martes, 30 de julio de 2019

Daniel Karpuj

LA VIDA DUELE
No, la vida no es una herida absurda.
Pero la vida duele.
Conmueve, estremece.
Duelen la belleza escandalosa de una noche estrellada,
La inocencia y la ingenuidad del niño,
Las olas rompiendo contra las piedras imperturbables, al atardecer.
Duelen ciertos recuerdos de la infancia que no puedo recordar, los ojos verdes de un gato, las gaviotas en invierno, y los copos de nieve cayendo junto con los primeros rayos del Sol.
No, la vida no es una herida absurda.
Pero la vida duele.
Conmueve, estremece.
Duelen la fragilidad y la potencia de cada instante,
la consciencia del tiempo desperdiciado,
la confusión y la ignorancia del hombre que supone “ser alguien”, por el solo hecho de “tener algo”.
Duelen el amigo que partió sin avisar,
El abrazo que no dimos, el deterioro del amor, y las despedidas en cualquiera de sus modos.
La ingratitud del hombre que eligió perder su memoria.
Duelen los ideales incumplidos, los cuadernos dejados a medias, y la imposibilidad para elevar una plegaria auténtica, y clamar: “no, no me abandones ahora, porque hoy te necesito más que nunca”.
Y duele la gente insensible, vacía, frívola, a la que nada, nunca, les duele lo más mínimo.
Y sus sonrisas huecas, presumidas, carentes de rumbo y de sentido.
No, la vida no es una herida absurda.
Pero la vida duele.
Conmueve, estremece.

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