miércoles, 1 de noviembre de 2017



REFLEXIONES SOBRE TODO AQUELLO QUE PERDIMOS
El paso del tiempo y el correr de los años, arrastran y se llevan en su intensa correntada, mucho de lo que alguna vez fuimos.
Sin embargo, lo que más me inquieta, es la alarmante disminución que provoca en la capacidad de asombrarnos.
La corroe, la socava.
Tal vez seamos más “sabios”, quizás, pero muchas veces esa misma sabiduría nos juega en contra.
¡Conocemos el final de la película!
Antes de que lo diga, ya sabemos lo que está a punto de decir.
Nos aburre.
Anticipamos los hechos, manchando el momento “que ya llega”, y convirtiéndolo en algo que se parece demasiado al momento que “ya fue”.
Y si de algo estoy seguro, es que, para recuperar el asombro y la maravilla, no debemos seguir corriendo hacia delante, esperando “lo nuevo”, sino aprender a caminar en dirección opuesta.
Animarnos a enfrentarnos, nuevamente, con aquello que ya no nos emociona.
Rescatar la luz de la oscuridad.
Volver a enamorarnos de la vida.
Retornar al Paraíso del que fuimos expulsados.
Porque al futuro cercano, sin que aún haya sucedido, lo conocemos de memoria.
No, por favor, no renunciemos a las vivencias para las cuales “no encontramos las palabras adecuadas”, esa emoción del instante infinito, del momento único.
Ni tampoco a la impresión, ni al sobresalto, ni al estremecimiento.
Porque esa renuncia esconde una derrota indigna.
Un descalabro vergonzoso.
El saberse seco y desabrido, cuando todavía los rayos del Sol más hermoso, nos pegan en la frente.
Aún tengo la Vida.





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