domingo, 28 de mayo de 2017

¿Conseguirá Trump crear un nuevo Oriente Medio?

Por Eli Cohen 

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"Sea o no fructífera la estrategia trumpista para Oriente Medio, tiene razón el presidente norteamericano: el cambio debe originarse desde dentro"
Trump tiene planes para Oriente Medio y parece que los está llevando a cabo. Para su gira regional, eligió los destinos cuidadosamente con un objetivo claro: afianzar el entendimiento entre los países suníes (Egipto, Jordania y los países del Golfo encabezados por Arabia Saudí) e Israel para combatir al terrorismo islámico, especialmente al ISIS, contener la expansión de la influencia iraní y lograr un acuerdo definitivo y de alcance regional para que, de una vez por todas, israelíes y palestinos firmen una paz estable.

De Riad a Belén, pasando por Jerusalén

La primera parada de la gira, Riad, fue el escenario perfecto para que Trump desplegara su narrativa para el nuevo Oriente Medio que quiere forjar. Trump destacó que la lucha contra el terrorismo yihadista es “una lucha del bien contra el mal”, y dijo ante los saudíes que no iba a dar lecciones (enfoque aislacionista y westfaliano ante las violaciones de derechos humanos y la falta de libertades en la monarquía saudí, es decir, política exterior America First) sino a buscar aliados.
Satisfecho por el recibimiento saudí, Trump se dirigió posteriormente a Israel. En la rueda de prensa conjunta entre Trump y Netanyahu, celebrada en Jerusalén, el premier israelí dijo: “Por primera vez en mi vida veo una verdadera esperanza de cambio”. No sabemos el alcance del famoso “acuerdo definitivo” que propugna el inquilino de la Casa Blanca, ni los detalles del mismo (the devil is in the details); pero Netanyahu se muestra extraordinariamente optimista. Además, para más alegría de Bibi, Trump también ha sido el primer presidente norteamericano en ejercicio en visitar el Muro de las Lamentaciones, ubicado en Jerusalén Este, territorio reclamado por los palestinos como su futura capital.
Por su parte, Mahmud Abás, el presidente palestino, ha entablado, aparentemente, una buena relación con Trump. Sin embargo, en su encuentro en Belén el norteamericano le dio un tirón de orejas al manifestar que la paz no llega a sitios donde el terror es recompensado, en clara referencia a los salarios que la Autoridad Nacional Palestina paga a los terroristas palestinos y a sus familias. En la ciudad de la Natividad, Trump declaró que un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos sería el principio de una paz regional más amplia. En su último discurso antes de partir, aseguró a los israelíes que “los palestinos están preparados para alcanzar la paz”.

¿Una estrategia posible?

El plan de la Administración Trump parece simple y lógico: los países suníes aceptan a Israel –Egipto y Jordania ya lo hacen– y son los garantes y patrones de un acuerdo con los palestinos. A cambio, EEUU no se inmiscuye en sus asuntos internos, les procura ayuda militar y económica e intensifica su apoyo a estos países para derrotar al ISIS y contener a Irán.
La estrategia de Trump es una reordenación de las alianzas en Oriente Medio, según Aaron David Miller, uno de los mayores expertos en el conflicto entre israelíes y palestinos, es coherente, pero –apunta el analista– eso no significa que vaya a funcionar.
No es tan fácil que se establezca un entendimiento fluido entre Israel y los países del Golfo, pese a la colaboración y los negocios soterrados de los últimos años, sobre todo en lo referente a contener a un Irán cada vez más crecido, empoderado e influyente. Tampoco es tan fácil que todos los países del Golfo se vuelquen incondicionalmente en la lucha contra el Estado Islámico –muchos lo ven como un contrapeso a Irán–, y sus fuerzas militares no son precisamente efectivas –la campaña en el Yemen contra los rebeldes huzis ha sido un desastre–. Israel puede proporcionar inteligencia y cierta ayuda, pero está lejos de expandir su colaboración a otros niveles más altos e intensos.
Enfrente tienen a un bloque que parece más fuerte, cohesionado y exitoso: el formado por Irán, el Irak chií, Siria y Hezbolá, con el respaldo ruso.
A pesar de ello, si se logra un entendimiento basado en el mutuo reconocimiento y en la cooperación regional, giraría en torno a la independencia política plena de los palestinos. Los países suníes pueden presionar a los palestinos para que acepten las condiciones sugeridas por Trump, pero hasta un determinado límite, más aún cuando Egipto y Jordania, principalmente, desempeñarían el papel de garantes. El acuerdo definitivo iría precedido de uno interino, por el cual Israel restringiría la construcción en los asentamientos, llevaría a cabo ciertas cesiones de territorio a la Autoridad Palestina en Cisjordania y aumentaría los incentivos económicos a los palestinos. Sin embargo, estos avances no significarán nada si el liderazgo palestino no está dispuesto a cumplir con la aburrida tarea de administrar un país; recordemos lo que Bill Clinton dijo el año pasado: ”Me dejé la piel para que los palestinos tuvieran un Estado y aun así lo rechazaron”.
No obstante, además de las cuestiones perennes del conflicto, como Jerusalén Este, los refugiados palestinos o el control del valle del Jordán, todavía quedan muchas incógnitas; la primera de ellas es Gaza y el papel de Hamás, aislado ahora de la Hermandad Musulmana pero fiel cliente de los iraníes.

El cambio viene desde dentro

Sea o no fructífera la estrategia trumpista para Oriente Medio, tiene razón el presidente norteamericano: el cambio debe originarse desde dentro. Así, en su despedida hizo un llamamiento –en el que no ahorró en elogios hacia la gesta del pueblo judío durante los últimos dos mil años y su renacimiento en el Estado de Israel– a cristianos, musulmanes y judíos a crear un mundo mejor y destacó el compromiso que ha obtenido del rey Salman para ello.
No queda más remedio que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Y eso, en la era Trump, ya es garantía de sorpresas.

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