"Este cómic tiene historia, acción, épica, amor y, sobre todo, tragedia. Una tragedia que, 70 años después, no se ha resuelto aún"
Jerusalén, un retrato de familia, de Boaz Yakin y Nick Bertozzi, es uno de los más famosos y completos cómics sobre los fascinantes años de la creación del moderno Estado de Israel (ya hemos dado cuenta de otros, como Mezek o Banda Stern).
Aquí se cuenta la historia de la familia judía Halaby, de origen sirio –Halaby quiere “decir natural de Alepo [Halab en árabe]”–, que vive en la Jerusalén de los años agónicos del Mandato británico. Se nota que Yakin, afamado guionista neoyorquino (Ahora me ves, Príncipe de Persia,Hostel, Titanes hicieron historia, entre otras), es descendiente de judíos egipcios y sirios: de la descripción de los Halaby se desprende una conexión especial.
Jerusalén… es una tragedia familiar, un retrato fiel de la vorágine de luchas, ideologías y diferencias sociales sobre el que los judíos, después de 2.000 años vagando en el exilio, erigieron su nuevo Hogar Nacional, como lo llamó el fundador del sionismo político, Teodoro Herzl. Los cuatro hijos Isaac Halaby son una fiel representación de esos tiempos convulsos: el mayor, David, se alista en el Ejército británico para luchar contra los nazis; el siguiente, Abraham, se hace comunista y posteriormente se une a las filas de la Haganá; Ezra, el más combativo, es seducido por el Irgún, como no podía ser de otra manera, y Motti, el más pequeño y el hilo narrativo de la historia, vive preso de las referencias de sus hermanos y de su inane padre y experimenta un viaje iniciático que le lleva al final más inesperado.
La constante y hasta desesperante división entre los judíos que luchaban por la independenciacontra británicos y árabes por igual, mostrada con una clara honestidad, choca frontalmente con la imagen de unidad compacta que los judíos suelen proyectar al mundo. Pero no hay que llamarse a ingenuo engaño: el debate, la pluralidad de opiniones y las controversias fuerzas motoras de la supervivencia de los judíos como pueblo sin tierra. En otras ocasiones, es cierto, fueron causa de sus desgracias. En el 70 d. C., cuando los romanos asediaban Jerusalén, varios grupos y sectas judíos llevaron sus diferencias hasta las llamas a que fue reducida la ciudad de David. Fue el fin de su reino, y tuvieron que pasar dos mil años hasta que recuperaran la independencia, y no precisamente de forma amable.
El pre-Estado que nos muestra el cómic es, pues, una lucha enraizada en el mosaico de grupos que querían liderar la formación del nuevo Israel. Actualmente, el debate continúa. Ronald Lauder, presidente del Congreso Judío Mundial, ha dado un tirón de orejas a Israel en el New York Times, sobre todo sobre todo por el progresivo divorcio entre los judíos de la Diáspora, especialmente los norteamericanos, y la deriva sociopolítica del Israel actual, que ya hemos tratado en varias ocasiones. Ciertamente, ni Israel ni los judíos han perdido esa intensa pluralidad que vemos en las viñetas, en ocasiones tenebrosas, de Jerusalén, un retrato de familia.
Un suceso en el que el cómic se detiene con especial atención es la matanza de Deir Yasin, perpetrada por el Irgún y por el grupo terrorista Stern. En la memoria colectiva judía Deir Yasin pervive, al igual que otros acontecimientos, como las matanzas de Sabra y Chatila –llevadas a cabo por falangistas libaneses pero con el conocimiento del Ejército israelí– o el asesinato de Isaac Rabin, como una herida que no cicatriza. En las páginas del cómic, la herida vuelve a abrirse y a sangrar.
Otro acontecimiento dibujado con emoción contenida son las últimas horas del batallón del Irgún en la Ciudad Vieja de Jerusalén luchando contra la Legión Árabe jordana. En el epílogo de la batalla, Ezra Halaby corre desesperado hacia la Puerta de Damasco después de que entre en vigor el alto el fuego y los judíos hayan perdido el control del lugar. Sus lágrimas, incontenibles, se funden con esa imagen áspera de la ciudadela amurallada tan deseada y finalmente perdida. Jerusalén, en especial la Ciudad Vieja, representa, con todas sus consecuencias, el ansia milenaria de los judíos como pueblo. Teddy Kollek, alcalde de Jerusalén desde 1965 hasta 1993, definió esta relación a la perfección: “Si quiere una simple palabra que simbolice la historia judía, esa palabra es Jerusalén”.
La familia Halaby es también reflejo de un mundo que acaba y otro que empieza. Mientras el padre de los Halaby, Isaac, se resigna ante los constantes varapalos que recibe su familia, los hijos deciden pasar a la acción en sus respectivos ámbitos. La resistencia imperecedera pasa a ser lucha activa. La vieja generación que sufrió persecuciones y resistió durante milenios, contra la nueva generación que termina con la actitud de agachar la cabeza. La fundación del Estado de Israel, en este sentido, y en otros muchos, fue un hecho revolucionario.
En suma: Jerusalén, un retrato de familia tiene historia, acción, épica, amor y, sobre todo, como apuntábamos al principio, tragedia. Una tragedia que, 70 años después, no se ha resuelto aún.
Boaz Yakin y Nick Bertozzi, Jerusalén, un retrato de familia, La Cúpula, 2013.
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