lunes, 27 de marzo de 2017


 

Después de la pacífica y cálida recepción de la inmensa mayoría del pueblo gijonés a la Selección Nacional de fútbol de Israel, a su bienvenida y confraternización con la hinchada israelí, después de no presenciar ni una tarjeta roja de la infamia en El Molinón, y de comprobar cómo el estadio respetaba y aplaudía los símbolos nacionales del pueblo israelí, después de que en la calle sólo un pequeño grupúsculo se sumase a la caza virtual del israelí, ha quedado meridianamente claro el fracaso del  boicot discriminatorio, y muy especialmente, el de sus instigadores que, por acción u omisión, pusieron a Gijón en el mapa de la ignominia antisemita. Ha sido precisamente el pueblo de Gijón con su actitud ejemplar y plena de sentido común quien han sacado del barro del boicot a una ciudad que políticos perversos habían sumido.
La moción de boicot nació por iniciativa de subvencionados del poder, manutención que abona dicho poder en un vano intento de apaciguamiento.  La consecuencia, además de esquilmar el erario gijonés, es colocar en primera línea de decisión a profesionales del odio que viven de nuestros impuestos. Es tarea futura para la sociedad civil y los políticos con valores analizar y atajar esa sangría presupuestaria que acaba en organizaciones opacas con intereses oscuros. Ni la Paz, ni el diálogo, ni el encuentro están entre los objetivos de esas organizaciones.
La moción triunfó provisionalmente por la cobardía cómplice de políticos que se ponen de perfil y acceden a cebarse en objetivos que (creen) no pueden defenderse. En ese papel cabe destacar a Carmen Moriyón, de Foro Asturias, y José María Pérez, del PSOE. Aquel texto aprobado no era un “mero brindis al sol” como falazmente se ha querido revestir posteriormente. Obedecía a un plan metódico, industrialmente diseñado,  de condenar al ostracismo y a la falta de libertad a personas por su mera condición de origen, o a quienes simpatizaren con ellos. El aviso formal, burocrático, a las compañías públicas para ejecutar el boicot es el mejor ejemplo de ello.
Mientras la alcaldesa se parapetaba en una creciente cascada de mentiras, procurando eliminar de la agenda pública un escándalo xenófobo como este, se produjo la reacción vigorosa de los gijoneses: la movilización de la sociedad civil a través de organizaciones como El Club de los Viernes y la iniciativa política de Partido Popular y Ciudadanos. Los medios de comunicación han cubierto expectantes el escándalo, y mientras tanto, pacientemente, ACOM desarrollaba su acción legal contra la decisión del Consistorio, sentencia cuya resolución a favor de nuestros postulados era previsible en próximas fechas.

El encuentro deportivo entre ambas naciones sólo ha expuesto la mediocre estupidez y miopía de determinados políticos. A pesar de la evidencia de la ilegalidad e irresponsabilidad moral del boicot mantuvieron su posición más allá de las propias directrices globales de sus partidos. En última instancia, sólo cuando la presión pública era asfixiante, o cuando los sillones corrían peligro de ser movidos, dieron un paso atrás, pero para mayor escarnio, a través de una pueril pataleta de declaración colmada de falsedades jurídicas e históricas, impropia de cualquier ciudadano de bien, aberrante en un cargo público.
Los sectarios, que viven de montar el lío, de crear un espacio permanente de confrontación, organizaron la que tenían por una manifestación de gran éxito. Ni éxito, ni manifestación (vista la afluencia ínfima).  La respuesta de la sociedad cabal fue acertada: diálogo, activa presencia del Club de los Viernes, papel rector desempeñado por el PP, y también C’s, con su reunión con el embajador. También la presencia de 300 aficionados a Israel en la gradas, con notable presencia de evangélicos, los mensajes de crítica a la decisión del boicot llegados desde todas las esferas del periodismo nacional, muy especialmente el deportivo. O la inestimable articulación de respuesta de la sociedad asturiana en búsquedas de oportunidades de progreso, con la celebración de un vital encuentro entre empresarios líderes y el embajador de Israel, que aventuran grandes oportunidades para Gijón y todo el Principado (enmendando la plana a la  alcaldesa y evidenciando lo que el empresariado estratégico asturiano piensa de cualquier boicot a Israel).

El boicot a Israel era una iniciativa marginal que nunca debería haber asomado la cabeza en la agenda gijonesa. Un boicot cuya paternidad es atribuible a políticos irresponsables. Un boicot que ha causado un daño enorme a la ciudad. Un boicot que ha sido derrotado gracias a la alianza de grupos en defensa de las libertades cívicas, a través de una estrategia desacomplejada que ha desenmascarado al movimiento BDS, suponiendo un gran precedente disuasorio.
Un boicot muerto, que nunca debió nacer.

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