Una perspectiva israelí sobre lo de Ucrania
Por Marcel Gascón
La primera ronda de sanciones occidentales no ha funcionado y la Rusia de Putin ha empezado la guerra a gran escala contra Ucrania. Horas antes de que esto ocurriera, Israel se pronunciaba al fin sobre la agresión que el autócrata del Kremlin venía perpetrando contra su vecino democrático. “Israel se suma a la preocupación de la comunidad internacional respecto al deterioro de la situación en el este de Ucrania, y está preparada, si así se le pide, para actuar en favor de una solución diplomática para devolver la calma a la región”, declaró el Ministerio de Exteriores. “Israel apoya la integridad territorial y la soberanía de Ucrania”, añade el comunicado, que sin embargo evita mencionar al país que ha roto la calma en la región y está violando tanto la integridad territorial como la soberanía de Ucrania. Recordemos que Jerusalén quiere evitar entrar en conflicto con Moscú debido a la fuerte presencia militar rusa en la vecina Siria. En el comunicado, Israel también se ofrece para “proveer de forma inmediata ayuda humanitaria” a Ucrania.
Según escribe Lahav Harkov en el Jerusalem Post, tanto Netanyahu cuando era primer ministro como Bennett ahora han intentado sin éxito convencer a Putin de que negocie con Ucrania. El último intento firme lo hizo Bennett al reunirse el pasado mes de octubre con el autócrata ruso. Aunque Ucrania continúe pidiéndole a Israel que siga intentándolo, los israelíes han insistido en que la Administración rusa rechaza de plano la idea y es inútil empeñarse en ella. Según escribe Harkov, Estados Unidos entiende la reticencia de Israel a la hora de adoptar una postura más clara y moralmente correcta en el conflicto. Israel es uno de los pocos países del mundo con buenas relaciones tanto con Moscú como con Kiev. O lo era, al menos, porque en Kiev crece la sensación de que Israel –que ha llegado a bloquear la venta a Ucrania de misiles del sistema defensivo israelo-americano Cúpula de Hierro– les ha traicionado.
Esa misma sensación parecen tener dos influyentes observadores de la agresión continuada, y exacerbada en las últimas horas, de Putin a Ucrania. “Veo que en la misma semana en que ha comunicado abiertamente que no tiene interés en la seguridad de Ucrania, Israel interpela al mundo en la cuestión del acuerdo iraní y la seguridad de Israel”, ha escrito en Twitter el especialista portugués en geopolítica Bruno Maçaes. Ha completado su comentario Yaroslav Trofimov, corresponsal en jefe de asuntos internacionales del Wall Street Journal: “Sí, un país a quien un vecino más grande quiere borrar del mapa debería ser más consciente del precedente que se sentará si otro país es borrado del mapa por un vecino más grande”.
Las argumentaciones de ambos son parcialmente correctas. Pero Maçaes omite que Israel no está haciendo nada para fortalecer a la Rusia de Putin, algo que sí hace el acuerdo nuclear iraní con el régimen de los ayatolás en Irán. Mientras, lo de Trofimov no convencería a los israelíes por una sencilla razón: los líderes del Estado judío están convencidos de que Occidente, y no sólo Occidente, les dejaría caer, como en realidad ha ocurrido ya, si las amenazas de, por ejemplo, Irán se materializaran en una guerra abierta de aniquilación contra el pequeño país que hoy se pone de perfil para no crearse más problemas de los que tiene.
De esto ha escrito precisamente mi admirado Dan Schueftan en su esperado artículo sobre lo que está sufriendo Ucrania. “Los ucranianos están aprendiendo hoy lo que los checos aprendieron en 1938 y los judíos se comprometieron a no olvidar nunca: no se puede contar con las democracias occidentales frente a la amenaza de un régimen autoritario dispuesto a recurrir a medidas militares para imponer su voluntad”. Israel lo sufrió en sus propias carnes en las guerras del pasado, en las que sus supuestos aliados llegaron a imponer embargos militares para que no pudiera armarse ante los enemigos que querían aniquilarlo. (De alguna forma lo ha hecho ahora Israel con Ucrania vetándole el acceso a la Cúpula de Hierro). Por suerte para Israel, sus líderes entendieron que debían construir una fuerza militar capaz de valerse por sí misma ante cualquier amenaza desde antes de que establecieran el propio Estado. Doy paso a una cita larga del doctor Schueftan:
Si Israel recibe asistencia [militar] es por su determinación de sobrevivir sin ella. Israel evita la guerra mediante la disuasión, ya que ha aprendido que lo que desata la agresión de regímenes autoritarios es la reticencia de las democracias a usar la fuerza incluso cuando las vías diplomáticas y económicas se han agotado. Desde el principio, Europa ha acusado a Israel de depender excesivamente de su ejército y le ha pedido que fundamente su seguridad nacional en la noción de ‘comunidad internacional’ que ella se ha inventado. Tanto Europa como la Administración Biden están demostrando ahora [con Ucrania] por qué no deben seguirse sus consejos. Ucrania habrá de conformarse con la simpatía del mundo y aceptar una severa violación de su soberanía. Si la suerte de Israel hubiera dependido de la movilización de las democracias occidentales, su suerte ya estaría sellada.
La conclusión a todo esto –lo que dice Schueftan y la actitud hoy del propio Israel con Ucrania– es que cada país, como en general cada persona, acaba mirando por sus intereses y pocos están dispuestos a pagar un alto precio por defender una causa justa que no es estrictamente la suya. El problema de Occidente, y sobre todo de Europa, está, quizá, en la hipocresía. En una vocación universalista y democratizadora con la que después no cumple. En su adicción a las palabras bonitas y a bellos ideales elevados por los que luego no está dispuesto (o dispuesta, porque es más el caso de Europa) a bajar al barro.
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