jueves, 1 de diciembre de 2016

Dentro del Santo Sepulcro de Jerusalén

Continuando el recorrido por las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén en Israel, se encuentra un sector donde el ambiente se torna más colorido y algo bullicioso. Es el barrio árabe, uno de los cuatro barrios que componen la parte antigua de la ciudad. 
El lugar donde el cuerpo de Jesús fue preparado para ser sepultado. Juan Carlos Dos Santos, ABC Color
El lugar donde el cuerpo de Jesús fue preparado para ser sepultado. Juan Carlos Dos Santos, ABC Color
Tras retomar el recorrido trazado con anterioridad por las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén, sentimos un cambio en el ambiente repentinamente luego de girar en un callejón. “Bienvenidos al barrio árabe”, nos saluda Iuval Rosemberg, nuestro guía.
Sin recuperarnos aún de la impresión que nos había causado un encuentro con una parte tan importante y vigente de la historia de la humanidad, nos dispusimos a seguir nuestra ruta dentro de la Ciudad Vieja y tras girar en un callejón sentimos el cambio de ambiente de manera repentina.
Un considerable aumento de personas que se movían a un ritmo frenético, con idas y vueltas o entrando y saliendo de las casas o de las pequeñas tiendas, niños que correteaban en grupo entre la gente, esquivando a las personas como la travesura más emocionante de sus vidas, ante la atenta mirada de mujeres vestidas todas con un riguroso negro aunque con el rostro descubierto.
“Bienvenidos al barrio árabe”, nos saluda Iuval Rosemberg, el guía argentino nacido en Santa Fe aunque pasó parte de su infancia y juventud en Bariloche y residente desde hace más de 35 años en Israel, mientras nos sonríe y señala el camino que iríamos a seguir.

EL VÍA CRUCIS

“Ahora caminaremos por la Vía Dolorosa. Recorreremos el camino que hizo Jesús y de ser posible haremos una pausa en sus estaciones”.
Las estaciones son lugares icónicos señalados en la Biblia que marcan los momentos más importantes durante el camino hacía el Gólgota, una colina cercana a donde murió Jesús, aquella tarde del viernes del año 33 de nuestra era. La legendaria ciudad había cambiado de dueño y de inquilinos varias veces: judíos, romanos, cristianos, musulmanes, cruzados y otomanos habían hecho suya a Jerusalén a lo largo de la historia de la ciudad.
“Es muy posible que este camino no sea exactamente el que ha recorrido Jesús”, aclara Iuval. “La ciudad ha sufrido tantos cambios a lo largo de su historia, que es muy probable que este no haya sido el camino que en realidad recorrió Jesús y por eso lo haremos de manera más rápida; de todas formas, me voy a detener en algunas estaciones para explicar lo que allí sucedió”.

Una de estas estaciones tiene un relieve de la palma de una mano, rememorando el sitio donde Jesús cayó y los romanos ordenaron a una persona que miraba que lo ayudara llevando la pesada cruz.
A medida que avanzábamos, la mezcla de los sonidos que diferentes lenguas inundaba el ambiente. A la presencia de fieles llegados a la ciudad de Jerusalén se sumaban los turistas y los propios comerciantes que a viva voz ofertaban una inmensa cantidad de productos.
La presencia de personal de las Fuerzas de Defensa israelíes de pronto se volvió notoria, pues en los días anteriores habían sucedido unos esporádicos ataques por parte de personas radicalizadas en contra de ellos. Por lo demás, el ambiente era absolutamente tranquilo y la gente estaba más preocupada por escapar de algún comerciante y por luchar contra la pendiente que cada vez se hacía más empinada en su recorrido hacia el Gólgota.
-“¿Están cansados?”, pregunta Iuval.
“Un poco”, respondimos.
“Imaginen que Jesús recorrió algo parecido a este trayecto luego de sufrir tremendas torturas toda la noche anterior por orden de Pilatos”. Tras la breve acotación, ya nadie tuvo el valor siquiera de pensar en pedir una pausa para descansar.
Durante el recorrido camino al Santo Sepulcro, atravesamos las iglesias de los Coptos, la más antigua congregación cristiana, descendientes de los egipcios que abrazaron la religión cristiana y también conocimos la Iglesia Ortodoxa de Etiopía, un país africano muy ligado al cristianismo y al judaísmo.

IGLESIA DEL SANTO SEPULCRO

El temor a que la presencia de una gran cantidad de personas nos impida ingresar a la iglesia del Santo Sepulcro hizo que apuráramos el paso. Por la tarde, apenas tendríamos tiempo para almorzar, pues nos aguardaba el Museo del Holocausto.
Llegamos agitados hasta la puerta del Santo Sepulcro y, allí sí, el guía hizo una breve pausa para explicar lo que íbamos a ver. El lugar está bajo la administración de la Iglesia Ortodoxa griega y confluyen en ese lugar todas las diversas corrientes del Cristianismo actual, ya sean católicos, ortodoxos griegos, latinos, armenios y rusos, evangélicos o coptos.

LO INSÓLITO

Es justamente debido a esta diversidad del cristianismo presente en este lugar que la llave de la iglesia está en manos de un musulmán.
Si llega la hora del cierre y hay aún gente dentro de la iglesia, bueno, estas personas deberán buscar la manera de pasar lo mejor posible adentro hasta la mañana siguiente, alrededor de las 07:00, cuando este señor de confesión musulmana regrese a abrir las puertas del Santo Sepulcro.
Si lo del musulmán encargado de la llave del Santo Sepulcro, donde crucificaron a Jesús, parece algo insólito, mucho más lo es la escalera de madera que desde 1757 se encuentra en el mismo lugar pues ha sido tan difícil que las diversas confesiones cristianas que hacen uso de la iglesia se pongan de acuerdo, que ni siquiera una escalera que alguien dejó olvidada luego de algún trabajo hace mas de 250 años puede ser movida de lugar por falta de acuerdo.

LA COLINA DEL GÓLGOTA O LA CALAVERA

Una vez dentro, el recorrido es bastante simple, pero abrumadoramente emotivo.
Primero vemos el lugar donde colocaron el cuerpo de Jesús tras bajarlo de la cruz. En ese lugar, hoy convertido en un altar de mármol, fue donde la Virgen María recibió al cuerpo de su hijo y, tras envolverlo en una sábana, lo llevó con ayuda de otras personas a limpiarlo y untarlo con óleos para su entierro siguiendo las tradiciones judías.
Unos metros a la izquierda, protegida por un cristal blindado y adornada arriba con la figura de un Cristo crucificado, se encuentra la piedra del Gólgota, el lugar donde los soldados romanos clavaron la cruz y colocaron en ella a Jesús. Tras orar frente al Cristo crucificado, las personas que una a una iban pasando frente a él podían arrodillarse y con algún que otro esfuerzo introducían el brazo por un pequeño hoyo tratando de llegar a tocar la roca.
Es muy difícil con pocas palabras describir las expresiones en el rostro de las personas que tras sentir el roce de la piedra con sus dedos o con la palma de su mano, dependiendo de la extensión del brazo de cada uno, se levantaban llorando sin poder contenerse algunas, otras elevando su mirada al cielo y agradeciendo el momento, así como había quienes al levantarse buscaban a sus conocidos desesperadamente para abrazarlos y encontrar así la contención para un momento mágico, mítico y tremendamente emotivo.
Un colega a quien no voy a identificar mencionó minutos antes que si bien nació y creció en el seno de una familia católica, él había iniciado los cuestionamientos típicos a su creencia religiosa a muy temprana edad, por lo que se consideraba ateo, sin que eso haya mermado su gran juicio de valor por lo histórico del lugar desde que ingresamos a la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Cuando le tocó el turno, no pudo menos que arrodillarse y fui testigo de cómo la emotividad que transmitía el lugar se había apoderado por completo de su persona. “Es simplemente increíble”, repetía una y otra vez, quizás maravillado por la experiencia que había vivido minutos antes.

LUGAR DONDE SEPULTARON A JESÚS

Nuevamente aturdidos por el momento vivido, comenzamos a descender unos altos escalones mientras nos cruzábamos con cientos de personas de grupos de excursionistas venidos de todas partes del mundo, ya sea como turistas o como mensajeros de sus respectivas iglesias.
En ese lapso vimos pasar a ciudadanos de China, Nueva Zelanda, Australia, Suecia, Tanzania, Colombia y Canadá entre algunos grupos que portaban la bandera de sus respectivos países. Ahora nos tocaba formar una extensa fila para la parte final del recorrido de la iglesia del Santo Sepulcro: el Sepulcro mismo.
Éste es celosamente custodiado por un anciano sacerdote ortodoxo griego, quien parecía tener un cronómetro para avisar a las personas que su tiempo dentro de la cueva donde fue sepultado Jesús había finalizado. Sin considerar nacionalidad ni idioma, este corpulento sacerdote, vestido estrictamente con las tradicionales prendas ortodoxas y una larga barba blanca, presentaba más el aspecto de un mago con poderes mágicos salido de algún filme épico.
La cueva tiene dos compartimientos: el primero, el lugar donde el ángel se le apareció a las tres mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y María Magdalena, para avisar que Jesús había resucitado y ya no estaba adentro.
El segundo compartimiento, donde con ciertas dificultades podían acceder como máximo tres personas al mismo tiempo, era el lugar donde el cuerpo de Jesús fue depositado luego de morir y no estaba permitido tomar fotografías ni filmar dentro del mismo. Una infinidad de adornos relacionados con la iglesia ortodoxa griega decoraban por dentro y por fuera la gruta.
Cuando me tocó el turno de ingresar, una mezcla de miedo y alegría simultáneamente me invadió al tocar el altar donde se produjo el milagro de la resurrección según la fe cristiana, una espontánea oración al Padre Nuestro me surgió en ese momento y allí sí ya fue imposible contener las lágrimas. Me levanté, me persigné y salía de la gruta cuando me encontré con el sacerdote ortodoxo que ingresaba a sacar a una feligresa venida de Tanzania que no podía moverse, creemos que por la impresión o porque quizás se haya sentido mal en ese momento.
Finalmente, todos los del grupo salimos del lugar en silencio y con un profundo respeto hacia la historia que guardaba el lugar, pero más que nada con una enorme satisfacción por haber tenido el privilegio de estar allí.
Tal fue la impresión que nos causó visitar esa sepultura que no prestamos mucha atención al lugar donde untaron el cuerpo de Jesús antes de sepultarlo. En ese lugar se percibía un grato aroma a rosas donde los fieles impregnaban con aceite las cruces que habían llevado consigo.
Iuval, que nos observaba y sonreía -después de todo, cuántas veces habrá pasado por este tipo de situación-, dio por terminada la visita y dijo: “Vamos a comer, tenemos poco tiempo, el Museo del Holocausto, en la otra parte de la ciudad, nos espera”.

Fuente: ABC Paraguay

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.