lunes, 12 de junio de 2017

Contextos

La Guerra de los Seis Días y la ocupación de 50 años

Por Clifford D. May 

Banderas de Palestina e Israel.
"Hace medio siglo, el sueño de Naser de destruir Israel fue diferido. La triste verdad es que persiste. Hasta que eso no cambie, no hay manera de que se genere un proceso de paz serio y duradero"
Hace cincuenta años, el joven Estado de Israel se enfrentó a la amenaza del exterminio: un segundo Holocausto judío en un solo siglo. El presidente egipcio, Gamal Abdel Naser, proclamó abiertamente qué pretendían él y los otros líderes árabes: “Nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel”. “Ha llegado la hora de destruir la presencia sionista en tierra árabe”, repitió el entonces ministro de Defensa y posterior dictador de Siria Hafez al Asad. El presidente iraquí, Abdul Salam Arif, incidió: “Nuestro objetivo será borrar a Israel del mapa”.
Su confianza era justificable. Las fuerzas árabes no sólo superaban con creces a las de Israel, también tenían el quíntuple de tanques y más del cuádruple de aviones. El 31 de mayo de 1967, una viñeta publicada en Al Yarida, un periódico libanés, mostraba a una figura con una larga y ganchuda nariz, luciendo una estrella judía, ante la pasarela de un barco. Ocho cañones apuntaban hacia él. Unas etiquetas en árabe los identificaban como Egipto, Siria, Irak, Jordania, el Líbano, Arabia Saudí, Sudán y Argelia.
La guerra empezó el 5 de junio. Tres días después, en el periódico egipcio Al Gumhuria una viñeta mostraba a tres serpientes entrelazadas: una con una bandera estadounidense, otra con una bandera británica y otra con una estrella de David; la israelí tenía una bayoneta clavada. La leyenda decía: “Guerra Santa”.
Pero el 10 de junio la guerra llegó a un abrupto final. Los que se habían propuesto exterminar a los israelíes fueron rotundamente derrotados. Isaac Rabín, entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel y posteriormente primer ministro del país de los judíos, dio al conflicto un modesto nombre: Guerra de los Seis Días. El presidente Naser lo denominó Al Naksa, el revés.
Por otro lado, pronto quedó claro que no sería la última guerra librada para aniquilar la patria refundada del pueblo judío. El 1 de septiembre, en una cumbre árabe celebrada en Jartum, se aprobó una resolución que proclamaba lo que se conocería como Los Tres Noes: no a la paz con Israel, no al reconocimiento de Israel y no a las negociaciones con Israel.
Sin embargo, algunos israelíes pensaron que el resultado de la contienda ofrecía una ocasión única para resolver lo que entonces se conocía como el conflicto árabe-israelí. Habían tomado el Sinaí y Gaza a Egipto, la Margen Occidental a Jordania y el Golán a Siria. Tal vez podrían intercambiar esos territorios para poner fin a las hostilidades.
El principio de tierras por paz quedaría formalmente establecido en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada en noviembre de 1967. Andando el tiempo, los israelíes se retiraron del Sinaí a cambio del tratado de paz con Egipto.
A lo largo de las siguientes décadas, la solución de dos Estados pareció la respuesta obvia a lo que se acabó conociendo como el conflicto palestino-israelí. Y en varias ocasiones los israelíes hicieron ofertas específicas de estadidad a los líderes palestinos. Sin embargo, todas las veces fueron rechazadas por estos, que no pusieron contraoferta alguna sobre la mesa.
Y en 2005 el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharón, se embarcó en un audaz experimento. A pesar de la vehemente oposición interna, se retiró de Gaza guiado por esta sencilla teoría: si el obstáculo para la paz con los palestinos era la ocupación de los territorios que los palestinos querían para crear su propio Estado, entregar uno de ellos debería aliviar las tensiones y, con el tiempo, producir algún progreso significativo.
El experimento fracasó. Al cabo de dos años, la organización terrorista Hamás, una de las ramas de los Hermanos Musulmanes, se había hecho con el control de Gaza y empezado a disparar misiles contra Israel. El bloqueo de la Franja fue la respuesta a ese y otros ataques subsiguientes, no la causa.
A pesar de esta historia, algunos de los viejos amigos del presidente Trump están ahora advirtiéndole de que tiene una oportunidad única para mediar en el acuerdo definitivo: unacuerdo de estatus final entre Israel y los palestinos. Señalan que Oriente Medio está cambiando. Los países árabes suníes están amenazados por el Irán persa chií, que tiene tropas en Irak y Siria, apoya a los rebeldes huzis en el Yemen y financia y da instrucciones a Hezbolá, la milicia más poderosa del Líbano. El Estado Islámico, Al Qaeda y otras organizaciones yihadistas salafistas también representan un peligro.
Los dirigentes de los países suníes también son lo suficientemente listos para reconocer que los israelíes nunca les pondrían un misil en el desayuno sin motivo. ¿Por qué no conseguir quepresionen a los palestinos para que negocien, ofrezcan concesiones y por fin se resuelva el conflicto?
El problema de esta teoría es que no supera los mayores obstáculos hacia un proceso de paz exitoso; como que Hamás considera cada palmo de Israel “territorio ocupado” y, de manera más importante, una donación de Alá a los musulmanes. No es concebible que Hamás quisiera o pudiera reconocer el derecho a existir a un Estado judío.
En cuanto al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, también él ha declarado que no puede aceptar a Israel como el Estado-nación del pueblo judío. Si no fuese por esa inconveniencia, ¿podría hacer las concesiones necesarias para asegurar que, tras una retirada israelí, la Margen Occidental no se convertiría en otro bastión terrorista; bastión que tendría a tiro de mortero los núcleos más poblados y el aeropuerto internacional de Israel? Y si ejerciera dicho liderazgo, ¿le seguiría una masa crítica de palestinos?
Si, como yo creo, la respuesta a ambas preguntas es no, el presidente Trump estaría gastando un tiempo y un capital político preciosos tratando simplemente –por el momento– de mitigar elconflicto palestino-israelí.
Hace medio siglo, el sueño de Naser de destruir Israel fue diferido. La triste verdad es que persiste. Hasta que eso no cambie, no hay manera de que se genere un proceso de paz serio y duradero.
© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

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