lunes, 29 de mayo de 2017


Contextos

Irán: Ruhaní vuelve a ganar unas elecciones ni libres ni justas

Por Clifford D. May 

Hasán Ruhaní, presidente de Irán.

"Ruhaní ha presidido Irán durante los últimos cuatro años, periodo de grandes violaciones a los derechos humanos, matanzas respaldadas por Irán en Siria, toma de rehenes estadounidenses y de otras nacionalidades y un creciente apoyo de Teherán a grupos terroristas operativos más allá de sus fronteras. Sin embargo, lo verán descrito como 'moderado' en numerosos medios de comunicación"
Las noticias deben ser nuevas, pero no tienen por qué ser sorprendentes. Y las nadas sorprendentes noticias prodecentes de Irán nos dicen que ha habido unas elecciones (o algo parecido) y que el ganador ha sido Hasán Ruhaní, el actual presidente. Un clérigo aparentemente morigerado de sonrisa beatífica, Ruhaní ha presidido Irán durante los últimos cuatro años, periodo de grandes violaciones a los derechos humanos, matanzas respaldadas por Irán en Siria, toma de rehenes estadounidenses y de otras nacionalidades y un creciente apoyo de Teherán a grupos terroristas operativos más allá de sus fronteras. Sin embargo, lo verán descrito como “moderado” en numerosos medios de comunicación.
Como mucho, Ruhaní es un pragmático, con una aguda percepción de lo crédulos que pueden ser los diplomáticos y periodistas occidentales. Sabe que no lo van a juzgar a partir de declaraciones como ésta: “Decir ‘¡Muerte a América!’ es fácil. Tenemos que decir ‘¡Muerte a América!’ mediante la acción”.
En Irán, el presidente no es la figura más poderosa. Esa distinción le corresponde a un “líder supremo” no electo. Es al líder supremo al que reportan todos los organismos del Gobierno, incluido el Consejo de Guardianes, cuyos 12 miembros han de aprobar los candidatos a la presidencia. Esta vez, más del 99% de los aspirantes fueron descalificados por no tener posiciones política y religiosamente correctas. Las mujeres también fueron excluidas.
Desde la revolución islámica de 1979, Irán ha tenido dos líderes supremos. El primero fue Ruholá Jomeini, un carismático clérigo con el feroz aspecto de un profeta bíblico. La Administración Carter y los grandes medios de comunicación también lo tomaron al principio por un moderado. Cualquiera que se hubiese molestado en leer lo que había escrito desde la década de 1940 habría sabido que se consideraba a sí mismo un yihadista que creía que el islam debía “conquistar el mundo entero”.
Tras la muerte del ayatolá Jomeini, en 1989, Alí Jamenei, que había sido presidente, fue nombrado líder supremo por la Asamblea de Expertos, entidad cuyos miembros también son seleccionados por el Consejo de Guardianes. Así las cosas, debería quedar claro que las elecciones de Irán no son abiertas, libres ni limpias, incluso cuando no están descaradamente amañadas como en 2009.
The New York Times ha llamado a esta forma de gobierno iraní “democracia no democrática”. Es un oxímoron curioso, pero en absoluto preciso. Yo hablaría de una dictadura teocráticahábilmente presentada para crear la ilusión de una gobernanza representativa. Podría ser útil compararlo con el sistema soviético, donde el Partido Comunista decidía qué candidato podía competir y qué funcionarios electos podían servir. En Irán, hemos de sustituir a los comisarios por los mulás.
El principal rival de Ruhaní en estas elecciones era Ebrahim Raisi, que no pretendía ser otra cosa que el más duro de la línea dura. Por tanto, quienes estamos preocupados por la amenaza estratégica que representa Irán ¿deberíamos sentir alivio por el resultado de los comicios?
Al contrario: como mi colega y exespecialista de la CIA en Irán Reuel Marc Gerecht ha señalado,una victoria de Raisi habría sido lo mejor, porque habría hecho más difícil a los líderes occidentales “engañarse a sí mismos respecto a las intenciones de Irán”. También habría agrandado “la distancia entre el pueblo iraní y caciques”.
Los periodistas y diplomáticos que defienden la moderación de Ruhaní suelen decir que está ansioso por mejorar las relaciones económicas con Occidente. Eso es cierto, pero su objetivo es, de forma transparente, fortalecer la economía de Irán, condición necesaria para construir un Ejército más poderoso. No es mera coincidencia que el presupuesto de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y el programa de desarrollo de misiles haya aumentado un 24% este año.
¿Se volvería complaciente un Irán más rico? ¿Perdería su afán por luchar y sacrificarse por propagar su revolución islámica? Eso era lo que el presidente Obama esperaba y lo que teme el ayatolá Jamenei. Sospecho que para Ruhaní es un riesgo manejable.
En su primera legislatura como presidente, el logro más significativo de Ruhaní fue el Plan de Acción Conjunto y Completo (PACC). Él y su ministro de Exteriores, el pico de oro Javad Zarif, convencieron al presidente Obama de que levantara las sanciones y transfiriera a Irán miles de millones de dólares. Se estima que la economía iraní –que se había contraído un 6,8% en 2013 y un 2% en 2015– creció el año pasado un 6,4%. A cambio, Ruhaní prometió aplazar el programa de armas nucleares, programa cuya existencia de hecho niega.
¿Qué es lo siguiente en su lista de tareas pendientes? Mi sospecha es que intentará acrecentar las divisiones entre Estados Unidos y la Unión Europea, atraer inversión extranjera y acabar con las sanciones no nucleares, sanciones impuestas por el apoyo de su régimen al terrorismo, las violaciones a los derechos humanos y el mantenimiento de los programas de misiles balísticos.
La última tarea de la lista podría resultar difícil: tras renovar una exención temporal en las sanciones de EEUU contra las exportaciones iraníes de crudo, la Administración Trump golpeó a Teherán recientemente con varias sanciones no nucleares, aumentando la lista de las más de cuarenta impuestas este año.
David Albright, presidente del Institute for Science and International Security, y mi colega Mark Dubowitz llamaron a esto “enfoque de mano blanda y mano dura”, básicamente un mecanismo de espera mientras los asesores del presidente Trump intentan elaborar una política integral y coherente sobre Irán, una que no se base en la creencia de que se puede apaciguar a los líderes de la República Islámica.
Los asesores de seguridad nacional del presidente Trump son sumamente conscientes de que la ambición de esos individuos es construir un nuevo imperio persa/islámico. Irán ya controla el Líbano mediante Hezbolá, su leal peón; influye poderosamente en el Gobierno iraquí, apoya a los rebeldes huzis en el Yemen y ha enviado a Siria a sus propias fuerzas –así como las de Hezbolá– a defender a Bashar Asad, su leal y letal cliente. Irán y Hezbolá también están penetrando cada vez más en América Latina.
El otro día, aproximadamente a la misma hora en que se anunció la victoria de Ruhaní, el presidente Trump llegó a Arabia Saudí, donde la amenaza que representan dichas ambiciones neoimperialistas fueron el primer punto del orden del día. Eso tampoco fue una mera coincidencia.
© Versión original (en inglés): Foundation fcor Defense of Democracies
© Versión en español: Revista El Medio

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