LA MAGIA DE SER ITZHAK PERLMAN.
Llega al escenario con ambas piernas sujetas a hierros, y caminando con la ayuda de muletas. Quienes lo han presenciado, cuentan que verlo cruzar por el escenario, de manera trabajosa y lenta hasta llegar a su silla, es una visión asombrosa.
Entonces se sienta lentamente, pone sus muletas en el suelo, afloja los sujetadores de sus piernas, echa un pie hacia atrás y extiende el otro hacia adelante, se inclina y levanta el violín, lo pone bajo su mejilla, hace una señal al director y comienza a tocar. Hasta ahora la audiencia está acostumbrada a este ritual.
Esta es la majestad y magia de ser Itzhak Perlman, el violinista estadounidense de origen israelí, considerado como uno de los mejores y mas aplaudidos violinistas del mundo, desde la segunda mitad del siglo XX y hasta la fecha.
Contrajo poliomielitis a los cuatro años, viéndose más adelante en la necesidad de utilizar muletas para poder desplazarse, y por ello toca el violín sentado.
Pero lejos de hundirse en si mismo, desarrolló otras habilidades que le han permitido llegar a ser un brillante artista.
Cuando tenía trece años, se trasladó a Nueva York para estudiar con el profesor Ivan Galamian. Cursó estudios en la Juilliard School de Nueva York, ganando en 1964 la Leventritt Competition, y a partir de ahí inició una carrera internacional espectacular.
Toca un violín Stradivarius de 1714, que fue propiedad de Yehudi Menuhin.
Se casó con una violinista profesional con la que tuvo cinco hijos.
En 1995, junto a su esposa, fundaron el Perlman Music Program en Shelter Island, Nueva York, donde ofrece cursos de verano a músicos jóvenes.
Durante gran parte de su vida ha luchado contra la discriminación de personas con problemas de integración social y sus derechos.
Participó con su violín en la banda sonora de la película “La Lista de Schindler” y se esforzó según sus posibilidades, en conseguir el entendimiento entre judíos y palestinos, pero nunca fue partidario de hablar de política.
Considera que la música es para unir a las personas. Su ejecución musical es de una belleza inédita, sagrada, y de una alta frecuencia vibratoria que conmueve el alma. Nos conecta con nuestra con-ciencia superior.
Una de las anécdotas más valiosas de Perlman y que habla de su consagración a la música es la siguiente:
"Estaba dando un concierto, y justo cuando terminaba sus primeras estrofas, una de las cuerdas del violín se rompió; se pudo escuchar el ruido que atravesaba el salón y no quedaba duda sobre lo que ese sonido significaba, ni tampoco respecto a lo que él tendría que hacer.
Los que estaban allí esa noche, pensaron que tendría que buscar otro violín o encontrar una cuerda de reemplazo.
Pero él no hizo nada de esto. En su lugar, esperó un momento, cerró sus ojos y luego hizo al director la señal de empezar nuevamente.
La orquesta comenzó, y él tocó desde el punto en el que se había detenido, y tocó con tanta pasión, tanto poder y tanta pureza, como nunca lo había hecho antes.
Se sabe que es imposible interpretar un trabajo sinfónico con sólo tres cuerdas, pero esa noche Itzhak Perlman se rehusó a aceptarlo y logró modular, cambiar y recomponer la pieza musical en su cabeza.
Y lo hizo como si estuviera sacando el tono de la cuerda que se había roto y consiguiendo nuevos sonidos que las tres restantes nunca habían dado antes.
Cuando terminó, hubo un impresionante silencio en la sala; entonces la gente se levantó y lo aclamó. Hubo un extraordinario aplauso proveniente de cada rincón del auditorio.
Todos estaban de pie gritando y animando, haciendo todo lo que podían, para demostrar cuanto apreciaban lo que él acababa de lograr.
Itzhak Perlman sonrió, se secó el sudor de la frente, alzó los brazos para aquietar al auditorio y luego dijo, no con presunción, sino en un tono reverente, pensativo y calmo:
“Saben algo...? Algunas veces la tarea del artista es descubrir cuanta música puede hacer con lo que aún le queda”.
365 Dias de Valentia Moral.
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