domingo, 27 de octubre de 2019

La Librería


Distorsionando a Ben Gurión


Por Efraim Karsh 

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"Como sus colegas revisionistas, Seguev no se toma la molestia de basarse en los puros hechos en su empeño de reescribir a Ben Gurión y, por extensión, la historia de Israel. La biografía seminal de Ben Gurión, en cuatro volúmenes, escrita por el difunto Shabtai Teveth y publicada entre 1976 y 2004 sigue siendo la obra de referencia sobre el padre fundador de Israel"
Fue hace muy poco cuando David ben Gurión dejó de ser el primer ministro israelí que más tiempo ha desempeñado el cargo. Ese honor le pertenece ahora a Benjamín Netanyahu, aunque su futuro político es cada vez más incierto. Sea como fuere, la talla de Ben Gurión como padre fundador de Israel se podría dar por sumamente asegurada, dado su papel crucial, tal vez indispensable, en la salvación del pueblo judío del olvido político y en el restablecimiento del propio pueblo judío en su patria ancestral.
Una gran cantidad de biografías –en su mayoría elogiosas, pero en modo alguno acríticas– han recogido los detalles de la agitada vida de Ben Gurión sin socavar su estatus casi mitológico. Aun así, un grupo de académicos y periodistas israelíes revisionistas están volcados en mancillar su reputación, como parte de su empeño, que dura ya décadas, de reinterpretar el periodo fundacional de Israel. A State at Any Cost (“Un Estado a cualquier coste”), de Tom Seguev, es el más reciente de sus frutos.
David ben Gurión nació en 1886 en el seno de una familia sionista en la pequeña localidad polaca de Plońsk; en 1906 se mudó al distrito otomano de Jerusalén (Palestina no existía como territorio unificado en aquel entonces), donde combinó la actividad política con el trabajo en la agricultura. Deportado tras el estallido de la Primera Guerra Mundial junto con numerosos líderes sionistas, Ben Gurión pasó la mayoría de la contienda en Nueva York, donde conoció y se casó con su esposa antes de regresar a Palestina, al término del conflicto.
En 1935 se convirtió en el líder del movimiento sionista mundial, guiándolo a través de los tumultuosos años de la Segunda Guerra Mundial y la posterior lucha por la independencia. El 14 de mayo de 1948 proclamó el establecimiento del Estado de Israel y se convirtió en su primer ministro y en su ministro de Defensa, cargos que ocupó hasta 1963 (con una breve interrupción entre 1953 y 1955). Dos años después creó un nuevo partido político, pero fue derrotado en las elecciones generales. Se retiró de la política en 1970 y pasó sus últimos años en su modesto hogar de un kibutz del Neguev, antes de morir –el 1 de diciembre de 1973– a la edad de 87 años.
Seguev presenta algunos de estos detalles de forma directa, y añade poco a lo que ya habían contado otros biógrafos. Pero en el núcleo de su crónica se halla el deseo de presentar al padre fundador de Israel como el destructor de la sociedad árabe palestina; es decir, como un líder profundamente implicado en lo que Seguev y sus colegas revisionistas consideran el pecado original de la creación de Israel: la supuestamente deliberada y agresiva desposesión de la población árabe palestina.
seguev-libro-ben-gurionEl enfoque de Seguev es, por lo general, polémico. Así, dice que en fecha tan tardía como mediados de 1942 Ben Gurión aún tenía que “asumir la naturaleza única del antisemitismo racial nazi”, aunque se basa en una breve y engañosa cita de un discurso de Ben Gurión del que cualquier lector ecuánime extraería la conclusión de que aquél entendía plenamente las dimensiones de “la campaña de exterminio” de Hitler contra “el conjunto del pueblo judío” (como expresó el propio Ben Gurión en otra parte de ese mismo discurso). Sea como fuere, el principal esfuerzo distorsionador del libro apunta a la perspectiva ideológica de Ben Gurión –y, en general, del movimiento sionista– respecto a los árabes palestinos. 
Seguev rastrea el presunto “anhelo de vaciar Palestina de sus habitantes árabes” hasta el padre del sionismo político, Theodor Herzl, pero basa su acusación en una única cita truncada de una entrada del diario de Herzl del 12 de junio de 1895, en la que supuestamente insinuaba ese deseo. El caso es que esa cita, que ha sido un ingrediente habitual de la propaganda palestina durante décadas, no menciona ni a los árabes ni a Palestina, por la sencilla razón de que en aquel entonces Herzl no era aún sionista. No pretendía restablecer a los judíos en su patria ancestral, sino salvar a la judería europea de los estragos del antisemitismo reubicándola lo más lejos posible del continente. Así, el 13 de junio de 1895 anotó en su diario: “Supongo que iremos a Argentina (…) Tendría mucho a su favor, debido a su lejanía de la sórdida Europa militarizada”.
Herzl tampoco mostró el menor interés en expulsar a los árabes palestinos una vez abandonó sus elucubraciones argentinas y abrazó la causa sionista: no en su célebre tratado político, El Estado judío (1896), y no en su novela sionista Altneuland (Tierra Antigua y Nueva), donde pintó la imagen idílica de la convivencia árabe-judía en una Palestina futura. Tampoco hay alusión alguna a la expulsión de los árabes en sus escritos públicos, su correspondencia privada o sus discursos.
La verdad es que, lejos de tratar de desposeer a los árabes palestinos, como afirma Seguev, el movimiento sionista siempre estuvo abierto a la existencia de una considerable minoría árabe en el futuro Estado judío. Nada menos que Zeev Jabotinsky, fundador de la facción antecesora del actual Likud, habló (en un famoso ensayo de 1923) de “prestar juramento de que ni nosotros ni nuestros descendientes haremos nunca nada contrario al principio de la igualdad de derechos [ni] trataremos de expulsar a nadie”. Si esta era la postura de la facción más militante del movimiento nacional judío, no es de extrañar que el sionismo mayoritario diera por sentada la plena igualdad de derechos de la minoría árabe en el futuro Estado judío.
El propio Ben Gurión sostuvo ya en 1918: “Si el sionismo desease expulsar a los habitantes de Palestina, sería una utopía peligrosa y un espejismo nocivo y reaccionario”. Incluso en diciembre de 1947, poco después de que los árabes palestinos incurrieran en violencia generalizada para subvertir la recién aprobada resolución de partición de Naciones Unidas, le dijo a su Partido Laborista: “En nuestro Estado también habrá no judíos, y todos ellos serán ciudadanos en pie de igualdad; iguales en todo, sin ninguna excepción; es decir, que el Estado será también su Estado”. Acorde con esta concepción, los comités que sentaron las bases del incipiente Estado judío hablaron de la creación de una prensa en lengua árabe, de la incorporación de funcionarios árabes a la Administración y de la interacción cultural entre árabes y judíos.
Ignorando estos hechos por completo, Seguev acusa a Ben Gurión de utilizar la resolución de partición como trampolín para implementar el antiguo “sueño sionista” de “un máximo de territorio, un mínimo de árabes”, aunque no aporta prueba alguna, más allá de un pequeño número de declaraciones sacadas de contexto o simplemente distorsionadas y tergiversadas. Por poner un ejemplo representativo: “Ben Gurión anotó [en su diario] una larga lista de preguntas que aguardaban su decisión, entre las cuales estaba: ‘¿Habría que expulsar a los árabes?’”, escribe Seguev. Con fecha 8 de mayo de 1948, menos de una semana antes de que proclamara el Estado de Israel, la cita pretende demostrar que Ben Gurión consideró activamente la posibilidad de expulsar del país a la población árabe.
Sin embargo, la entrada del diario no dice “¿Habría que expulsar a los árabes?”, sino: “¿Habría que expulsar a árabes?”. Y esta pregunta se planteaba en relación no con la comunidad árabe palestina en su conjunto, sino con el pequeño número de árabes locales atrapados en la lucha. Según el plan operativo de la Haganá –adoptado a mediados de marzo de 1948, dos meses antes de la estadidad, para revertir la agresión árabe palestina y repeler la esperada invasión de los Estados árabes–, las localidades árabes que habían servido como plataformas de ataque a objetivos judíos podían ser destruidas y sus habitantes, expulsados. Sin embargo, se trató de una medida exclusivamente táctica dictada por consideraciones militares ad hoc, en particular por la necesidad de privar al enemigo de territorios estratégicos si no había fuerzas judías para contenerlo. No sólo no reflejaba ninguna intención política de expulsar a los árabes, sino que la lógica global del plan se basaba, según instrucciones explícitas del comandante en jefe de la Haganá, en un Estado hebreo sin ninguna discriminación y con el deseo de una convivencia basada en la libertad y la dignidad mutuas.
Son muchas más las sutilezas y distinciones no abordadas en A State at Any Cost. Como sus colegas revisionistas, Seguev no se toma la molestia de basarse en los puros hechos en su empeño de reescribir a Ben Gurión y, por extensión, la historia de Israel. La biografía seminal de Ben Gurión, en cuatro volúmenes, escrita por el difunto Shabtai Teveth y publicada entre 1976 y 2004 sigue siendo la obra de referencia sobre el padre fundador de Israel.
© Versión original (en inglés): BESA Center© Versión en español: Revista El Medio

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