




Que la Universidad de Columbia haya detenido a unos 300 estudiantes que meses atrás generaron las iracundas protestas antisionistas es quizás un signo de una nueva actitud por parte de las autoridades. Algunos sentirán que es una mera reacción ante los recortes presupuestarios que el gobierno impuso como pena, pero también es posible lo más alentador: que hayan entrado en razón .
Si así fuera, sería indispensable una renovación del plantel académico.
Se trata de una fábrica de violencia inescrupulosa. Estamos en momentos críticos, en los que sería ideal lanzar programas de estudio que denuncien al antisionismo como lo que es: un movimiento genocida y retrógrado.
Uno que, si no es detenido a tiempo, anula toda convivencia.
Gustavo Perednik
Bajo la Lupa
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