Disturbios en Francia: ¿comprende ya Europa a Israel?
Por Leandro Fleischer
Como todo el mundo sabe, Francia ha vivido una oleada de graves disturbios luego de que un policía matara de un disparo a un joven franco-argelino de 17 años, Naël, que intentó huir de un control policial. Según informó la agencia Efe, el adolescente –que ya había tenido problemas con las fuerzas de seguridad en el pasado– fue detectado conduciendo un vehículo que tenía registradas varias infracciones. Dos policías intentaron detenerlo, pero Naël escapó, generando una persecución que acabó cuando el joven debió detenerse debido a un atasco, donde se produjo el hecho que acabó con su muerte.
Los disturbios, con ataques, incendios y saqueos, han sido perpetrados, principalmente, por alborotadores musulmanes, que con la excusa de la muerte de Naël han hecho arder Francia.
Es necesario aclarar que el accionar policial durante el hecho en el que murió el joven franco-argelino seguramente no está relacionado con un asunto de índole racial o nacional. El policía pudo no haber actuado del todo bien, pero lo cierto es que probablemente no se fijó en el color de piel o la etnia del joven problemático que intentó huir del control, poniendo en riesgo la vida de terceros. Llama la atención, sin embargo, que este tipo de desmanes no se llevaran a cabo en Francia luego del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo en París en febrero de 2015, cuando 12 trabajadores resultaron muertos y otros 11 heridos; o luego de varios ataques simultáneos contra terrazas de bares y restaurantes, la sala de conciertos Bataclan, en las inmediaciones del Estadio de Francia y otro restaurante cerca de la Plaza de la Nación, meses después del atentado contra Charlie Hebdo; o luego del asesinato del profesor de secundaria Samuel Paty, en octubre de 2020, debido a que el docente cometió el crimen de presentar una caricatura de Mahoma durante una clase para debatir acerca de la libertad de expresión. Nada. Si los que matan son musulmanes, aparentemente sus víctimas se lo tienen merecido.
Francia, como buena parte de Europa, está atrapada entre la corrección política y la pared. Las presuntas buenas intenciones de las autoridades europeas han estado llevando al Viejo Continente a una muerte lenta y dolorosa. Y, por supuesto, no se hacen responsables del problema.
Residí en Israel casi siete años. Recuerdo todas las medidas de seguridad de allí: cada vez que se ingresa en un centro comercial, en una estación central o en cualquier lugar muy concurrido, uno debe pasar por un chequeo que incluye un detector de metales; si uno se olvida un bolso en cualquier lado, la Policía acordona el lugar y envía un robot para desactivar la posible bomba; no sé si seguirán existiendo, pero cuando yo visitaba Jerusalén había guardias de seguridad que controlaban a aquellos que se subían a algunos autobuses. Etc. Y no, no me refiero a ninguna zona de especial peligrosidad como una frontera hostil o un asentamiento en Cisjordania, sino a lugares céntricos del país. Recuerdo también aquella vez que estaba cenando en mi apartamento de Tel Aviv y las fuerzas de seguridad buscaban a una terrorista que andaba suelta por la ciudad. Por supuesto que nos pedían que no saliéramos de nuestros hogares, y jamás podré olvidarme de un helicóptero que volaba tan bajo que su luz ingresaba a través de la ventana iluminando el comedor. Esa mujer fue encontrada en las inmediaciones de un restaurante de la playa donde yo trabajaba por entonces.
Uno se acostumbra a vivir así. De hecho, cuando volvía de visita a mi Buenos Aires natal, antes de ingresar a un centro comercial me paraba unos pocos segundos de forma automática en la entrada, y solo continuaba mi marcha cuando me daba cuenta de que ya no estaba en Israel y nadie iba a revisarme.
Los atentados en Israel eran y son justificados, a veces con vehemencia y a veces con disimulo. La comprensión de los asesinatos de israelíes a manos de terroristas palestinos suele ser cosa de personas –muchas de las cuales también están en Europa– que a su vez ven –tal vez veían– los ataques en sus países como «incidentes aislados». No obstante, cada vez son más frecuentes, no solo los atentados y los graves desmanes que estamos viendo hoy, sino los episodios de intolerancia hacia los infieles en pequeños y reiterados actos violentos que no suelen llegar a los medios mainstream.
El miedo en Europa se propaga cada vez más. Pero lo importante para los políticos de allí es, por ejemplo, seguir debatiendo algún presunto problema con el clima que, en el mejor de los casos, es discutible
Es tragicómico pensar que aquellos que creían que los israelíes se merecían lo que les sucedía estén ahora pasando por lo mismo (o peor aún) y tengan que aplicar las mismas medidas de seguridad que el Estado judío. Israel es un país que está en una región donde los islamistas se encuentran por doquier, no puede hacer otra cosa más que defenderse; y, como puede observarse, tiene éxito. La corrección política, el buenismo, la cobardía y el oportunismo de algunos políticos del Viejo Continente abrieron las puertas al islamismo, que ya está dentro y expandiéndose cada vez más y a mayor velocidad. Los avisos fueron dados en su momento, pero no fueron escuchados. Se llegó a tildar de «fascista», «racista» e «intolerante» a quien se oponía al multiculturalismo y advertía sobre lo que iba a suceder. Todavía hoy, a pesar de que el agua de la olla está comenzando a hervir, algunos siguen repitiendo esos descalificativos con elaboradas argumentaciones en favor del buenismo. Saltar de la olla puede significar reconocer que estuvieron equivocados muchos años y que también son responsables de la desesperante situación actual. Eso sí, cada vez son menos los que optan por cocerse como ranas, y las masas silenciosas se están haciendo escuchar en las urnas, dando cada vez más fuerza a candidatos a los que seguramente jamás hubieran votado de otra forma.
Europa tiene dos opciones: continuar por el camino que conduce al suicidio lento y doloroso o tomar medidas mucho más contundentes que las que se criticaban a Israel. Hoy ya es tarde para seguir apuntando dedos para fuera, y demasiado peligroso para continuar inventando enemigos externos: el verdadero enemigo los está devorando desde adentro.
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