miércoles, 16 de octubre de 2019

NAZISMO – Drama de los Judios de Salónica-MILIM CULTURAL
Hace unos meses, el alcalde de Tesalónica, Yannis Butaris, dio un discurso (publicado el 31 de enero de 2018) en el que recordaba a la comunidad judía de la ciudad, masacrada por los nazis y sus acólitos griegos durante la invasión de Grecia (1941-1944).

Hace unos meses, el alcalde de Tesalónica, Yannis Butaris, dio un discurso (publicado el 31 de enero de 2018) en el que recordaba a la comunidad judía de la ciudad, masacrada por los nazis y sus acólitos griegos durante la invasión de Grecia (1941-1944).
Es esencial recordar el contexto de este discurso. Se trata de un país en el que 300.000 personas votaron en las elecciones de 2015 a un grupo neonazi, Amanecer Dorado, que desde entonces tiene representación en el parlamento griego (es la tercera fuerza política) y que desciende ideológicamente de esos colaboradores griegos de los nazis. He traducido algunas partes.
Butaris hizo referencia a las culpas de la ciudad: « ¿Quiénes lloraron en 1945 por sus vecinos desaparecidos? ¿Qué monumentos se erigieron? ¿Qué ceremonias tuvieron lugar? Solo la comunidad israelita, ensangrentada y harapienta, luchó por restablecer su existencia y llorar a sus muertos. A la ciudad, a la sociedad, al país entero le resultó indiferente. Excusaron lo inexcusable. Hicieron como que no sabían lo que había pasado, quién lo llevó a cabo, quién ayudó, quién protegió mientras otros muchos destruían, quemaban, robaban, se apoderaban del espacio y de las existencias de los muchos ausentes y de los escasos presentes».
Butaris relató en su discurso la historia de Buena Serfatí, una mujer judía tesalonicense que, tras haberse refugiado en las montañas, haberse unido a la resistencia griega que combatió contra los nazis (en dos organizaciones distintas) y de haberse desplazado a Palestina, volvió a la Jerusalén de los Balcanes, como llamaban a Tesalónica, para enterarse de que su hermano Eliahu, su hermana Regina, su centenaria abuela Miriam y sus tías habían sido asesinados por los nazis en los crematorios de Auschwitz-Birkenau durante la primavera de 1943.
Butaris se pregunta, en el Día del Recuerdo de los Mártires Judíos y de los Héroes del Holocausto, si a los judíos víctimas de la Shoá se les puede considerar mártires, teniendo en cuenta que no sacrificaron sus vidas voluntariamente, que no tuvieron el derecho a elegir y que merecen mucho más que ser considerados santos por parte de los europeos cristianos, cuando estos últimos pensaron durante siglos que los judíos eran demonios. Eran personas y es lo que reclamaban ser.
Pero a los pocos miles de judíos que sobrevivieron, al regresar a Tesalónica, sus conciudadanos cristianos ortodoxos los consideraban traidores, colaboradores de los nazis. A las mujeres judías las consideraban prostitutas.
Un periodista estadounidense contaba que los cristianos tesalonicenses veían a los judíos tesalonicenses que habían sobrevivido a los campos de exterminio como «pedazos de jabón no aprovechados».
Los únicos judíos vistos como héroes (desde el punto de vista de algunos griegos cristianos, es decir, de los vencedores de la guerra civil, de los que colaboraron con los nazis) fueron los que lucharon en el ejército griego, en el frente albanés (contra los italianos, antes de la invasión nazi), que sobrevivieron a los crematorios y murieron durante la guerra civil griega (1946-1949), luchando contra los partisanos comunistas.
Se pregunta Butaris, un poco más adelante, cómo se tuvo que haber sentido Buena Serfatí cuando comprobó que el tendero que un día le vendió unos frutos secos utilizó como recipiente una pedazo de la Torá perteneciente a su familia; cuando bien pudo haberse enterado de que el patio de la iglesia de Ayios Dimitrios se construyó con lápidas del cementerio judío de Tesalónica («material sin valor», según el arqueólogo Stilianós Pelekanidis, supervisor de dicha reconstrucción), destruido por los nazis y por griegos cristianos, funcionarios del ayuntamiento; cuando supo que el Hospital Ajepas y la Universidad Aristotelios se construyeron sobre una de las mayores necrópolis de Europa, el antiguo cementerio judío; cuando se enteró de que las lápidas que se dispusieron frente al cuartel general y en las inmediaciones del Teatro Real fueron utilizadas por el ayuntamiento de Tesalónica, en noviembre de 1948, para la construcción de calles y aceras, a pesar de las intensas protestas de la comunidad israelita, lápidas que se habían dispuesto públicamente frente a la Torre Blanca y en el recinto de la Exposición Internacional, incluso hasta diciembre de 1948; cuando vio a una joven griega cristiana, amiga de su familia, llevar con estilo un bolso de plata que era una reliquia familiar; cuando se enteró de que otra joven judía vio una alfombra de su familia en casa de una familia de cristianos; cuando supo que un libro judío, más adelante devuelto al Museo Hebreo, se hallaba en la biblioteca de la Hermandad Benéfica de Hombres de Tesalónica.
En 1962 se inauguró el monumento en memoria de los judíos tesalonicenses, en el nuevo cementerio judío. En 1997 se construyó un monumento, esta vez en suelo público, pero en una localización poco visible. Cuando se colocó en su lugar natural, la Plaza de la Libertad, Butaris relata que este hecho produjo más sorpresa que satisfacción. Se tuvo que esperar hasta 2004 para que el parlamento griego, por unanimidad, aprobase la instauración del Día del Recuerdo.
Hasta 2011 no comenzó a celebrarse el día correspondiente en toda la ciudad. Hasta 2014, la Universidad Aristotelios no construyó un monumento que conmemorase la destrucción del cementerio judío. Butaris espera que en un futuro no muy lejano se pueda instalar una placa correspondiente en el recinto de la iglesia de Ayios Dimitrios, de «San Dimitrios de los judíos muertos», en el verdadero mausoleo judío de Tesalónica.
La plaza de la Libertad constituye, al decir de Butaris, un espacio democrático. En ella, los tesalonicenses de tres confesiones (musulmanes, judíos y cristianos) celebraron en 1908 la declaración de la constitución del Imperio Otomano. Es también un espacio relacionado con la erradicación y los refugiados, el lugar desde el que (entre 1922 y 1923) partieron, expulsados de la ciudad, los musulmanes de Tracia a Turquía y al que llegaron los griegos refugiados después de la Catástrofe de Asia Menor y del genocidio de los griegos pónticos.
Fue el espacio donde los nazis, durante el llamado sábado negro, el 9 de julio de 1943, escarnecieron a 9.000 varones judíos, frente a la mirada de los cristianos griegos. Butaris expresa, al final de su discurso, la aspiración a que el Museo del Holocausto de Tesalónica convierta la página arrancada de Buena Serfatí en conocimiento histórico.
Al alcalde de Tesalónica: Yo, Roby Varsano, que durante décadas he llevado tatuado en el brazo el número 115.365, superviviente de los campos de Auschwitz-Birkenau, querría decir «bravo» a todos ustedes, a los que decidieron honrarnos con un gesto simple, pero tan simbólico, a todos los judíos expulsados de nuestra ciudad, Tesalónica. El cambio de nombre de la calle Azanasios Jrysojóu, actualmente Alvertos Nar, es una respuesta oculta desde hace años en los cajones de la burocracia, de las conveniencias y de la indiferencia. No querría referirme al general Jrysojóu. Tanto nosotros como muchos patriotas lo conocemos bien. Me referiré a Alvertos, el literato, aquel muchacho a cuyos padres Max Merten (el que supervisó la «solución final» en nuestra ciudad) persiguió con saña.
Se libraron de los campos de concentración de los nazis, como me libré yo, y se engancharon, como yo, a las cenizas. Y aguantamos, tuvimos hijos para vengarnos de la muerte, a la que burlamos. Los padres de Alvertos, como yo y muchos otros, sobrevivimos y luchamos duramente para expulsar la abyección de nuestras vidas. Todos los supervivientes luchamos día y noche para expulsar del cuerpo… esa maldita, carbonizada abyección. Nunca buscamos venganza. Ignoramos muchas veces la injusticia, dejando que la historia decidiese y castigase por nosotros. Yo fui algo más afortunado. A comienzos de la década de los cincuenta, me encontré cara a cara con Merten y participé en su detención. Otra cosa fue cómo reaccionó el gobierno griego.

Lo deseable para mí era que se desvelase su papel, que salieran los supervivientes a mirarle a los ojos, no con odio, sino con ganas de reírse de él, porque ellos le vencieron, aun siendo todopoderoso. Lo mismo querría yo para los griegos que colaboraron con él y los suyos. Pero la «patria agradecida» los dejó sin castigo, les confirió dignidades, les dio oportunidades…
Y ahora el ayuntamiento llega para desclavar las mentiras, gracias a la verdad histórica.
Soy tan viejo que no sé lo que ocurrirá mañana. Pero me siento demasiado viejo para gritarles a todos ustedes: restauren la verdad. Honren a aquellos que fueron sacrificados en nuestra ciudad. Superen todo lo que conlleva división. Reescriban la historia con verdades. No con mis verdades, sino con las verdades del mundo. Aquellas ideologías que desangraron a la humanidad, que exterminaron a millones de personas en nombre de una supuesta excelencia, no tienen sitio en esta ciudad.
Se lo digo yo, Roby Varsano, a mis 93 años, uno de los poquísimos que sobrevivieron al Holocausto, con el número 115.365 tatuado en el brazo.
Con afecto, ROBY VARSANO

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