lunes, 21 de abril de 2025

de TABLET

  

COMO BIBI SE LAS ARREGLO PARA LLEGAR A LA VICTORIA
Con tenacidad absoluta, el primer ministro israelí resistió la presión incesante de Washington y transformó el mapa regional. Pero su prueba más crucial aun no ha llegado.

Por Edward N. Luttwak
Abril 15, 2025

traducida por Marcela Lubczanski
Cuando has trabajado el tiempo suficiente en el campo de la estrategia, finalmente llegas a la concientización deprimente que la victoria en cualquier gran guerra no es ganada por alguna estrategia brillante, hazañas de los generales, o incluso tecnología superior. Más bien, es obtenida por medio de la tenacidad absoluta. 
La tenacidad es la virtud más importante de los líderes nacionales en la guerra, la que les permite seguir empujando sin ninguna garantía de victoria, repeliendo tremendas presiones políticas para retirarse. Winston Churchill mostró esta cualidad en 1940. En junio de ese año, Alemania parecía imparable. París y la totalidad de Europa Occidental habían caído. La Luftwaffe estaba aplastando a los pilotos británicos superados groseramente en número, y las barcazas alemanas de invasión estaban siendo ensambladas en puertos belgas. Incluso entonces, con Inglaterra desesperada por el apoyo estadounidense, el debate nacional de EE.UU. sobre el intervencionismo, provocado por el estallido de la guerra en septiembre de 1939, continuó inclinándose decisivamente en favor de los aislacionistas.
Explorar un acuerdo con Alemania parecía el curso de acción eminentemente razonable y prudente debido a la generosa oferta de Hitler de dejar intactos a Inglaterra y su vasto imperio. Cuando los parlamentarios británicos presionaron a Churchill para que explique su plan, él confesó a sus íntimos que no tenía ningún plan en lo absoluto. Estaba determinado tan sólo a seguir adelante.
Entonces la situación se volvió más sombría aun para los británicos y para Churchill personalmente. En junio de 1941, el ejército alemán se abrió paso en Rusia, avanzando rápidamente hacia lo que se veía como una victoria inminente. Aunque las rápidas conquistas de la Wehrmacht prometían remediar totalmente la única debilidad de Alemania—su falta de petróleo—los aislacionistas en el Congreso de EE.UU. seguían siendo dominantes. Mientras tanto, en casa, Londres estaba hirviendo con comentarios del consumo excesivo de alcohol por parte de Churchill, su dependencia personal de regalos de sus amigos judíos para pagar sus gustos extravagantes y, por sobre todo, su falta absoluta de estrategia—él no había logrado ofrecer algún camino que pudiera llevar a la victoria de forma concebible.
Las cosas se veían sombrías en todos lados. En Africa del Norte, el brillante táctico alemán Erwin Rommel estaba superando a las fuerzas británicas con facilidad. Mucho peores fueron los primeros informes del asombroso progreso tecnológico alemán: el primer avión de combate del mundo que podía superar en vuelo a cada avión de combate británico y estadounidense; el primer misil aire-tierra del mundo (Fritz X) que, en septiembre de 1943, hundiría al buque de guerra italiano Roma (para impedirle rendirse ante los aliados); y el tanque Tiger que podía aplastar los blindados británicos.
No obstante, los aislacionistas en el Congreso se negaron a financiar siquiera un proyecto prosaico de un caza con motor de pistones—el P-51 Mustang, el mejor avión de combate de los aliados en la guerra—el cual fue desarrollado con fondos británicos que menguaron rápidamente.
¿La respuesta de Churchill? Sólo sigan adelante.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha publicitado durante mucho tiempo su admiración por Churchill; el retrato del líder británico cuelga en su oficina. El comparte el gusto de Churchill por el coñac y cigarros y ha estado en problemas con las leyes excepcionalmente estrictas de regalos a políticos de Israel durante años porque aceptó coñac de regalo de un caballero que no pidió, ni recibió, ningún favor gubernamental.
Pero es en su manejo de Washington durante su guerra que Netanyahu se ha ganado la comparación con su modelo a seguir. Mientras el problema de Churchill era un Congreso aislacionista que restringía a un presidente generalmente simpático, Netanyahu gozó de amplio apoyo en el Capitolio, pero enfrentó a un gobierno estadounidense determinado a cortar a Israel a la medida y a sacarlo del poder.
Mientras Israel libraba una guerra importante y de múltiples frentes en octubre del 2023, funcionarios estadounidenses claves alentaron la agitación interna contra Netanyahu y trabajaron para restringirlo e incluso hacer colapsar su gobierno.
Eso no fue todo acción del presidente, pero el gobierno de Joe Biden estaba lleno de las sobras del de Barack Obama, que abarcaban toda la gama de aborrecedores patológicos de Israel, desde Samantha Power a Robert Malley—el bebé de pañales rojos de padres judíes estalinistas en París a quienes conocí en mi juventud cuando ellos estaban trabajando para el Frente de Liberación Nacional de Argelia, el que no era meramente fanáticamente anti-Israel sino también declaradamente anti-judío, muy como los hutíes de Yemen de hoy día. Con la CIA en su mayoría muy hostil (como lo ha sido desde que fue establecida en 1947, como revelan plenamente documentos desclasificados), sólo el Pentágono albergaba algunos amigos de Israel—aunque eso difícilmente detuvo a la administración de usar todo truco en el manual para retrasar los suministros de armas a Israel en medio de la guerra.
Netanyahu enfrentó una campaña concertada, dirigida desde Washington, que reunió a organizaciones israelíes sin fines de lucro y a los opositores políticos de Netanyahu. Casi desde el inicio, Netanyahu tuvo que superar llamados y protestas por parte de judíos israelíes y estadounidenses bien educados—y algunos incluso de buenas maneras—tanto como de todos los sospechosos de siempre en las capitales europeas y casi todo otro gobierno en el mundo exigiendo de manera incesante un cese del fuego, no como una pausa, sino como un fin a la guerra.
Peor aun, muchos de los generales retirados y apenas retirados de Israel arrojaron su peso detrás de la presión por el cese del fuego. Algunos lo hicieron con la autoridad de los verdaderos héroes, tal como Yair Golan, el director de los poco sutilmente llamados Los Demócratas (una fusión de los partidos izquierdistas Avodá y Meretz) y ex jefe adjunto del estado mayor de las FDI, nada menos.  Golan saltó dentro de su pequeño coche el 7 de octubre para rescatar personas exitosamente con su pistola de mano, como lo hizo el ex director del Directorio de Operaciones de las FDI, Israel Ziv, ahora un contratista de seguridad muy exitoso en el extranjero después del servicio distinguido, quien se convirtió en el gurú para una camarilla entera de generales retirados, incluidos algunos que sirvieron en el gobierno de Netanyahu hasta que lo dejaron para oponerse a él. Luego, inevitablemente, hubo oportunistas de mala muerte que de alguna manera se convirtieron en generales sin hacer mucho más que hablar, como Amos Gilead, quien es muy conocido y muy favorecido en la cúpula oficial de EE.UU. debido a su hostilidad hacia Netanyahu.
Todos esos ex generales exigieron lo mismo, aunque en momentos diferentes: detener la guerra sin ninguna forma de recuperar a los rehenes israelíes y ninguna manera de obligar a Hamas a aceptar el desarme supervisado, permitiéndole por lo tanto usar un cese del fuego para reconstituirse.
Aparte, estos generales no ofrecieron ninguna solución o algo parecido al dilema de Hezbola en el norte. El día después del ataque del 7 de octubre, Hezbola empezó a lanzar cohetes contra Israel. Si Israel no atacaba, las fuerzas de Hezbola, por entonces sin dudas el ejército no estatal más poderoso en el mundo, sería ciertamente capaz de incendiar toda ciudad y pueblo israelí al norte de Haifa con incontables cohetes (el número 110,000 que circuló ampliamente resultó ser simplemente inventado) mientras atacaba las estaciones de energía, el Aeropuerto Ben Gurion, las instalaciones portuarias, toda planta química y refinería, y toda base aérea con miles de misiles guiados. Si Israel iba a atacar, esos bombardeos masivos comenzarían inmediatamente.
Mientras Netanyahu ponderaba este dilema, tuvo que lidiar no sólo con su estamento de seguridad, sino también con la presión incesante de Washington. Pocos días después del 7 de octubre, la administración Biden intervino y dejó en claro su oposición a un ataque preventivo israelí contra Hezbola—una posición que mantendría durante el año siguiente. De hecho, cuando Israel eliminó finalmente a Hassan Nasrallah en un ataque contra su búnker el 27 de septiembre del 2024, la reacción de Biden fue un airado “Bibi, ¿qué carajo?”
La administración Biden mostró una actitud de no intervención similar hacia el satélite de Irán en Yemen, permitiendo que Teherán acumule más presión sobre Israel. Los hutíes se unieron a la lucha con sus polleras, sandalias, e Irán suministró misiles anti-buques y drones que no sólo privaron a Israel de su acceso portuario secundario en el Mar Rojo, sino que también tomaron como blanco buques comerciales, bloqueando la navegación en la zona y forzando a las empresas de transporte a encontrar rutas más largas y costosas, aumentando así la presión estadounidense e internacional sobre Israel para que ponga fin a la guerra.
Washington permitió a Irán detener el tráfico marítimo en el Mar Rojo y el Canal de Suez sin ninguna represalia contra Teherán y su propio tráfico marítimo, mientras tanto el desconcierto occidental fue empeorado por el espectáculo de las armadas europeas muy costosas no haciendo nada aún cuando sus puertos en el Mediterráneo perdían todo su tráfico asiático.
Esta bochornosa pasividad reforzó la convicción israelí que Francia, Italia y España, incapaces y no dispuestas a defender siquiera sus propios intereses materiales directos, sólo cederían ante la presión demográfica y política musulmana en otros aspectos también. Sólo los británicos se unieron a Estados Unidos en atacar finalmente a los hutíes, aunque más que nada simbólicamente y ni cerca de la campaña sostenida y selectiva requerida para destruir las capacidades hutíes.
Entre la permisividad estadounidense hacia la campaña de multifacética de Irán y el apoyo de Washington a la oposición interna de Netanyahu, los llamados a un cese del fuego en Gaza se intensificaron y se volvieron la posición habitual a lo largo del paisaje político, desde la izquierda e incluso el centro moderado de Israel a la mayoría de los gobiernos europeos, además de la administración Biden.
Es en este contexto que debe entenderse esa resolución pura de Netanyahu. Con este despliegue destacable de fuerzas, externas e internas, presionando en su contra, su tenacidad era lo único que importaba.
Habiendo resistido esta presión implacable durante el curso de un año, Netanyahu había maniobrado hacia una posición donde, en la segunda mitad del 2024, Israel pudo dar vuelta las tablas y volver a dar forma al cuadro geopolítico entero en una secuencia histórica de los acontecimientos. El Mossad y las FDI desmantelaron brillantemente a Hezbola con el impresionante desmantelamiento en tres partes de los buscapersonas explosivos, lo que obligó al uso de radios de campo con trampas para bobos, lo que a su vez obligó a la reunión en persona de los comandantes de alto rango de Hezbola, quienes fueron luego eliminados en un ataque de precisión que dejó totalmente paralizado al grupo, anulando su vasto arsenal de cohetes y misiles. Debido a que él había monopolizado el mando y control de Hezbola, la muerte de Nasrallah clausuró la organización.
Aunque la administración Biden tendría éxito finalmente en imponer un cese del fuego en Líbano, después de amenazar según se informa con patrocinar una resolución del Consejo de Seguridad que podría llevar a sanciones internacionales contra Israel, para entonces la suerte estaba echada. Como una consecuencia de la demolición de Hezbola, el vasallo sirio de Irán, Bashar al-Assad, se encontró indefenso, habiéndose vuelto durante mucho tiempo dependiente de Hezbola y las milicias iraníes para obtener mano de obra. A principios de diciembre del 2024, llegó a su fin el gobierno de medio siglo de la familia Assad. Con la caída de su feudo en Siria, y con las FDI en control de la frontera entre Gaza y Egipto,  los iraníes perdieron la capacidad de reconstruir a Hezbola y Hamas, dando a Israel su victoria más concluyente desde 1949.
La asombrosa proeza técnica de Israel y el espíritu de combate de su ejército son, por supuesto, parte integral de esta victoria. Pero nada de lo de más arriba pudo haber sucedido si Netanyahu no se hubiera enfrentado a una administración estadounidense hostil y a un surtido acompañante de figuras e instituciones con autoridad, tanto como a las turbas aullantes en Israel y en todo el mundo que exigían un cese del fuego y al primer ministro israelí esposado.
Netanyahu todavía enfrenta una gran prueba. Con los hutíes ahora en la mira de la administración estadounidense ahora amistosa e involucrada y su aliado británico, sólo queda en pie el propio Irán, ahora al borde de fabricar material fisible para una bomba. Israel destruyó las mejores defensas aéreas de Irán en ataques de precisión en octubre pasado, dejándolo vulnerable a los ataques israelíes contra sus sitios nucleares tan pronto como lleguen los nuevos aviones cisterna de reabastecimiento de combustible en vuelo de Israel. Pero sin las grandes cargas de bombas de los bombarderos pesados estadounidenses de largo alcance B-2 y B-52, el ataque debe depender de atacar exactamente el edificio correcto en la base correcta. El castigo de la imperfección es muy grande, porque permitiría al régimen oscurantista tener un dispositivo nuclear, aun si no ojivas enviadas a través de misiles. Ese no es un riesgo aceptable. Netanyahu no tiene más opción que seguir adelante.

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