miércoles, 6 de septiembre de 2023

 Antes de los juegos, el jefe de la delegación israelí, Shmuel Lalkin, expresó su preocupación por la falta de seguridad, pero la policía de Alemania Occidental le aseguró que proporcionaría protección adicional al equipo israelí.

La masacre de Múnich nos recuerda que solo podemos confiar en nosotros mismos.

La masacre de Múnich nos recuerda que Israel y los judíos de la diáspora no pueden darse el lujo de tomarse la seguridad a la ligera.
Se suponía que los Juegos Olímpicos de Múnich serían los Juegos Felices, apodados por los organizadores “Die Heiteren Spiele” (juegos felices/alegres/despreocupados), pero terminaron siendo otro capítulo trágico de la historia judía en suelo alemán.
La masacre de Múnich es un doloroso recordatorio de los peligros que enfrentamos como judíos e israelíes y de cómo, al final, nunca podremos confiar en nadie para nuestra seguridad aparte de nosotros mismos.
A pesar de intentar rehabilitar su imagen, Alemania no logró impedir el asesinato de judíos mientras 900 millones de personas lo veían por televisión en directo.
Después de recuperarse de las secuelas del régimen nazi y de la culpa colectiva de Alemania por la Segunda Guerra Mundial, el país estaba listo para redefinir lo que representaba su nación.
Los Juegos Olímpicos fueron especialmente cruciales debido a que Hitler utilizó los Juegos Olímpicos anteriores de Berlín de 1936 para difundir su propaganda e impulsar la noción de una raza aria.
Los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich eran una oportunidad para mostrar la cara “nueva y mejorada” de Alemania.
Su objetivo era mostrar exactamente lo contrario de lo que representaron los Juegos de Berlín, enfatizando la apertura y la tolerancia con alrededor de 121 países representados y más de 7.000 de los mejores atletas del mundo.
Por esta razón, los organizadores estaban ansiosos por presentar estos Juegos Olímpicos como “Juegos sin preocupaciones”.
Para el equipo israelí, marchar con la bandera israelí en suelo alemán, apenas 27 años después del Holocausto, a menos de 10 kilómetros del campo de concentración de Dachau, fue una declaración poderosa.
Muchos de los atletas del equipo israelí habían perdido a familiares en el Holocausto.
La marcha en los Juegos Olímpicos de Múnich tenía como objetivo mostrar la resiliencia judía y una nueva realidad en el mismo país responsable del asesinato de 6 millones de judíos.
La noción alemana de “juegos sin preocupaciones” eran juegos no militaristas y amantes de la paz, lo cual significaba una falta de seguridad deliberada e irresponsable.
Los organizadores de Múnich asignaron menos de 2 millones de dólares para medidas de seguridad, y se esperaba que su personal estuviera desarmado, fuera discreto y evitara la confrontación.
Los Juegos llevaban 10 días en marcha sin incidentes significativos, lo que hizo que los funcionarios de seguridad se volvieran complacientes.
Sin embargo, durante todo ese tiempo el grupo terrorista conocido como Septiembre Negro había explorado la villa olímpica y se había preparado para el complot terrorista.
Antes de los juegos, el jefe de la delegación israelí, Shmuel Lalkin, expresó su preocupación por la falta de seguridad, pero le aseguró que la policía de Alemania Occidental proporcionaría protección adicional al equipo israelí.
Durante las primeras horas del 5 de septiembre, mientras los atletas israelíes dormían, ocho miembros de Septiembre Negro treparon una valla sin vigilancia que rodeaba la Villa Olímpica. Se dirigieron hacia Connollystrasse 31, el lugar de alojamiento de la mayoría de los atletas israelíes.
El resto de los detalles son profundamente inquietantes de principio a fin y refuerzan que, cuando se trata de judíos, la crueldad y la inhumanidad no conocen fronteras. El primer israelí que se dio cuenta de lo sucedido fue Yosef Gutfreund, un árbitro de lucha libre. Gritó una advertencia y alertó a un entrenador de levantamiento de pesas llamado Tuvia Sokolovsky, quien rompió una ventana y escapó. Otro entrenador de lucha, Moshe Weinberg, intentó luchar contra los terroristas pero recibió un disparo y fue tomado como rehén.
Los monstruosos atacantes obligaron a Moshe a punta de pistola a conducirlos a las habitaciones de los restantes entrenadores y atletas israelíes. Algunos informes afirman que Moshe los condujo estratégicamente hacia los luchadores y levantadores de pesas, esperando que tuvieran la mejor oportunidad de luchar contra los terroristas. Pero los atacantes, después de haber explorado fácilmente el lugar, sabían exactamente a qué departamento ir. Poco después, uno a uno, nueve israelíes fueron capturados por los terroristas.
El grupo terrorista Septiembre Negro estaba afiliado a la Organización de Liberación Palestina (OLP), cuyo objetivo era destruir a Israel mediante la lucha armada.
El autor intelectual de la masacre de Múnich, Abu Daoud, había declarado abiertamente que Yasser Arafat, el presidente de la OLP, aprobaba el complot terrorista.
El grupo exigió la liberación de más de 236 prisioneros palestinos, la mayoría de los cuales estaban recluidos en cárceles israelíes.
Si los prisioneros no eran liberados, matarían a los rehenes israelíes.
Lo que me preocupa de la siguiente secuencia de acontecimientos es que mientras todo esto sucedía, y las autoridades alemanas no sabían que hacer, los Juegos Olímpicos continuaron como de costumbre.
Conociendo la situación de los rehenes, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico, declaró que los juegos debían continuar.
La idea de que los atletas olímpicos estuvieran celebrando y compitiendo en los juegos, mientras dos israelíes yacían muertos, y los terroristas mantenían cautivos a otros nueve a tan solo unos metros de distancia, es una realidad inimaginable.
En el centro de prensa olímpico, los monitores transmitieron simultáneamente las competiciones atléticas y el edificio donde los terroristas tenían como rehenes a los israelíes.
El periodista Dave Marash de la cadena CBS de Estados Unidos declaró: “Esas imágenes simultáneas que parpadeaban en esos monitores me parecieron el recuerdo visual surrealista más incongruente, más inapropiado y más plano de mi vida”.
Pasaron aproximadamente 10 horas desde la situación de los rehenes,antes de que el Comité Olímpico detuviera los juegos.
Para entonces, todos los equipos de noticias colocaron cámaras afuera del edificio de los rehenes, y miles de atletas caminaron hasta el edificio para mirar y esperar las noticias.
Las autoridades alemanas rechazaron la ayuda del Mossad, que, a diferencia de ellos, tenía una unidad antiterrorista.
En cambio, comenzaron débiles negociaciones con los terroristas mientras la policía alemana intentaba atacar sin un plan real.
En un tremendo descuido, los alemanes se dieron cuenta de que el mundo, incluidos los terroristas, estaba observando sus acciones en transmisiones en vivo.
No había forma de sorprender a los terroristas y no tenían información sobre donde se estaban metiendo. Con las cámaras captando cada uno de sus movimientos, los alemanes no pudieron enfrentarse a los terroristas y recurrieron a un desorganizado Plan B.
Un fallido intento de rescate por parte de los alemanes resultó en el trágico asesinato a sangre fría de los nueve rehenes.
La masacre de Múnich fue el día en que ganó el terrorismo y el mundo demostró como apenas 27 años después del Holocausto, podían volver a sentarse a
Me recuerda que, como israelí, no puedo darme el lujo de tomar a la ligera la seguridad de mi país o la de mis conciudadanos.
El 5 de septiembre honramos dolorosamente a las víctimas de la masacre de Múnich: Yossef Gutfreund, Moshe Weinberg, Yossef Romano, Kehat Shorr, Amitzur Shapira, Andre Spitzer, Yakov Springer, Eliezer Halfin, Mark Slavin, David Berger y Ze’ev Friedman.
Que su memoria sea bendita.
Por Zina Rakhamilova
Fuente: Jerusalem Post.
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