lunes, 23 de septiembre de 2019

Jack Lang, exministro de Cultura francés, encargó en 1985 la ejecución de una estatua del capitán Alfred Dreyfus para ubicarla en el patio de la Escuela Militar de París. Allí mismo, en 1894, Dreyfus había sido humillado públicamente (despojado de sus insignias) antes de partir hacia su encarcelamiento en la Guayana Francesa. Todo por un delito de traición que sus superiores sabían que no había cometido. Sin embargo, su estatua no pudo resarcir el agravio en aquel lugar tan simbólico: el Ejército rechazó la talla con el razonamiento de que no sería visible para el gran público en el patio de la Escuela Militar, así que la efigie del soldado terminó presidiendo un rincón de los jardines de las Tullerías. ¿Era válido el argumento del Ejército o se negaba a albergar una estatua que le recordaría vergonzosamente una injusticia histórica? La respuesta es una incógnita. Este suceso no tan alejado de nuestros días demuestra cuán hondo caló el caso Dreyfus.

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