martes, 20 de marzo de 2018

Contextos

¿Qué tienen que ver el traslado de la embajada a Jerusalén y el acuerdo nuclear con Irán?

Por Evelyn Gordon 

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"Ciertamente, no hay garantías de que el intento de Trump por corregir el acuerdo con Irán vaya a dar frutos; los europeos están empeñados en quitárselo de en medio con meros retoques cosméticos. Pero no habría ninguna posibilidad de no haber sido por la amenaza creada por el traslado de la embajada. Y si surge algo concreto de este intento, aunque sólo sea una modesta mejora, como la adopción de medidas estrictas contra el programa de misiles balísticos de Irán, será en gran medida porque Trump hizo lo correcto sobre Jerusalén"
Cuando, a principios de mes, se reunió con el presidente de EEUU, Donald Trump, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, llevaba dos puntos importantes en la agenda: agradecer a su interlocutor su decisión de trasladar la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén y urgirle a que emprendiera acciones con respecto a Irán. A primera vista, no parece que ambos asuntos guarden relación. Pero lo cierto es que sí están relacionados, y de qué manera. La decisión de trasladar la embajada ha resultado ser un elemento fundamental en el empeño de Trump por renegociar el acuerdo nuclear con Irán.
Para entender por qué, consideremos el dilema al que se enfrentaba su Administración cuando asumió al poder. Sin una amenaza seria de abandonar el acuerdo nuclear, era imposible que siquiera los aliados europeos de EEUU –y mucho menos Rusia, China e Irán– se avinieran a negociar una solución para las principales fallas del mismo. Sin embargo, la creencia general era que la Administración Trump no se atrevería a despreciar a todo el planeta –y a la práctica totalidad de la comunidad política norteamericana– retirándose del acuerdo. Así las cosas, ¿cómo hacer que la amenaza fuese creíble?
Aquí es donde entra en juego el asunto de la embajada. También en esto la creencia general era que la Administración no se atrevería a desairar al resto del mundo, así como a la práctica totalidad de la comunidad política norteamericana, llevando a cabo el traslado. Además, había una semejanza estructural con el acuerdo nuclear: de la misma manera que el presidente ha de firmar periódicamente exenciones para mantener vivo el acuerdo con Irán, debía hacer lo propio para mantener la embajada en Tel Aviv.
Por lo tanto, éste resultó ser el asunto perfecto para demostrar que Trump sí plantaría cara al mundo y rechazaría el acuerdo con Irán si no se revisara de una manera que considerara satisfactoria. De hecho, el procedimiento que ha seguido con la embajada es prácticamente un calco del que viene siguiendo con el acuerdo nuclear.
La primera vez que le tocó revisar la exención del traslado de la embajada fue el pasado junio. Trump la firmó. No obstante, aseguró que no iba a seguir haciéndolo eternamente. La segunda vez, en diciembre, comunicó oficialmente el traslado de la embajada, pero dijo que se tardarían unos años en encontrar un emplazamiento en Jerusalén y en levantar el edificio. Y volvió a firmar la exención. Después, el mes pasado, Trump anunció que la embajada se reubicaría oficialmente en mayo en unas dependencias provisionales del consulado estadounidense en Jerusalén. Es decir, que no habrá una tercera exención.
Las exenciones relativas a Irán han seguido un patrón similar. La primera vez que tuvo que revisar el acuerdo, Trump emitió el certificado correspondiente de que Irán estaba cumpliendo y de que aquél servía a los intereses de Estados Unidos, pero aseguró que no iba a seguir haciéndolo eternamente. La segunda vez descertificó formalmente el acuerdo, pero firmó la exención que evita el restablecimiento de las sanciones contra Irán. La tercera vez volvió a firmar la exención, pero amenazó explícitamente con no volver a hacerlo.
De no haber sido por el traslado de la embajada, esta amenaza habría sido considerada una bravuconada en las capitales de todo el mundo. En cambio, los líderes internacionales han tenido que tomársela en serio. Sí, es cierto que cabe la posibilidad de que Trump sólo se esté marcando un farol. Pero también hay una posibilidad real de que hable en serio, como ocurrió con el asunto de la embajada.
Esto significa que los líderes europeos, que inicialmente se habían negado a hablar siquiera de cualquier cambio en un acuerdo que les parece bien como está, ahora se sienten presionados a hacer al menos alguna concesión a Trump, aunque sólo sea para evitar que dinamite todo el acuerdo. Así, el mes pasado el presidente francés, Emmanuel Macron, manifestó su apoyo a que el programa iraní de misiles balísticos, sobre el que no existe el menor control, se someta a un plan de vigilancia y sanciones. Ésta es uno de los agujeros del acuerdo con los que la Administración Trump quiere acabar.
El acuerdo con Irán no es lo que llevó a Trump a trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén. La principal razón fue que se trataba de lo correcto. Es algo que el Congreso norteamericano decidió que había que hacer hace más de veinte años, una promesa que han hecho repetidas veces los candidatos presidenciales de ambos partidos y que nunca se ha cumplido. Sobre todo, el traslado se ha decidido porque Jerusalén es realmente la capital de Israel, y es ridículo seguir fingiendo otra cosa.
Pero también demuestra que lo correcto es a veces también lo inteligente. Ciertamente, no hay garantías de que el intento de Trump por corregir el acuerdo con Irán vaya a dar frutos; los europeos están empeñados en quitárselo de en medio con meros retoques cosméticos. Pero no habría ninguna posibilidad de no haber sido por la amenaza creada por el traslado de la embajada. Y si surge algo concreto de este intento, aunque sólo sea una modesta mejora, como la adopción de medidas estrictas contra el programa de misiles balísticos de Irán, será en gran medida porque Trump hizo lo correcto sobre Jerusalén.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

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