Que historia tan bella, emocionante, conmovedora, que te tocará las fibras.
A veces tienes que dejar el guión de lado y dejar que la conversación fluya.
“Para pagarme los estudios, yo trabajaba como vendedora telefónica.
Mi trabajo era un poco tedioso, pero era fácil y pagaban por hora.
La oficina estaba repleta de gente dividida en pequeños espacios, y llena de personas jóvenes, como yo.
Estábamos recaudando fondos para varias organizaciones de beneficencia judías, llamando a números de una lista, por lo general durante la hora de la cena.
Con voces positivas y alegres, fingíamos intimidad con la persona al otro lado de la línea.
Leíamos un guión previamente escrito, recordando a cada uno su compromiso del año anterior, y buscando un compromiso mayor.
Para sonar lo más “pluralistas” posible, todas las mujeres tenían que decir que su nombre era “Rajel Cohen”, y todos los hombres se hacían llamar “David Levin”.
Era una farsa ridícula, pero así había que hacerlo, y recibías un bono cada vez que lograbas que alguien se comprometiera a una cantidad más alta de dinero.
Yo quería ganarme el bono!
El siguiente nombre en mi lista era Magda Schein. Mientras esperaba que se conectara mi llamada, ensayé mentalmente el guión que me había proporcionado la organización.
—¿Hola? —murmuró una voz del otro lado de la línea.
—¡Hola Sra. Schein! Soy Rajel Cohen. ¿Cómo se siente esta noche? —le dije con un tono obviamente falso y ensayado.
—Estoy muy bien —me respondió con ese viejo acento europeo que yo conocía tan bien de mis propios abuelos. Y luego me preguntó:
—Y tú, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —le respondí rápidamente—.
Como le dije, mi nombre es Rajel Cohen y llamo de parte de…
—¿Rajel qué…? —me interrumpió.
—Rajel Cohen —respondí elevando el tono de voz en caso de que la pobre anciana tuviera dificultad para escuchar.
Entonces, sin estar dispuesta a que me desviara de mi guión, continué:
—Llamo de parte de…
—Rajel Cohen… Lo siento, creo que no conozco a ninguna Rajel Cohen y yo… ¡Oh! ¡Espera un minuto, Rajel! ¡Sí, creo que ahora te recuerdo pequeña Rajel! ¡No supe nada de ti durante mucho tiempo!
Y con una calidez que no me merecía, me dijo:
—Rajel, querida, ¿cómo estás?
—Estoy bien, gracias —le dije con cuidado, intentando decidir cómo seguir adelante para reencaminarme y hacer la venta—. De todos modos, sólo llamaba para…
—Claro que sé por qué llamaste, querida —dijo con una pequeña risa—.
Solo llamaste para desearme un buen año. ¡Ay Rajel, siempre fuiste una niña tan buena!
Por un instante me sorprendí. ¿Siempre fui una niña buena?
Yo ciertamente no estaba de acuerdo.
Miré mi guión, pero allí no había nada que pudiera ayudarme.
Había perdido las palabras.
—No supe nada de ti durante tanto tiempo —continuó diciendo la Sra. Schein—. Hace mucho que no sé nada de nadie, hasta que tú llamaste.
Estaba sentada mirando por la ventana. Es tonto, lo sé, ¡hay tanto que hacer antes de Iom Tov, y yo sentada!
Su voz burbujeaba como el agua alegre liberada de una represa, y yo imaginé su departamento con las sillas de madera oscura y el sillón de terciopelo café gastado. Vi las adoradas fotografías color sepia, y respiré el olor de cosas que estaban limpias, pero no del todo frescas.
—Entonces, ¿qué es de tu vida, Rajel? ¿Cómo está tu mami? ¿Cómo está tu abuela?
Escuché su entusiasmo, su alegría por mi llamada y tuve ganas de llorar.
Entonces, tomé el guión que estaba delante de mis ojos sobre la mesa y lo alejé de mí.
—Estoy bien, Sra. Schein —dije acomodándome en la silla e inyectando calidez a mi voz—.
Estoy muy bien, y mi madre y abuela también lo están. Lamento no haberla llamado durante tanto tiempo.
—¡Querida! No tienes que disculparte. ¡Estás ocupada! ¡Todos los jóvenes están muy ocupados.
–Sí, ocupada. Pero no tan ocupada como para dejar pasar otro día sin llamarla y desearle un feliz año nuevo Sra. Schein, a gut, gebensht yor.
—¡También para ti! —dijo de inmediato—. ¡Debería haberlo dicho antes!
Un buen año para ti y para los tuyos, de salud, felicidad, y najes. ¡Un año de alles gut, todo lo bueno!
—Amén, Sra. Schein.
—¡Y un año lleno de buenas amigas como tú! —agregó.
—Amén —respondí avergonzada.
Hablamos unos minutos más sobre recetas para Iom Tov, y cuanto había cambiado el clima.
Luego colgamos el teléfono.
Me quedé un rato mirando el teléfono, pensando en la insoportable soledad de los ancianos, y cuán poco entendemos sobre la grandeza de los pequeños gestos.
Entonces tomé papel y lápiz, escribí su número y lo guardé en mi bolsillo para llamarla después, cuando saliera del trabajo.
Por: Yael Zoldan
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