viernes, 29 de septiembre de 2023

 He publicado muchisimas notas acerca de Sucot, esta festividad alegre y maravillosa que constituye la tercera en el mes de Tishrei.

Hoy rescato un fragmento que alude igualmente a Sucot, solo que desde la perspectiva de un bello cuento.
Como todos los viernes, me encanta colocar estos relatos que pueden contarse en la propia ocasion de una festividad, o en un Shabat, o en cualquier otra ocasion.
"Maimónides dice que Sucot nos enseña que no nacimos en cuna de oro. El dinero y las comodidades vienen y van. Cuidamos tanto las cosas que tenemos, la vajilla de porcelana, y las copas de cristal que no usamos por temor
a que se rompan.
¿Valoramos las cosas en sí, más que disfrutarlas?
Todas esas cosas, ¡nos van a sobrevivir!
Por otro lado, dijeron los rabíes que para darle importancia
al simple hecho de tener nuestro techo, no hay nada mejor que vivir una semana sin techo, en una Sucá.
A las comodidades de todos los días, no les damos
importancia hasta tener que vivir sin ellas.
Según el texto bíblico, el pueblo hebreo, desde los días
de Josué, olvidó cumplir el mandato de vivir en cabañas para recordar los tiempos en el desierto.
La fiesta vuelve a celebrarse a partir de la reconstrucción del Segundo Templo en Jerusalem, a mediados del siglo V a.e.c. cuando Ezra ordena a los judíos de Jerusalem preparar sucot
y guardar el festival durante una semana.
Ezra ordena preparar sucot con las ramas de árboles que pudieran conseguir, e instalarlas en todas las plazas y
lugares libres de Jerusalem.
Para celebrar Sucot, lo más caro de conseguir en los pueblos
de Polonia y Rusia, eran los "etroguim", porque había que importarlos desde Italia o Grecia.
El etrog se parece a un limón, la piel amarilla de ambos es casi igual, pero en el etrog la parte de los gajos es mucho más pequeña que la del limón, y la cáscara blanca que recubre los gajos del etrog es mucho más gruesa y liviana que la cáscara blanca del limón.
El etrog es muy perfumado, y los rabíes dicen que tiene aroma a paraíso. Los niños a veces tomaban un limón, lo decoraban con varios clavos de
olor y jugaban a que eso era “ casi” como el aroma del etrog.
Pero a nadie se le podía engañar con ese limón disfrazado. Los etroguim verdaderos llegaban en cajas cuidadosamente empacadas al puerto de Trieste y desde allí, se distribuían
a los pueblos en carros.
Cuentan que Itzig el changador, pagaba todas las
semanas una suma pequeña al mercader de etroguim hasta juntar diez rublos, para comprar su etrog para Sucot.
Un dia, cuando todavía faltaba un mes para la festividad, el mercader le dijo a Itzig:
– Ya pagaste los diez rublos que vale el etrog. Te doy este,
que es el que traje como muestra para mi negocio .

Dos semanas más tarde, el comerciante estaba esperando dos carros de Trieste cargados con su mercadería, cuando una tremenda tormenta hizo que cayeran árboles que cortaron todos los caminos.
Quedó bien en claro que ningún carro podría llegar hasta el pueblo hasta bien pasada la fecha de la festividad.
El presidente de la comunidad judía fue a preguntar al comerciante:
– ¿A quién le vendiste este año el etrog que traes como muestra?
– Se lo vendí a Itzik, el changador. Me lo fue pagando antes de Sucot, con unas monedas cada semana.

-¿Te parece que aceptaría venderlo?
– No lo creo. Es un judío muy pobre pero muy observante, y
ahorra todo el año para poder comprar el etrog de Sucot. Pero quien puede saberlo.
 La familia está muy necesitada.
Mendel, el presidente de la comunidad junto con varios
señores, decidieron ir a la casa de Itzig para tratar de comprar el único etrog que podría estar a la venta en el
pueblo. Itzig no estaba en la casa, pero su esposa Miriam si se encontraba alli.
– Venimos a comprar el etrog que tienes en tu casa, le dijeron
a la esposa. Tú le pones el precio.
– No lo puedo vender, dijo Miriam . Para Itzig es muy importante.
– Aquí tienes cuatrocientos rublos , dijo el presidente,
poniendo el dinero en la mesa. Ella se
quedó mirando las relucientes monedas y retorció su delantal con dedos nerviosos. ¡Cuantas cosas podría comprar con todo ese dinero!

– No lo vendo, contestó.
Las monedas siguieron aumentando sobre la mesa. Cuando Itzig llegó a su casa, ya había ochocientos
rublos . ¡Nunca hubo tanto dinero junto en esa casa! Pero Itzig se mantuvo firme.
– No lo vendo, declaró. La suma numérica de las letras de la
palabra etrog es 610, más 3 de las otras especies de Sukot, son 613, es decir que
 Sukot vale lo mismo que todos los mandamientos de la Biblia. Es cierto que mi familia está muy necesitada, pero ¡no cambio mi etrog por nada del mundo!

– Eres un judío piadoso y te respeto , dijo Mendel. No te insistimos más con esa venta. Pero sé que estás necesitado. Permíteme que te regale diez rublos.
– Regalos, no, dijo Itzig. Tengo mi dignidad.
– No lo tomes como regalo, sino como préstamo, a largo
plazo, el plazo que tu quieras, 
contestó Mendel . Algún día me lo devolverás.

Los señores se fueron, y la pareja quedó sola en la casa, con
las diez monedas de un rublo sobre la mesa. Itzig miró a Miriam y Miriam miró a Itzig.

-¿ Qué compramos primero? Dijo ella.
Itzig se quedó pensativo. Esos diez rublos habían llegado a la
casa de manera inesperada.
 ¿Cebada?¿Algunas papas? ¿Qué era lo más urgente?
De repente supo lo que tenía que hacer.
-Miriam, este dinero sobre nuestra mesa es un milagro que
nos manda el Señor. Compremos un número de lotería. Si el Señor nos ayuda, seremos ricos. Y si perdemos, este
dinero, de todos modos, no es nuestro.

El relato dice que Itzig y Miriam se sacaron la lotería, y se
volvieron ricos. Dieron la mitad del dinero ganado en donaciones, y con la otra mitad se fueron a vivir a la ciudad vecina, donde establecieron negocio y prosperaron .

Años más tarde, en un día de mercado de la ciudad, Itzig
estaba buscando su etrog para la próxima festividad de Sucot, cuando se acercó a la mesa donde estaba un hombre mayor, vestido muy pobremente.
 El hombre contaba sus monedas, y era evidente que no tenía dinero suficiente para comprar el etrog más lindo de la canasta que tanto deseaba, y estaba discutiendo con el comerciante, cuando Itzig lo reconoció.
-¡ Mendel! ¿ Qué hace usted aquí?
– Señor, hago lo mismo que usted, busco comprar un etrog. No puedo pagar mucho, ese es el problema.
-¿ No me reconoce usted? Soy Itzig, de su mismo pueblo…
¿Recuerda que me prestó diez rublos hace años?

Permítame que le pague mi deuda ahora mismo.
– ¿Itzig, convertido en un caballero? ¿ Diez rublos me da
usted? ¡Esto es un milagro! ¡Ahora puedo comprar el etrog más lindo del mercado, y otras cosas, si me llegan a quedar algunas monedas . Mmmm, tengo que pensar qué será lo más urgente para mi casa.

– No lo piense tanto.¿Se acuerda que la última vez que nos
vimos, y me negué a venderle un etrog por todo el dinero del mundo? Hoy, le pido que me permita regalarle uno.
– Regalos, no. ¡ Tengo mi dignidad! Dijo Mendel.
– Por favor, discúlpeme. Vamos a mirarlo así. Le devuelvo a usted el préstamo que me hizo hace años, y además le presto a usted diez rublos para que se compre un etrog. No lo tome como regalo, es un préstamo, a largo plazo, el plazo que quiera, contestó Itzig. Algún día, me lo devolverá…
No olvidemos que nuestras buenas acciones retornan a nosotros de infinitas maneras.
Por: Esther Mostovich de Cukierman
F: Extraido de CCIU
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