Jerusalén, los oasis de Israel y el mar Mediterráneo
‘Por el Planeta’ recorre más de 12 mil 429 kilómetros en busca de la tierra prometida. Acompáñenos en busca de los pequeños oasis que esconde Israel.
Estaremos en el mar Mediterráneo, donde yace el antiguo puerto de Cesárea y del que sólo quedan vestigios bajo el agua. Lo llevaremos hasta las reservas naturales donde cientos de miles de aves migratorias cruzan en su camino hacia el norte de África. Cruzaremos el llamado mar Muerto y sus enigmáticas imágenes. Desde el sur hasta el norte, hasta el mar Rojo, donde se encuentra uno de los mayores tesoros submarinos, en Eilat. Pero nadie puede decir que ha estado en Israel sin poner un píe en la ciudad santa de Jerusalén, el ombligo del mundo, que hoy vive días difíciles.
Sólo hay una ciudad en el mundo en donde los ecos de la fe suenan diferentes, en un sincretismo religioso complejo, pero único, a través de la Torah, el Corán o la Biblia. Es Jerushalayin para los judíos. Es Al-Kuds para los musulmanes. Es Jerusalén para los cristianos.
La antigua Jerusalén, tres veces santa, es una ciudad casi celestial. De oro, de cobre y de luz, tierra prometida. Con cuatro mil años de historia a cuestas, sufrida, manzana de la discordia. De rencores acumulados, con un destino siempre trágico. Mal llamada princesa de la paz, siempre botín de imperios, conquistada y reconquistada. Que antes, como ahora, anuncia el choque de las civilizaciones.
Territorio liberado para los judíos, territorio ocupado para los palestinos, que ha renacido una y otra vez de sus cenizas, porque a pesar de todo, sus ruinas siguen guardando los recuerdos de un pasado que intenta mirar al futuro, si es posible la mirada.
Será por eso que no existe otra ciudad en el mundo tan amada y a la vez tan disputada. Con tantos símbolos y tan diversos, que al mismo tiempo fascina, emociona y hechiza. Pero también abruma, embarga y sobrepone.
Comenzamos a recorrer las calles de la ciudad vieja, de pasillos angostos, serpenteantes, adoquinados, con túneles y callejones que parecen laberintos, en los que perderse es un destino. Por aquí se pasean mercaderes, fervientes peregrinos y turistas extraviados, que buscan los restos bíblicos de hace dos mil años.
Aquí se mezclan judíos ortodoxos, musulmanes y cristianos. No se miran a los ojos, pero están ahí, codo con codo. No se hablan más que lo indispensable en una ciudad dividida por la historia, la política y la religión.
En toda la ciudad de Jerusalén comienza a escucharse el eco de los altavoces que llaman a orar a los musulmanes. No hace falta ser musulmán para sentir el efecto sobrecogedor de ese llamado, esa voz que parece salida del fondo de los tiempos.
Aquí están tres de los sitios más representativos para cristianos, musulmanes y judíos. Este es el muro occidental, también conocido como Muro de los Lamentos. Se trata del último remanente del templo construido por Herodes, sobre las ruinas del templo del Rey Salomón, conocido como el primer templo. Es un lugar de oración para los judíos de distintas corrientes, en un incesante diálogo entre Dios y el hombre.
Justo atrás del Muro de los Lamentos, en lo que fuera el monte del templo para los judíos, se levanta imponente el Domo de la Roca, considerado como el tercer lugar más sagrado del islam después de La Meca y Medina.
Y en esta ciudad antigua que roba el aliento también se escucha el repicar de las campanas de la cristiandad. Aquí se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro.
Este es el lugar de la crucifixión, el Gólgota. Aún se conserva parte del montículo original. Esta es la llamada piedra de la unción. El lugar donde descansó el cuerpo de Jesús mientras eran limpiadas sus heridas, después de ser bajado de la cruz. En el centro de la iglesia se encuentra el sepulcro, protegido por una capilla de la iglesia ortodoxa.
Y estas expresiones de fe de judíos, musulmanes y cristianos, sólo son posibles en la vieja Jerusalén. Porque es justo aquí, en donde las religiones se disputan sus templos y profetas, mitos y pedazos de historia, donde todo comenzó.
Y en medio de este desierto de desconfianzas que a veces puede ser Jerusalén, vamos en busca de un remanso, en los oasis de la tierra prometida. Continuará…
Fuente: Televisa
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