lunes, 30 de septiembre de 2024

DE TABLET MAGAZINE

 MATANDO A NASRALLAH

Israel muestra a Estados Unidos cómo ganar guerras.

Por Lee Smith
Septiembre 27, 2024
TRADUCIDA POR    Marcela Lubczanski

Viernes a la noche en el Levante, Israel atacó edificios en los suburbios sureños de Beirut matando al secretario general de Hezbola, Hassan Nasrallah. Esta operación representa un cambio drástico en la estrategia israelí. No sólo ellos han liquidado finalmente a un adversario que han sido capaces de matar durante mucho tiempo, también han hecho oídos sordos a su patrón superpotencia de más de medio siglo. Pero en esta etapa, prestar atención al consejo de Washington en la guerra es como tomar el consejo del ángel de la muerte. Así como Estados Unidos ya está más dispuesto o es capaz de ganar las guerras en que compromete a los estadounidenses a luchar, la administración Biden no permitirá que los aliados ganen guerras tampoco.
Ordenando el ataque contra Nasrallah mientras asistía a la Asamblea General de la ONU, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu puso de relieve la independencia del estado judío del consenso global que ha resuelto no enfrentar a los terroristas sino más bien apaciguarlos, ya sea que éstos estén conspirando en el Medio Oriente o viviendo entre las poblaciones locales de las naciones occidentales, incluido Estados Unidos. El ataque de Israel también muestra que lo que casi todos los líderes militares y civiles estadounidenses y occidentales han creído acerca del Medio Oriente durante los últimos 20 años fue simplemente una colección de excusas para perder guerras. Las preguntas sobre las que han deliberado los promienentes elaboradores de políticas y funcionarios del Pentágono, expertos de think tanks y periodistas desde la invasión de Irak—preguntas sobre la naturaleza de la guerra moderna y la conducta apropiada de las relaciones internacionales en un mundo multipolar, etcétera—ahora pueden ser dejadas de lado para siempre porque han sido resueltas definitivamente.
Las respuestas son las de siempre—al menos antes del inicio de la "guerra global contra el terror." Contrariamente a las convicciones de los neoconservadores de la época de George W. Bush y de los progresistas pro-iraníes en el bando de Barack Obama, garantizar la paz de una nación no tiene nada que ver con narrativas ganadoras, o construcción de naciones, o equilibrar a los aliados de EE.UU. contra tus enemigos mutuos en el nombre del equilibrio regional, o de cualquier otra de las teorías académicas generadas para enmascarar el fracaso de una generación. Más bien, significa matar a tus enemigos, por sobre todo a los que defienden y encarnan las causas que inspiran a otros a agotar sus energías asesinas en tu contra. Por lo tanto, matar a Nasrallah era esencial.
Derrotar oficiales desmoraliza a una fuerza. Borrar a su cadena de mando la paraliza. Hezbola es una función del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, y si se le permitía sobrevivir a la milicia libanesa será reabastecida y entrenada por el CGRI para reemplazar a los caídos. Nasrallah provino de una fuente diferente. El era el protegido del líder supremo de Irán, Ali Khamenei. Sus mandatos—hasta ahora—fueron casi idénticos: Khamenei reemplazó al fundador de la República Islámica, Ruhollah Khomeini en 1989 y eligió a Nasrallah para liderar Hezbola en 1992. Los iraníes construyeron en torno a Nasrallah no sólo una red de satélites que se extienden desde el Mediterráneo oriental al Golfo Pérsico sino también una visión mundial integral—la resistencia permanente. Matarlo marca un momento definitorio que corona el fin de un reinado del terror de 30 años.
La campaña de Israel fue puesta en marcha el 17 de septiembre con la detonación de dispositivos de comunicaciones de Hezbola, en los que la inteligencia israelí había colocado trampas explosivas, inhabilitando a miles del personal de apoyo médico y logístico de la organización terrorista tanto como a combatientes. Debido a que la infraestructura de comunicaciones de Hezbola, tanto como su cadena de suministro, fue comprometida, los altos funcionarios fueron obligados a reunirse en persona. Por consiguiente, Israel pudo liquidar al alto comandante de operaciones Ibrahim Aqil—quien tomó parte en los ataques de 1983 contra la embajada de EE.UU. y los cuarteles de los Marines en Líbano—y a otros prominentes comandantes de la fuerza de élite Radwan en un ataque en el suburbio sureño de Beirut el 20 de septiembre. En ataques contra los bastiones de Hezbola a lo largo de Líbano, Israel ha matado a cientos de combatientes y destruyó miles de misiles de largo y mediano alcance y lanzadores. Con Nasrallah y prácticamente todo su alto mando muerto, Hezbola ha sido decapitado.
El objetivo inmediato de Israel es lograr que los 60,000 israelíes que han sido desplazados del norte desde el 7 de octubre regresen a sus casas. Por lo tanto, dicen los funcionarios israelíes, las fuerzas de Hezbola deben ser llevadas al norte del río Litani, aproximadamente a 20 millas de distancia de la frontera. La administración Biden dice que los israelíes no pueden alcanzar sus objetivos a través de la fuerza y que el único camino por delante es a través de la diplomacia. De hecho, cuanto más duro ataca Israel a Hezbola, exhibiendo específicamente su capacidad de eliminar a su dirigencia, más desesperada se volvió la Casa Blanca por terminar las operaciones de las FDI. El equipo Biden sacó ventaja de la Asamblea General de la ONU para trabajar con Francia en una declaración llamando a un alto el fuego de 21 días que cancelaría la campaña de Israel y protegería a Nasrallah.
Incluso si Israel no fuera a probar a cada rato que la Casa Blanca está errada acerca de su capacidad de lograr sus objetivos en el terreno, el hecho es que las garantías diplomáticas estadounidenses respecto a Hezbola no tienen valor.
Los funcionarios de EE.UU. pusieron fin a la guerra entre Israel y Hezbola en el 2006 con la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de ONU. Estipulaba que no debía haber ningún personal armado o armas al sur del Litani, aparte de las del gobierno libanés y la fuerza de mantenimiento de paz de la ONU. La resolución fue una farsa, ya que la presencia y capacidades de Hezbola en el sur de Líbano sólo han crecido en las dos décadas desde que fue aprobada. Obviamente, no hay ninguna posibilidad que el gobierno libanés alguna vez tome acción contra Hezbola, el cual controla al gobierno. Tampoco Estados Unidos, Francia, o cualquier otra potencia ejecutará la Resolución 1701—excepto para apoyar la demanda libanesa de un fin a los sobrevuelos israelíes y para complacer los reclamos fronterizos de Beirut.
Para Israel, el problema aun mayor con la 1701 es que desde el 2006, Hezbola se ha vuelto capaz de lanzar misiles desde prácticamente cualquier lugar en Líbano, tanto como Siria, para alcanzar todas partes de Israel. Empujar a Hezbola fuera de la frontera le dificultaría más a la milicia montar una invasión transfronteriza como la del 7 de octubre, pero todavía dejaría a todo Israel bajo amenaza de sus misiles de largo y mediano alcance. Los informes del viernes que los israelíes seguirán conduciendo ataques contra los suburbios sureños indican que Jerusalén sabe que la cuestión central no está sobre la frontera sino más bien en Beirut, la capital de Hezbola.
Netanyahu estaba consciente que si tenía intención de hacer más que sólo degradar las capacidades de Hezbola hasta que se reagrupara y reabasteciera, él tenía sólo un poco de margen de tiempo. La Casa Blanca de Biden había hecho todo lo posible para detener la campaña de Israel contra Hamas, como retener municiones que habrían evitado que Israel arriesgue las vidas de sus tropas de combate, mientras también se oponía abiertamente a una campaña israelí en Líbano. Por lo tanto, pasaron 11 meses antes que Netanyahu pudiera cambiar el rumbo al norte. Pero como el retraso coincidió con acontecimientos sin precedentes en la escena interna estadounidense—un presidente retirado del servicio activo y una vicepresidente haciendo campaña para el principal puesto ocultándose de la prensa—los israelíes aprovecharon la oportunidad para sitiar a Hezbola mientras la Oficina Oval estaba efectivamente vacía.
No sorprendentemente, el éxito de Israel contra Hezbola las últimas dos semanas alarmó a los ex funcionarios de Obama que están en la administración actual. Después de todo, la estrategia de Obama de realinear los intereses estadounidenses con Irán fue predicada en el Plan Integral de Acción Conjunto del 2015, el que puso el programa de armas nucleares de Irán bajo el paraguas de un acuerdo internacional garantizado por Estados Unidos. Los iraníes armaron a Hezbola con misiles a fin de disuadir la acción israelí contra sus plantas nucleares, lo que es decir que la milicia libanesa sirve no sólo a los intereses libaneses sino también a los de la facción de Obama.
El equipo Biden trató de impedir que Netanyahu siga su campaña contra Hezbola describiendo cómo tiene intención de castigar a Israel en el período entre la elección de noviembre y la asunción en enero con sanciones y otras medidas contra Israel. Pero al avisar por adelantado sus intenciones, la Casa Blanca incentivó inadvertidamente a Netanyahu a actuar rápidamente. Como una victoria de Harris garantiza cuatro a ocho años más de una Casa Blanca llena de ayudantes de Obama determinados a proteger a los iraníes y sus satélites, y una victoria de Donald Trump significa que las medidas punitivas de Biden se irán, Israel vio que no tenía nada que perder en cualquier caso. Así que el viernes, Netanyahu puso fin a la era de resistencia permanente matando al líderl del culto que la facción de Obama quería tan desesperadamente, pero no pudo, mantener con vida.
En el pasado, los funcionarios israelíes advirtieron contra atacar al jefe terrorista. Ellos temían que podía traer un líder aun más despiadado así como la eliminación en 1992 por parte de Israel del entonces jefe de Hezbola, Abbas al-Mussawi, elevó, en su visión, al más eficaz Nasrallah. Pero lo que hizo especial a Nasrallah, lo que dio ascenso al culto a la personalidad en torno al hombre cuyo nombre significa "victoria de Dios," fue su relación con Khamenei.
En 1989, Nasrallah partió de Líbano a Irán, donde el clérigo de 29 años fue presentado a Khamenei. En el vacío dejado por la muerte de Khomeini, Khamenei estuvo trabajando para consolidar su poder, el cual incluyó asumir el control de Hezbola, el activo externo más significativo de Teherán. El vio el asesinato de Mussawi como una oportunidad para colocar a su propio hombre en el lugar, y con los operativos de Hezbola contra las fuerzas israelíes en Líbano, la leyenda de Nasrallah creció continuamente. Incluso funcionarios israelíes atribuyeron a Hezbola expulsar a Israel del sur en el 2000, un triunfo singular digno del nombre Nasrallah, una victoria contra los odiados sionistas que ningún otro líder árabe podía atribuirse.
Pero el mito de Nasrallah como Napoleón de Turbante fue despejada con la desastrosa guerra del 2006 en la que él cayó al secuestrar a dos soldados israelíes. Más tarde él dijo que de haber sabido que Israel iba a responder tan enérgicamente, nunca habría dado la orden. Y aún así, a pesar de los miles muertos en Líbano, de Hezbola y civiles, y los miles de millones de dólares en daños, él afirmó que Hezbola ganó sólo porque él sobrevivió. Antes de su desaparición, él había estado oculto desde el 2006.
Las demostraciones recientes de Israel de su destreza tecnológica muestran que Nasrallah sobrevivió tanto gracias sólo a la tolerancia del gobierno de Jerusalén. Netanyahu y otros parecen haber esperado que el problema de Hezbola se resolvería una vez que los estadounidenses recuperaran sus sentidos y reconocieran la amenaza que presentaba Irán para la hegemonía regional estadounidense. Pero los israelíes malinterpretaron las implicancias estratégicas de la invasión de Irak en el 2003.
La agenda de la libertad de la administración George W. Bush dio a la mayoría chií de Irak una ventaja insuperable en las elecciones populares. Y como prácticamente todas las facciones chiíes eran controladas por Irán, democratizar a Irak sentó las bases para el imperio regional de Irán tanto como la estrategia de realineamiento de Obama, degradando las relaciones con aliados tradicionales de Estados Unidos como Israel y creando vínculos con el régimen anti-estadounidense. Incluso Trump, cuyo asesinato selectivo en enero del 2020 del jefe terrorista iraní Qassem Soleimani y su adjunto iraquí  Abu Mahdi al-Muhandis estuvo lejos y distante de ser la operación más significativa conducida por fuerzas estadounidenses en suelo iraquí, no pudo romper por completo el molde impuesto por sus predecesores y que el Pentágono protegió como una joya invaluable.
Las fuerzas estadounidenses están todavía radicadas en Irak y Siria para combatir al ISIS y a cualquier otro suní al que los iraníes y sus aliados categorizan como amenazas para sus intereses. El detalle parece casi una maldición medieval impuesta sobre la parte perdedora en una guerra. Después que los iraníes mataron y mutilaron a miles de tropas estadounidenses en Irak, y ayudaron a matar y herir a miles más instando a su aliado sirio Bashar Assad a llevar combatientes suníes desde el aeropuerto de Damasco al frente iraquí, los mejores y más valientes de Estados Unidos son condenados a la esclavitud eterna requiriéndoles proteger los intereses iraníes para siempre.
La idea promovida por los teóricos de la conspiración del establishment político y de medios de Estados Unidos en la izquierda tanto como a la derecha, que Netanyahu está tratando de arrastrar a Estados Unidos dentro de una guerra regional más grande con Irán--una tesis que es seguro que sea citada repetidamente a raíz de la eliminación de Nasrallah--es absurda. La facción de Obama, de la cual Biden y Harris son parte, está del lado de Irán. Además, sólo un tonto podría estar ciego ante el hecho que la forma de guerra del Pentágono, a tres décadas del inicio del siglo XXI y a un mundo de distancia de la última victoria decisiva de Estados Unidos, significa muerte para todos los que la siguen.
Si Washington y los europeos están horrorizados por la campaña de Israel durante las últimas dos semanas, es porque Israel ha sacado nuevamente a la superficie la horrible verdad que ninguna teoría de guerra de moda, organización internacional, o incluso presidente estadounidense pudo ocultar por mucho tiempo. Las guerras se ganan matando al enemigo, por sobre todo, a los que inspiran a su pueblo a matar al tuyo. Matar a Nasrallah no sólo consolida la victoria de Israel en Líbano sino que restablece el viejo paradigma para cualquier líder occidental que tome seriamente su deber de proteger a sus compatriotas y civilización: Mata a tus enemigos.

Lee Smith es el autor de El Golpe Permanente: Cómo los Enemigos Extranjeros e Internos Apuntaron al Presidente Estadounidense (2020).

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