martes, 19 de septiembre de 2017

LA CONTRADICCIÓN DEL AÑO NUEVO…
En hebreo, la palabra que se utiliza para Año Nuevo, es Rosh Hashaná.
Sin embargo, literalmente deberíamos traducirla como “cabeza de año”.
Y si somos rigurosos en el arte de traducir, entonces la expresión que surge es rotundamente contradictoria.
¿Por qué?
Porque la palabra hebrea shaná, año, siempre representa lo circular, lo cíclico y lo reiterativo.
El año se determina por el Sol.
Primavera, verano, otoño, invierno…
Y, por ello, no existe nada nuevo bajo el Sol.
Para entenderlo mejor, el año sería comparable con una mesa redonda.
Una mesa redonda se caracteriza, precisamente, por no tener ni cabeza ni cabecera.
¿Cabeza de año?
Pero si el año, por definición, ¡no tiene cabeza!
Gira, se repite y se reitera, como una canción de cuna: y el hombre se va quedando dormido como un niño.
Pero la fecha de Rosh Hashaná coincide con el día sexto de la Creación, en el cual fue creado el Hombre.
Y el mandato espiritual del día, entonces, se torna lúcido y evidente:
Despiértate, re-créate, re-nuévate.
Sí, puedes determinar un nuevo comienzo –cabecera- a esa sumatoria de días que se transforman en una rutina carente de toda emoción y entusiasmo.
Debemos aprender del año que termina, detectar y asumir nuestros errores, analizar el camino recorrido, y animarnos a intentarlo una vez más.
Porque nosotros no somos “nuestros errores”.
Porque el objetivo no es transformarte en “mejor persona”, sino en una persona nueva.
Repleta de fuerza, energía y vitalidad.
Como la Luna, que parece empequeñecer y morir al final de cada mes.
Hasta que, casi sin darnos cuenta, se renueva ante nuestros ojos con toda su maravillosa potencia.

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