RABIN: A 26 AÑOS DEL ÚLTIMO ESTADISTA
Hace 54 años, cuando hice aliá a Israel, el entonces jefe de Estado Mayor de Tzáhal, el teniente general Itzjak Rabin, se había convertido en el héroe de la Guerra de los Seis Días que triplicó la superficie territorial controlada por el Estado hebreo. Más adelante fue embajador en Washington, primer ministro y también ministro de Seguridad en el Gobierno de Unidad Nacional de Shimón Peres e Itzjak Shamir.
Yo lo observaba a la distancia, ocupado como estaba con mi propia carrera educativa, académica y periodística. Desde esos diversos ángulos, en 1992, durante su segundo mandato como primer ministro, tuve el privilegio de conocer cómo se gestaba algo histórico en un líder que era más estadista que político.
¿Cuál es la diferencia entre ambos? Un estadista piensa en el futuro de su país, en tanto que el político se concentra únicamente en las próximas elecciones.
Por ejemplo, una de las principales prioridades que estableció Rabin para su nuevo gobierno fue elevar los estándares de vida de los árabes israelíes. No lo hizo porque de repente se convirtieran en sus mejores amigos. La mayor parte de su vida la pasó luchando contra ellos. Pero, siendo el hombre honesto que era, reconoció las décadas de discriminación sufridas por las comunidades árabes israelíes - uno de cada cinco ciudadanos del Estado - y decidió que debía interrumpir esa tendencia y revertirla. Con esa visión, formó un equipo de trabajo bajo el mando del director general de su gabinete, Shimon Sheves, para impulsar una campaña de reafirmación en aldeas y ciudades de la minoría árabe.
Ser visto como simpatizante de árabes no era nada popular a nivel político en aquel momento en Israel, al igual que no lo es tampoco hoy; algo que dejó bien claro Bibi Netanyahu con su advertencia un día antes de las pasadas elecciones acerca de los "árabes que van en manada a votar en autobuses rentados por la izquierda". Rabin se dio cuenta del potencial riesgo político, pero como estadista su objetivo era un Estado judío del que todos sus ciudadanos pudieran sentirse orgullosos e iguales.
Mucho más radical, por supuesto, fue su decisión de llegar a un acuerdo de reconocimiento mutuo entre Israel y la OLP. La gran mayoría de los entonces miembros de su Partido Laborista repetían una y otra vez el mantra de que nunca hablarían con la OLP ni aceptarían un Estado palestino; y un buen día se encontraron ante las noticias que llegaban desde Oslo. La primera reacción fue de estupefacción, después se sintieron intrigados: ¿Rabin el intransigente se había convertido de la noche a la mañana en una negociador?
Contemplándolo en retrospectiva, Rabin ya había dado señales de este cambio de rumbo. Al dirigirse a la Knéset en enero de 1993, hizo un anuncio sorprendente: Irán iba a iniciar un proyecto militar nuclear. Después añadió: "Es uno de los motivos por los que debemos aprovechar este espacio de oportunidades y tratar de avanzar hacia la paz". Nadie de los que estaban en la sala, excepto Shimón Peres, entonces ministro de Exteriores, sabía que no hablaba de hipótesis y que mientras lo afirmaba las tratativas iban tomando forma en Oslo.
Irán no fue el único motivo para el cambio de política de Rabin, ni siquiera el más importante. El profesor Shlomó Avineri, un eximio analista político de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que se desempeñó con Ygal Alón como director general del ministerio de Exteriores en el primer gobierno de Rabin, reveló que éste ya le había dicho discretamente en 1975 que Israel debería retirarse más o menos a las fronteras establecidas en 1967, porque no podría gobernar a millones de palestinos. A pesar de ello, previno Rabin, antes Israel tendría que renovar su efecto disuasorio respecto a los árabes, dañado por el ataque sorpresivo en la Guerra de Yom Kipur (1973). Tan sólo entonces, y teniendo claras ventajas a nivel ofensivo, Israel debería encarar ese poder a fin de realizar las maniobras políticas necesarias para preservar su carácter judío y democrático.
Decir que Oslo le salió mal a Rabin sería quedarse muy restringido. No fueron elecciones las que pusieron fin a su carrera política, sino la terrible incitación contra su persona, la misma que cargó las balas que le arrebataron la vida. Pero su legado sigue vivo y, a diferencia de otros que intentan definir cuál es, yo lo tengo muy claro: Con el tipo de retos a los que se enfrenta Israel, y para que siga existiendo y prosperando, necesita líderes que sean estadistas, no políticos.
Suelen preguntarme qué ocurriría hoy si Rabin no hubiera sido asesinado. Normalmente, lo que hago es pedirles que lean el libro del historiador británico E.H. Carr "¿Qué es la historia?". Carr refuta allí la teoría de la "Nariz de Cleopatra" propugnada por el filósofo francés Blaise Pascal, que defendía que si Marco Antonio no se hubiese enamorado de Cleopatra por causa de su sorprendente nariz, no se hubiera desmantelado el Segundo Triunvirato y, por lo tanto, la República Romana hubiera perdurado.
Voy a ignorar la inteligente prevención de Carr y voy a suponer que actualmente, Rabin, a pesar de cualquier maquinación política interna, hubiera accionado para salvaguardar los mayores intereses de Israel: la seguridad de todos sus ciudadanos y seguir siendo un Estado judío y democrático.
Otros me recuerdan que durante el proceso de Oslo dirigido por Rabin, el fundamentalismo palestino, que se oponía al mismo, cometió terribles atentados terroristas que dejaron numerosos muertos y heridos. Son los mismos que eligen olvidar que en 1976, el presidente de Egipto, Anwar Sadat, fue recibido en Israel como un verdadero héroe apenas dos años y medio después de que en la Guerra de Yom Kipur fuera el responsable directo de habernos causado infinidad de veces más víctimas y desaparecidos que todo el terror palestino junto. Y a eso se le debe agregar que cuando llegó a Jerusalén todavía no había garantizado ningún acuerdo de paz. La Historia es como la comida: el provecho no está en proporción de lo que se come, sino de lo que se digiere.
Con todo, algo sí es seguro: no hacer nada no era una opción viable para Rabin; pero el último de nuestros estadistas ya hace 26 años que no está con nosotros.
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