lunes, 28 de octubre de 2019

Durante los últimos años Abu Bakr al Bagdadi no se separó del cinturón de explosivos, consciente de la cacería desatada para dar con sus huesos. Su muerte, una crónica anunciada que tardó en llegar, representa el fin de una época del autodenominado Estado Islámico pero probablemente no el desenlace definitivo a la sangrienta historia del grupo. "No creo que podamos afirmar que su muerte marcará el final del Daesh", avanzó hace dos años el general británico Rupert Jones, subcomandante entonces de la coalición internacional contra el IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés). Una constatación que sigue plenamente vigente ahora, alimentada por las sospechas de quienes consideran que la ubicación del autoproclamado califa -en la provincia siria de Idlib, en territorio hostil para el grupo- obedece a una operación interna para deshacerse de él y dejar paso a una nueva generación.

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