no es necesariamente trabajo duro. Pero caminar por acá y pensar que este trabajo se suponía sería hecho por personas que fueron asesinadas, y por personas que no pueden hacerlo más—es algo muy duro.” Las noches en Nir Oz son duras para él. “La mitad del kibutz fue incendiada, y dormimos en los escombros de este hermoso lugar.”
Los voluntarios son un grupo boyante. Ellos están en lo que sólo puede ser descripto como un estado de euforia moral por cumplir con su deber con su país. Con la excepción de Mamá Rina, ellos son encantadoramente inocentes. Parecen convencidos que Nir Oz surgirá de las cenizas a través de su amor y sus labores. Incluso Mamá Rina, quien dice que ella dirigió un orfanato en Gana en sus años de juventud, es optimista: “Sí, puedes reconstruirlo con una generación joven como esta,” dice ella. “Tienes que traer a los jóvenes sionistas aquí.”
El Sr. Dror, quien tiene voluntarios en todo Israel—aquí también como en lugares como Metula, sobre la frontera libanesa, la cual Hezbola bombardeó repetidamente después del 7 de octubre—explica que el programa de voluntarios no está diseñado sólo para ayudar a las víctimas del terrorismo. “También estamos enfocados en los voluntarios,” dice. “Les estamos proporcionando la oportunidad de ser esenciales y significativos en tiempos de guerra... Cuando construyes el espíritu de un voluntario, le das significado por la vida, y entonces él continuará haciendo voluntariado por tanto tiempo como sea posible, durante décadas."
Me encuentro con estos voluntarios en los campos fuera del perímetro del kibutz. Es un encuentro estimulante. Aun tengo que entrar al kibutz—el cual visité por última vez en enero del 2024, tres meses después del ataque de Hamas—pero yo también estoy eufórico después de hablar con ellos. Su entusiasmo moral es contagioso.
Lo que encuentro y veo y escucho luego, dentro de Nir Oz, me arroja nuevamente al pesimismo.
El kibutz es todavía un mundo oscuro de casas ennegrecidas y ventanas rotas, con los escombros de la violencia por todas partes. Aunque la zona de congelación cerca de la cocina comunitaria, que fue utilizada como una sala mortuoria improvisada, ya no apesta más a cuerpos en descomposición, hay todavía un ligero olor acre—y lo otros que están conmigo confirman que no es mi imaginación. Gatos descuidados vagan por el kibutz, arreglándoselas de alguna manera para parecer al mismo tiempo huérfanos y dueños del lugar.
Paso la siguiente hora con Nili Margalit, una enfermera pediátrica que fue raptada por Hamas el 7 de octubre y llevada en un carrito de golf a la ciudad gazatí de Khan Yunis, a una 5 millas de distancia. Por coincidencia, el día en que nos reunimos es su 43º cumpleaños. Su madre sobrevivió al ataque, pero su padre, Eliyahu Margalit, de 75 años, fue asesinado. Los terroristas cargaron su cuerpo hasta Gaza y no lo han devuelto. Dos niños adolescentes palestinos fueron vistos paseando en su camioneta roja por los campos de papas cercanos. Su apodo era “Churchill,” porque “él era redondo y gordo de bebé,” dice la Srta. Margalit. El estaba a cargo de los caballos del kibutz, y cuando los misiles atacaron Nir Oz temprano esa mañana él se deslizó fuera de su casa para revisarlos. Esa fue la última vez que lo vieron.
La Srta. Margalit fue liberada el 1º de diciembre del 2023, en el primer acuerdo entre el gobierno israelí y Hamas. Ella pasó 55 días en cautiverio. Nos acercamos a su casa destruida en compañía de Mor Tzarfati, de 42 años de edad, quien sobrevivió al 7 de octubre con su esposo, sus tres hijos y su perro después que los terroristas no lograron tirar abajo la puerta reforzada de su mamad. La Sra. Tzarfati—quien como la Srta. Margalit vive ahora en Kiryat Gat—se niega a entrar a su casa. “No puedo,” dice. "Es muy doloroso.”
La Srta. Margalit y yo entramos en las ruinas de lo que fue su querida morada. Ella no ha regresado en unos meses, dice, luchando por mantener su compostura. Vamos al mamad al final de la casa, donde ella dormía de noche, y desde donde fue llevada el 7 de octubre. La cama está como estaba cuando ella la dejó, la colcha azul bajo la cual se escondió con su perro ahora está cubierta de hollín. Dos hombres irrumpieron en su dormitorio—un hombre mayor blandiendo un gran cuchillo de carnicero y un adolescente llevando un pote de crema batida que había robado de la heladera de ella. Ella dice que ellos eran civiles, y se fueron tan pronto como la vieron.
Minutos después llegaron dos hombres más, con armas. Ellos la llevaron mientras su perro escapó y corrió, la pusieron en un carrito de golf, y la llevaron de regreso a Gaza por el tramo de tierra de una milla que separa Nir Oz de la maldita franja. Allí, dice ella, ellos "me vendieron a Hamas. Ví las negociaciones.” Ella estaba con su ropa de dormir—“una remera holgada, sin sostén, pantalones cortos”—y descalza. Una mujer gazatí le dio sus ropas para que se cambie, una pollera larga y una camisa con mangas, y comenzó su cautiverio.
Durante casi dos meses estuvo confinada en una pequeña habitación—de 2,4 x 3,6 metros, en su estimado—en un túnel bajo tierra, al cual llegaron después de caminar por "algo así como cuatro horas, pero no teníamos ningún sentido del tiempo.” Ella compartió la habitación con otros 12 israelíes, incluido Yarden Bibas, a quien ella no conocía bien. Sus perros no se llevaban bien, así que ellos se habían mantenido a distancia en sus caminatas en el kibutz y por lo tanto raramente hablaban. (Su perro, un boxer, terminó en un refugio de animales después del ataque de Hamas. Ella se reunió con él después de su liberación.)
Los otros rehenes con ella eran todos ancianos, y muchos sufrían de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión. Algunos estaban heridos y sangrando. Como ella era una enfermera, recayó sobre ella cuidarnos y asegurar que permanecieran con vida. Esto involucró negociaciones diarias con sus captores—a menudo acaloradas—por medicaciones tales como las píldoras para la presión Iosartan. Los rehenes sobrevivían diariamente con un pedazo diario de pan pita, algo de arroz, un dátil o dos y algunos sorbos de café cada mañana. Ellos dormían sobre colchones delgados y húmedos y su baño era un pozo fétido y desbordado.
“Tuve suerte que no abusaron de mí,” dice la Sra. Margalit, queriendo decir que no fue atacada sexualmente. “¿Qué tipo de humano eres cuando le das a alguien de 80 años de edad dos dátiles y un cuarto de pan pita? Pero nosotras tuvimos comida y algunos rehenes no.”
La gente a veces le pregunta si sus captores fueron amables, o si se volvieron más amables con sus cautivos con el tiempo. “Yo digo, ‘¿Cómo defines "amable" en el cautiverio?’ Ellos me sacaron de mi casa, contra mi voluntad. Ellos decidían cuando voy al baño, lo que voy a comer, lo que voy a vestir. Se llevaron todo. Despojaron toda mi identidad. OK, ellos no me violaron. ¿Son amables? ¿Son humanos?” Catorce meses después de su liberación, ella no puede trabajar. “No estoy preparada. En mi línea, como enfermera, tienes turnos de ocho horas, 12 horas. No puedo tener distracciones en mi cabeza. No siento que pueda hacer eso.”
Ni la Sra. Margalit ni su amiga la Sra. Tzarfati quieren regresar a Nir Oz. “Sólo regresaré,” dice la Sra. Tzarfati—cuyo hermano y su esposa fueron asesinados a tiros el 7 de octubre, muriendo sus tres hijos de asfixia por inhalación de humo en su mamad—“si la gente de Gaza no estará al lado nuestro. No podemos vivir al lado de personas cuyo objetivo es destruir a los judíos, cuya educación les enseña a matarnos.”
Ambas mujeres han pasado notablemente a la derecha después de los ataques de Hamas, un cambio reforzado por el horror generalizado por los asesinatos de la madre y niños Bibas. Nir Oz era uno de los kibutzim más izquierdistas de Israel. Sus residentes hablaban habitualmente de paz, y a menudo tenían obreros de Gaza ayudando en los campos, y con la construcción. La Sra. Tzarfati recuerda que los obreros gazatíes tomaban café en las casas de los kibutzniks. Pero a menos que se encuentre una solución radical para correr a los gazatíes a otro lado—o, tal vez aun menos probable, transformarlos en vecinos pacíficos—ella no volverá. “Todos los de aquí que ahora viven en Kiryat Gat piensan así.”
La Sra. Margalit concuerda. “Puedo decirte que quiero morir aquí,” dice. “Esta es mi casa. Este es mi lugar. Este es el lugar en que pasé toda mi vida. Pero si vuelvo acá y no hay respuesta a la situación política en Gaza, entonces siempre tendré miedo de ser secuestrada nuevamente. Siempre estará dentro mío."
Con Israel en alerta máxima y Hamas debilitado, eso no es un peligro inmediato. “Tal vez si sucediera será en 20 o 30 años," dice ella. "No estoy preocupada ahora, pero no voy a tener 70 años de edad viviendo en este lugar, y todavía no hay solución, y entonces ellos vienen nuevamente y me llevan.”
Ella termina diciendo, “Never más,” una declaración con ecos del Holocausto. Ella obviamente quiere decir que no podría soportar el cautiverio por segunda vez. Pero también parece querer decir que ella nunca podría regresar a Nir Oz. No hay forma de escapar a una sensación de finalidad amarga, de un sentimiento que una bella forma de vida ha llegado a su fin.
El Sr. Varadarajan, un contribuyente del Journal, es miembro del American Enterprise Institute y en el Instituto Liberal Clásico de la Escuela de Derecho de la NYU.
Una silla para el asesinado Kfir Bibas, quien tenía 9 meses de edad cuando Hamas lo atacó, en una sala de comedor de Nir Oz. Foto: Tunku Varadarajan
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