martes, 5 de junio de 2012
Una necesidad de Occidente. Breves tips para comprender la yihad
La teoría del yihad permanente continua vigente en el dogma fundamentalista que se apoya en la retórica violenta, revolucionaria, totalitaria, maximalista, antisistema y opresiva. Así, proyecta y estimula la guerra a perpetuidad de creyentes contra apostatas e infieles a la vez que mantiene su objetivo de instaurar el gran Califato Mundial; en cuyo caso, la aplicación total e irrestricta de la sharia en el conjunto de la Umma se impondrá sobre toda religión, credo o ideología que se resista a la instauración de la fe según la interpretan los integristas.
En su cosmovisión, el yihadismo plantea una lucha desde su religión contra la decadencia, de lo correcto contra lo blasfemo. Se presenta como protector de un orden moral fuera de cualquier negociación racional según pueda entenderse en la idiosincrasia occidental. La creencia y la idea que alimenta el integrismo es que el hombre sólo puede situarse en dos aspectos: a) el de creyente o infiel, b) el de la sabiduría o la ignorancia; no hay término intermedio. Se hace la yihad con la palabra o la espada allí donde se les ordene o se estará facilitando que el mundo islámico sea sometido al dictado de los infieles. Esta es la situación y frente a ella, es evidente que gran parte de la comunidad internacional se encuentra en un importante estado de desconocimiento para abordar el problema.
La guerra no es un fenómeno terrible en la mentalidad integrista, ni la paz es el estado natural de una sociedad; para ellos, la guerra es condición perpetua contra aquellos a quienes consideran sus enemigos. Según los principios doctrinales que expone el actual jefe de Al-Qaeda, Ayman Al-Zawahiri: es imposible devolver a los musulmanes a su época de esplendor a través de la razón, el diálogo o el compromiso político con apóstatas e infieles. Contrario a ello, sostiene que sólo a través de la fuerza se puede y se debe llevar al enemigo a capitular. Entre sus enemigos no sólo se identifica a judíos, cristianos o ateos, sino a aquellos líderes musulmanes que consideran apostatas por no aplicar la ley estrictamente islámica, los que se transforman ipso facto en blanco del yihadismo por aplicar el paganismo que representa la cara opuesta al ideal de sociedad islámica, pero también por suponer una amenaza directa al orden religioso y moral; por tanto merecen y deben ser castigados por creer en el dominio del hombre por el hombre y no en la sumisión del hombre a la voluntad de Dios. De allí que la yihad se plantea como el único camino para recuperar territorios en que ha regido el Islam o para defender aquellos en los que los musulmanes están en lucha, Al-Qaida la considera un acto de autodefensa.
La teoría de la “yihad permanente” de Usama Ben Laden sigue vigente y establece que sólo caben dos opciones para el creyente: la primera es mantenerse combatiendo al enemigo; la segunda, es preparar futuros y sorpresivos ataques para vulnerarlo. En otras palabras, en su apelación a la ideología para recurrir a la lucha armada con el fin de subvertir un orden mundial considerado injusto, Usama Ben Laden no introdujo ninguna novedad en la teoría de la toma del poder por la acción revolucionaria. Y es aquí donde algunos colegas occidentales defeccionan en aspectos que juzgo centrales en la definición del terror yihadista, puesto que de manera análoga a la instrumentalización que el ex líder de Al-Qaeda ha hecho de la tradición yihadista, Lenin se valió de la teoría marxista para argumentar que un Occidente corrupto intentaba imponer a escala mundial valores sociales, económicos y culturales capitalistas. Ambos, tanto Lenin como Ben Laden consideraban que acabar con las sociedades abiertas era el único medio para abrir la vía, tanto al Estado comunista como al Califato islamista, y ambas concepciones contemplan que el fin justifica, como medio para alcanzarlo, el uso necesario e irrestricto de la violencia.
Autor: George Chaya