La lluvia goteaba a través de las vigas del techo quemado de la casa de Amit Soussana en el kibutz Kfar Aza. Ya en noviembre del 2023, un mes después de la masacre y el secuestro de Amit, estaba claro que no mucho serviría en las casas arruinadas sin un plan de preservación integral.
Han pasado más de dos años, y no ha sido hecho casi nada en el terreno. Porque aun antes de la pregunta de como preservar, surgió la pregunta de si preservar. Los residentes de los tres kibutzim más devastados en la masacre—Be’eri, Kfar Aza, y Nirim—se aproximaron a las negociaciones con el gobierno con sospecha y desconfianza. Después de todo, este es el gobierno bajo cuya mirada ellos fueron masacrados y secuestrados, y muchos en los kibutzim no lo querían que él o sus representantes determinen cómo sería recordada la masacre.
Esta semana, el kibutz Be’eri votó sobre qué y cómo preservar. Ciento dos miembros del kibutz fueron asesinados por Hamas—un número horroroso que puso cada opción sobre la mesa, desde preservar nada a convertir el kibutz entero en un sitio recordatorio. Por un voto de 196 contra 146, ellos decidieron preservar una casa y demoler el resto. Otra opción discutida fue mover las casas quemadas al sitio del festival Nova en Re’im con la misma técnica utilizada para relocalizar las casas históricas de Sarona en Tel Aviv. Recordar y olvidar.
Es difícil describir las identidades de los bandos que estuvieron "a favor" y "en contra" en un kibutz donde difícilmente hay una casa sin muerte. Pero los residentes notaron que la principal oposición a preservar más casas vino del vecindario Zeitim, donde viven muchas familias de segunda generación con niños pequeños. Sus padres, quienes vivieron en el vecindario HaKerem cerca del cerco, fueron asesinados en grandes números. El pensamiento era que los nietos no podrían correr en los jardines con los restos humeantes de las casas de sus abuelos detrás suyo. Otros expresaron un sentimiento similar: “No queremos vivir en Yad Vashem,” el museo del Holocausto en Israel.
¿Cómo puede uno discutir con alguien cuya experiencia es tan horrorosa? Entre lo críticos del gobierno y miembros del kibutz, algunos sin embargo piensan diferente. Una figura pública muy conocida izquierdista visitó recientemente Be’eri. “Ya no es más de ustedes,” les dijo gentilmente. “Pertenece al pueblo de Israel.” Sus palabras repitieron lo que el Secretario de Guerra estadounidense dijo en el lecho de muerte de Abraham Lincoln: "Ahora él pertenece a los tiempos."
¿Es posible hacer ambas? Una opción propuesta por el Ministerio de Legado fue llamada "la excepción": sólo las casas cerca del cerco serían preservadas, creando una contención del resto de Be’eri; tal vez incluso el cerco del kibutz sería movido. En esta forma, los visitantes podrían llegar a las casas preservadas en su lugar original sin caminar a través del propio kibutz.
Aun tras la votación, nada es definitivo. Resulta que en virtud de la ley israelí, la decisión final no pertenece necesariamente a los residentes del kibutz. La Ley de Antigüedades dice que una “antigüedad es un activo hecho por los humanos desde el año 1700 y antes, de valor histórico, que el ministro ha declarado antigüedad." El ministro, dice la ley, puede expropiar un sitio de una antigüedad si es requerida la expropiación para preservación o investigación. Es difícil pensar en las casas de los kibutzim de fin del siglo XX como "antigüedades," pero por otra parte, no hay dudas que incluso cientos de años a partir de ahora serán recordados los eventos de esa mañana de Simjat Torá.
Es un círculo trágico: El personal de la Autoridad de Antigüedades trabajó en las casas, utilizando métodos arqueológicos para localizar los restos de víctimas cuyos rastros se habían casi perdido. Ahora ellos pueden regresar como visitantes a un sitio histórico.
El Ministro de Legado Amichai Eliyahu detenta esta autoridad. El enfrenta varios obstáculos. El primero: esta cláusula nunca ha sido utilizada. El segundo: Eliyahu es un rabino del partido Otzma Yehudit, y tal acción podría ser percibida como un acto forzoso de anexión y expropiación por parte de un ministro nacionalista religioso contra kibutzniks laicos.
Entonces Eliyahu está sopesando la medida. Tal vez otros — aquellos sin una apuesta o sesgo político — deberían hablar también. Por ejemplo, el Presidente de Israel. Este dilema no es sólo el de los residentes de Be’eri o del ministro; es de todos nosotros.
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