Desafortunadamente el deseo de Hamán de “destruir, matar y aniquilar a todo judío, de joven a anciano, mujeres y niños” no desapareció con su muerte.
Los optimistas entre nosotros creímos que el Holocausto había sido el último intento de un genocidio antisemita. “Nunca más”, proclamamos. Seguramente el mundo habrá aprendido que un crimen en contra de los judíos es un crimen en contra de la humanidad misma. Sin embargo, se requirió menos de medio siglo para que el ancestral odio que inspiró a Hamán apareciera nuevamente alrededor del orbe.
La hostilidad del mundo árabe no nos sorprende. El antisionismo ha sido desde hace mucho tiempo la forma de enmascarar el antisemitismo. Incluso la renovada enemistad con los judíos —que ahora es aparente en las supuestamente más civilizadas capitales de Europa— no debería sorprendernos. Los ‘libelos de sangre’ y los Protocolos de los sabios de Sión fueron obras de civilizaciones supuestamente “cultas”. Más inesperado que eso es el brote de antisemitismo a lo largo del suelo estadounidense. Las evacuaciones forzadas de centros comunitarios por amenazas de bombas, los cementerios judíos vandalizados, las severas alzas en la cantidad de crímenes de odio y el desvergonzado antisemitismo en las universidades a lo largo del país son cada vez más comunes.
Hamán era un amalekita, y los amalekitas continuarán siendo una amenaza para la supervivencia judía hasta el final de los días, hasta la era mesiánica. Pero hasta entonces, Purim y el Libro de Ester nos enseñan cómo enfrentar esta amenaza, una lección que hemos aprendido con amargura y que es brutalmente relevante hoy en día.
“Mejor quedarnos en silencio”, pensaron erradamente.
La antigua historia es bien conocida. Lo que no se resalta suficiente sin embargo es el increíble aprendizaje sobre cómo deberían los judíos que viven en la diáspora asegurar sus derechos y combatir el antisemitismo.
La historia comienza con una fiesta nacional que fue proclamada por el rey persa, la cual duraría nada más ni nada menos que medio año. El objetivo oculto de esta fiesta, según explican los comentaristas talmúdicos, era exhibir ante los ojos de todos los ítems que habían sido capturados del Templo sagrado judío, representando una muestra visual del poder y fortaleza universal del rey.
Todos los habitantes del reino fueron invitados. Podemos imaginar el dilema de los judíos sobre asistir o no. Era la conquista de su Templo la que había motivado la celebración. Sin embargo, el rechazo judío a participar los apartaría y catalogaría como ajenos al reinado. “Mejor quedarnos en silencio”, dijeron. “No hay ninguna razón”, pensaron, “para hacer un alboroto por esto”. Y así, asistieron a la fiesta, y bebieron y celebraron con todos los otros, mostrando la otra mejilla ante la humillación pública de su Dios y de su pueblo.
Cuando posteriormente nuestros sabios se preguntaron qué pecado podría haber causado que Dios permitiera que la tragedia de la historia de Purim se desarrollara, apuntaron al disfrute judío de la fiesta de Ajashverosh como una posible razón.
Los judíos en el exilio erróneamente decidieron que su silencio era su mejor arma ante la opresión. ‘Los que guardan silencio heredarán la tierra’, pensaron. Y fue esa errada decisión la que casi causó su desaparición.
Ester al principio también se mantuvo en silencio. Ocultó su nombre judío, Hadasa. De hecho, el nombre Ester en hebreo se relaciona con la palabra para ‘ocultar’. El nombre que ella eligió para aparecer en público iba de acuerdo al consejo dado por Mordejai. “Ester no reveló su nacionalidad ni su linaje, pues Mordejai le había ordenado no revelarlos” (Ester 3:10).
Pero Ester eventualmente habló. Finalmente reveló sus orígenes judíos y no temió enfrentar públicamente a Hamán. Eso marcó el inicio del fin de su antisemita oponente.
Hay dos destacadas costumbres que son observadas por los judíos en la festividad de Purim.
Sólo cuando orgullosamente afirmamos nuestras verdaderas identidades y valores es que nos ganamos el respeto que merecemos.
La primera es disfrazarnos. El punto es hacer que la gente se ría. Toda costumbre tiene sus raíces en la historia que es conmemorada. ¿Cuál es la fuente de Purim para esta payasada, para cubrir la identidad propia? La respuesta es que se encuentra en el corazón mismo de la historia. Es un recuerdo de la forma inicial en que los judíos intentaron evitar el antisemitismo, por medio de camuflar su verdadera identidad. La verdad obviamente es que cuando intentamos mostrarnos como alguien diferente, sólo somos una imagen irrisoria, un pueblo merecedor del ridículo y de las burlas. Sólo cuando orgullosamente afirmamos nuestros verdaderas identidades y valores es que nos ganamos el respeto que merecemos.
La segunda costumbre es observada universalmente en las sinagogas en Purim. En nuestras sagradas casas de rezo, el lugar en el que demandamos silencio y dignidad en todos los otros momentos, urgimos a los presentes a hacer ruido, a abuchear, a silbar y rechiflar cada vez que es mencionado el nombre de nuestro archienemigo Hamán. El objetivo es profundo. Ilustra cómo responder ante la amenaza de quienes buscan destruirnos: Si vez algo, di algo. El silencio no es una respuesta, es una evasión de responsabilidad. Aminorar la amenaza es ser un facilitador de su mal. Debemos hablar y hacer ruido.
¿Qué debemos hacer hoy ante la amenaza del antisemitismo global? Hay quienes aún opinan que “es mejor callar y hacer como que no existe”. Hacerlo público, argumentan, tan sólo avivará las llamas. Una respuesta bulliciosa es contraproducente. “Cuando mostramos que nos preocupa”, dicen ellos, “les estamos dando la victoria a nuestros enemigos”.
Pero están equivocados. Están tan equivocados como quienes en los inicios del Holocausto pretendieron no ver, quienes clamaron que Hitler no podía realmente ser considerado una amenaza, quienes estaban seguros que el mal del odio a los judíos era tan obviamente incivilizado y barbárico que no tenía posibilidades de tener éxito. “Esperen”, decían quienes aconsejaban en contra de las protestas, quienes no querían identificarse a sí mismos como judíos que tenían un profundo interés de salvar a otros judíos. “No puede ocurrir aquí”, argumentaban. Pero sí ocurrió, y se probó seis millones de veces que estaban equivocados.
Debemos reivindicar —en lugar de enmascarar— nuestra identidad judía con cada vez más pasión y vigor.
Hay demasiados Hamánes hoy en día. Los antisemitas requieren el foco de nuestra atención y el desprecio público de nuestras protestas y demostraciones. Debemos gritar nuestro dolor. Debemos reivindicar —en lugar de enmascarar— nuestra identidad judía con cada vez más pasión y vigor. Debemos hacer que la erradicación del antisemitismo no sólo sea una causa judía, sino la respuesta universal a un inhumano crimen que por demasiado tiempo ha llenado las páginas de la historia.
Este año, mientras nos preparamos para celebrar Purim, hagamos el ruido que se requiere para erradicar las ambiciones genocidas del odio antijudio que aún nos aflige.
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