En los cuarteles generales del ISIS dijeron basta y se lanzaron a la caza de los puritanos, cuyo rigor acabó por volvérseles en contra. Los intransigentes se delataban rezando siete y no cinco veces al día, o ayunando no una sino dos veces por semana. En la cárcel, a los sospechosos de takfirismo se les hacía pasar el test del pollo: como es un animal que no toleran los intolerantes más radicales, se lo servían en la mera primera cena y atendían a sus reacciones.
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