El 31 de Octubre de 1926, Erik Weisz, mejor conocido como el Gran Mago Harry Houdini, se “escapó” para siempre.
“El futuro del pequeño Erik Weizs estaba escrito.
Nacio en Budapest, Hungría, en el seno de una pareja de inmigrantes judios llegados desde Hungria en 1874 a Appleton (Wisconsin).
Su padre era rabino, y nunca aprendió inglés.
Su formación académica, nula.
El pequeño Erik llegó a Estados Unidos con cuatro años, y a los ocho ya estaba vendiendo periódicos y lustrando zapatos.
Hay que imaginarlo como un niño sin más futuro que la marginación social, los empleos precarios y la opresión del sistema.
“Sin embargo”, sorprende Ramón Mayrata, “tenía una oportunidad.
Su única oportunidad, era el mundo del espectáculo.
Por eso trataba de enrolarse en todos los circos que pasaban por su pueblo, y por eso fundó, junto con algunos de sus amigos, un circo propio en el que él hacía las veces de trapecista y de contorsionista.
Entonces solo tenía nueve años y pocos esperaban lo que estaba por venir.
Un joven que iba a ilusionar a un pueblo, que eran, en realidad, muchos pueblos, pero que, sobre todo, era su propio pueblo: los oprimidos, los esposados, los sin-futuro”.
Mayrata es uno de los principales expertos españoles en magia, y un gran conocedor de figuras como la de Harry Houdini, el escapista en el cual andando el tiempo, se convertiría Erik Weisz.
“La primera vez que escapó de algo el gran Houdini”, reflexiona Mayrata, “no fue de unas esposas ni de una camisa de fuerza”.
Fue, precisamente, de ese futuro penoso que parecía haber planeado la vida para él.
“Y su éxito llegó, evidentemente, por ahí”, resuelve.
En su juventud, Erich Weiss –Houdini, americanizó su nombre para ahuyentar el estigma del migrante– había trabajado como cerrajero.
Esa habilidad adquirida de forma forzosa fue, paradójicamente, lo que le permitió encontrar una forma de conectar a las mil maravillas con el público.
Tras un año lejos de casa, enrolado en compañías ambulantes, el joven Weiss volvió con su familia una vez que esta se hubo trasladado a Nueva York.
Fue allí donde se interesó más y más por la magia.
También en la gran ciudad adoptó el nombre de Harry Houdini, en honor a Jean Eugène Robert-Houdin, otro mago a quien idolatraba el joven búlgaro.
Pero su futuro no se encontraba en la magia tradicional.
Los trucos de cartas no le dieron éxito, y pronto tuvo que ir más allá.
Si verdaderamente quería procurarse un porvenir lejos de la miseria, tenía que hacer algo diferente.
Y, entonces, llegaron las esposas.
“Houdini se da cuenta de que el escapismo puede ser algo más que una parte más de un número de magia, sino que puede convertirse en un número por si mismo.
De repente, Houdini comenzó a llegar a los pueblos y pedirle al sheriff de turno unas esposas retándolo:
“Tú me las pones y yo consigo librarme de ellas”.
“Lo que Houdini hace es establecer un altísimo grado de complicidad con un público cuyo origen es el mismo que el suyo”, acota Mayrata.
Esta es la historia, en definitiva, de un joven que no se conformó y que supo dar en la tecla.
Las esposas dieron paso a las camisas de fuerza, a las cajas fuertes o a los arneses colgados de los rascacielos estadounidenses.
Harry Houdini se hizo famoso.
Todo el mundo quería ver sus números, y las personalidades del ámbito de la cultura se acercaron a él.
Incluso parece que, en sus tours por Europa, pudo ejercer tareas de espionaje, lo cual solo contribuye a agrandar aún más su leyenda, siempre envuelta en un halo de misterio que él mismo se ocupó de fortalecer.
Harry Houdini murió el 31 de octubre de 1926 de un puñetazo en el estómago que le causó una peritonitis.
Trató de continuar demostrando que su físico podía soportarlo todo, pero el golpe lo pilló desprevenido.
Todo eso, sin embargo, ya es otra historia”.
Extraído de eldiario.es
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