jueves, 25 de abril de 2024

Estados Unidos e Israel han experimentado ambos una serie de reveses llevando a la duda sobre sí mismos


TRADUCIDO POR 

Marcela Lubczanski
Por William A. Galston
Abril 23, 2024

 Hay una historia judía clásica: Un consejo comunitario pagaba a un judío ruso un rublo al mes para pararse en las afueras del pueblo para poder saludar al Mesías a su llegada. "Pero la paga es tan baja," dijo un amigo al hombre. "Cierto," respondió el hombre, "pero el trabajo es estable."

En verdad lo es. "Ningún pueblo ha insistido tanto jamás más firmemente que los judíos en que la historia tiene un propósito y la humanidad un destino," escribió Paul Johnson en "Una Historia de los Judíos" (1987). Reflexionando sobre Pesaj, el fallecido Rabino Jonathan Sacks observó que al volver a contar la saga del éxodo de Egipto, los judíos se comprometen con una "proposición trascendental: que la historia tiene significado" y que "no estamos condenados eternamente a repetir las tragedias del pasado."
El Judaísmo no es la única visión del mundo en adoptar esta creencia, la cual sostiene a las comunidades religiosas, filosofías laicas y movimientos políticos a través de tiempos difíciles, dando a la gente esperanza que sus sacrificios finalmente serán recompensados.
Los estadounidenses se aferraron a su propia versión de esta saga durante generaciones. Los puritanos se veían a sí mismos como el Nuevo Israel. Abraham Lincoln llamó a los estadounidenses "el pueblo casi-elegido." Los estadounidenses en el siglo XIX vieron su expansión a lo largo del continente como "Destino Manifiesto." Durante la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson definió una nueva misión para Estados Unidos: un mundo seguro donde la democracia podría prosperar. Franklin D. Roosevelt se expandió en esa misión y la consagró en el Estatuto Atlántico, que declaraba los objetivos de guerra de los Aliados.
Estados Unidos surgió de la Segunda Guerra Mundial como el líder indiscutido del Occidente y reorganizó las relaciones diplomáticas y económicas globales. Mientras el mundo se recuperaba, las naciones largamente dominadas por autócratas comenzaron lo que parecía un movimiento inexorable hacia la democracia liberal.
Con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, el progreso contínuo hacia un mundo más pacífico y próspero pareció asegurado. Estadounidenses de todo el espectro político se persuadieron que el crecimiento económico expandiría la clase media en los países en desarrollo, generando demandas más fuertes de libertad cívica y auto-gobierno democrático. Propulsados por esta creencia, los líderes políticos abrieron las puertas de la Organización de Comercio Mundial a China en términos que funcionaron para nuestra desventaja.
Cuando amanecía el tercer milenio, los estadounidenses parecían tener confianza ilimitada en el futuro. Luego llegaron una serie de golpes: los ataques del 11/S, guerras costosas en el Medio Oriente, la pérdida de más de cinco millones de empleos manufactureros entre los años 2000 y 2010, el colapso financiero y la Gran Recesión, intensificaron la lucha racial, la pandemia y las variadas respuestas polarizadoras a ella.
A medida que se multiplicaban los contratiempos, los estadounidenses se dividieron en una medida no vista en generaciones. Debido a que las partes estaban estrechamente divididas numéricamente, ninguna parte podía ganar una mayoría gobernante duradera. Mientras continuaba el estancamiento, la confianza de Estados Unidos en su capacidad de auto-gobierno se desplomó. La consecuencia: los adultos jóvenes no creen que obtendrán la calidad de vida de la que gozaron sus padres, y las esperanzas de progreso de los ciudadanos están destrozadas.
Los israelíes en las últimas décadas han experimentado una erosión de confianza similar. La segunda intifada, entre los años 2000 y 2005, destruyó la falsa esperanza creada por los acuerdos de Oslo para un acuerdo pacífico con los palestinos. Cuando Benjamin Netanyahu recuperó el cargo de primer ministro en el 2009, ofreció una nueva historia de esperanza: Israel se volvería la principal potencia económica y militar de la región. Marginalizaría la cuestión palestina forjando acuerdos con los vecinos árabes, culminando en una distensión con Arabia Saudita como los líderes de una alianza anti-iraní. La masacre de Hamas el 7 de octubre debilitó esa narrativa también, dejando a Israel sin un camino claro por delante. Para ahora, los fundamentos laicos para la esperanza son difíciles de encontrar, y la mayoría de los israelíes no abrazan las esperanzas mesiánicas de la derecha religiosa.
Cuando una nación concebida en las esperanza pierde la confianza en su futuro, su pueblo se entrega, su sociedad pierde un sentido colectivo de significado y propósito, y sus desafíos llegan a parecer intratables.
Los relatos demasiado confiados del significado en la historia son vulnerables a las vicisitudes de los eventos humanos. Por el contrario, la creencia en el rol providencial de Dios en la historia humana es impermeable a los reveses nacionales. La creencia que Dios está de nuestro lado, sin embargo, llega con peligros propios, incluida la preocupación disminuida por el sufrimiento de nuestros enemigos.
Como destacó Lincoln durante la Guerra Civil, la pregunta no es si Dios está de nuestro lado, sino más bien si nosotros estamos del lado de Dios.

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