"Hoy, este acuerdo despierta muy poco interés; ha quedado relegado a un segundo plano porque, en resumidas cuentas, ha instalado en el imaginario colectivo la percepción de que con el JCPOA el asunto de Irán y sus deseos de fabricar bombas atómicas está cerrado. No obstante, lo cierto es que ha sido violado constantemente por Irán, sin sufrir por ello ninguna consecuencia""El acuerdo nuclear obvió deliberadamente otros grandes asuntos que hacen de Irán un país que necesita un cambio integral por el bien de la seguridad mundial"
Ha pasado ya un año desde que el grupo P5+1 (EEUU, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania), con el beneplácito de la Unión Europea, firmara con la República Islámica de Irán el famoso acuerdo nuclear, conocido como Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA, en sus siglas en inglés), con el objetivo de que los iraníes abandonaran su programa nuclear con fines militares a cambio de un levantamiento de sanciones y embargos y el descongelamiento de activos financieros.
Entonces, el optimismo se extendió por las cancillerías de todo el mundo –con excepción de Israel, Arabia Saudí, Egipto y Turquía– y las grandes empresas, que se frotaban las manos ante un mercado que volvía a abrirse. La Unión Europea, atrapada por una crisis de la que no logra salir, se preparaba ya para un idilio comercial sin precedentes con Irán.
Hoy, este acuerdo despierta muy poco interés; ha quedado relegado a un segundo plano porque, en resumidas cuentas, ha instalado en el imaginario colectivo la percepción de que con el JCPOA el asunto de Irán y sus deseos de fabricar bombas atómicas está cerrado. No obstante, lo cierto es que ha sido violado constantemente por Irán, sin sufrir por ello ninguna consecuencia –la Foreign Policy Initiative recoge todas las violaciones e incumplimientos iraníes.
Entre los incumplimientos más destacables, tenemos que Irán ha testado misiles balísticos que pueden alojar cabezas nucleares; que, según la inteligencia alemana, Teherán sigue obteniendo material nuclear de contrabando; que, como denunció hace unos días Bret Stephens en el Wall Street Journal, los ayatolás deniegan el acceso a los inspectores nucleares a determinados lugares sensibles, como Parchin, y acumulan más agua pesada de la permitida. Además, el acuerdo no ha conseguido ninguno de los objetivos, que fueron poco ambiciosos, del P5+1 para promocionar el acuerdo en todo Occidente, como la moderación paulatina del régimen iraní, que está muy lejos de producirse, tal como detalla Michel Singh, del Washington Institute for Near East Policy. Se ha confirmado que dejar el futuro de Oriente Medio al albur del equilibrio de poder entre suníes y chiíes era una mala apuesta, como comentamos en su día. Por si todo lo anterior fuera poco, Ruhaní, el supuesto moderado, ya ha amenazado con romper el acuerdo.
Ante la actitud iraní, Mark Dubowitz, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, hacomentado, irónicamente:
Estoy un poco sorprendido de que (…) hayan sido tan audaces durante el primer año (…) en el aumento gradual (…) de sus agresiones en la región, [en el fomento] del terrorismo regional, [en lo relacionado con] las pruebas de misiles y los abusos a los derechos humanos… Pensé que habrían jugado limpio un par de años.
Ciertamente, el acuerdo, de cumplirse, frenaba el programa nuclear iraní durante 15 años, y para ello creaba un catálogo de –pocas– obligaciones para Irán, por ejemplo dar acceso a los inspectores de la AIEA a todas las instalaciones nucleares –aunque tenía un mes para retrasar el acceso en caso de sospecha– y limitar el enriqueciendo uranio –en lugar de dejar de hacerlo–. En cambio, no estaba obligado a desmontar su infraestructura nuclear, y podría continuar también con proyectos de investigación y desarrollo en energía nuclear. Era un acuerdo de mínimos que no solucionaba el problema, sólo lo atrasaba.
El acuerdo nuclear obvió deliberadamente otros grandes asuntos que hacen de Irán un país que necesita un cambio integral por el bien de la seguridad mundial. No hubo ningún compromiso sobre la financiación iraní del terrorismo (el Departamento de Estado de EEUU lleva advirtiendo desde 2012 de que Irán es el principal patrocinador mundial del terrorismo), sobre la implicación de Irán en conflictos regionales (Siria, Yemen) que hunden día a día a Oriente Medio en el caos; sobre el respeto de los derechos humanos en Irán –Teherán ejecutó en 2015 a 1.000 personas, el número más alto desde 1989, de acuerdo con Newsweek– o, mucho menos, sobre sus amenazas de borrar a Israel del mapa. Nada.
De hecho, el pasado 1 de julio, Hosein Salami, el número 2 de la Guardia Revolucionaria Iraní, advertía de que Hezbolá tiene 100.000 misiles apuntando a Israel. En este sentido, diez años después de esa fatidica guerra entre Israel y Hezbolá, parece que los tambores de guerra vuelven a sonar, y prometen una contienda mucho más dura. Hezbolá siempre ha sido la punta de lanza de Irán en su propósito de controlar el Líbano y Siria y destruir Israel.
A pesar del optimismo generalizado que provocó el acuerdo, las políticas de Irán se han visto reforzadas, y la República Islámica sigue pugnando por la hegemonía en Oriente Medio. No en vano, ya en agosto de 2015 Robert Einhorn, exnegociador de la Administración Obama en el acuerdo nuclear, describía su preocupación por que los fondos liberados permitieran a Irán “destinar recursos adicionales sustanciales a desestabilizar a sus vecinos y expandir su influencia regional”.
Para los que fuimos acusados de belicistas, intransigentes y exagerados por ser escépticos ante la voluntad de Irán de cumplir un acuerdo de mínimos, no ha habido sorpresa alguna.
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