lunes, 5 de febrero de 2018

Israel y la nueva ley polaca, por Yair Lapid
Decir que no existieron campos de exterminio polacos es una afirmación absurda
“Miren el suelo”, dije a mis estudiantes. Estábamos en Treblinka. Una zona descubierta, heladora, rodeada de bosques oscuros. Ellos bajaron la vista. “Bajo sus pies”, les dije, “hay una ciudad de muertos. Una ciudad el doble de grande que Tel Aviv, 880.000 cadáveres. Y murieron por una sola razón: porque eran judíos”.
En Treblinka hubo menos de 30 alemanes encargados de supervisar el exterminio. La mayor parte de las atrocidades las cometió un escuadrón ucraniano. Los presos que intentaban escapar de los trenes que los llevaban al campo eran capturados y devueltos por los vecinos polacos. Todos fueron cómplices.
La abuela de mi padre, Hermione, fue arrestada por los alemanes en Serbia. La llevaron a Auschwitz y la asesinaron en las cámaras de gas. ¿Por qué la enviaron en un viaje tan largo hacia su muerte? ¿Por qué la mayoría de los campos estaba en Polonia? Los alemanes sabían que al menos una parte de la población local iba a cooperar.
Los polacos asesinaron a cientos de habitantes judíos del pueblo de Jedwabne. En junio de 1941, sus vecinos polacos los capturaron, los encerraron en un establo y los quemaron vivos. Tras la guerra, los polacos dijeron que eran los alemanes los que habían llevado a cabo la matanza, pero los judíos que habían conseguido sobrevivir contaron la verdad.
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