lunes, 2 de abril de 2012

Malvinas, historias de nazis y rabinos


Antisemitismo en la Guerra del Atlántico Sur
Malvinas, historias de nazis y rabinos
Por: Darío Brenman
NUEVA SION
De toda la escoria guardada bajo la alfombra tras la Guerra de las Malvinas, el antisemitismo sufrido por muchos jóvenes conscriptos judíos en la zona del conflicto es una de las más flagrantes. En particular, por la falta de respuestas de la comunidad y sus instituciones. Otro de los aspectos con escasa trascendencia de aquel conflicto, fue el viaje de un grupo de rabinos argentinos para dar contención moral religiosa, tanto a los soldados que estuvieron en el frente de guerra como a los movilizados.

En el libro “Los Rabinos de Malvinas”, el periodista y escritor Hernán Dobry rescata aspectos desconocidos hasta el momento sobre la guerra del Atlántico Sur, como son el antisemitismo que sufrieron los soldados judíos en ese conflicto y el viaje de un grupo de rabinos argentinos al sur del país.
La guerra de Malvinas fue unos de los conflictos bélicos más descarnados de la historia argentina. En primer lugar, porque fue una guerra peninsular alejada de los centros urbanos y de abastecimiento para ambos países. Y en segundo, debido al factor climático y la falta de preparación militar de los soldados argentinos. “La primera vez que tuve una granada en mano fue en medio de la guerra y no sabía ni cómo funcionaba, al igual que algunos oficiales que me acompañaban”, recuerda Marcelo Wolf, marino destinado a un apostadero naval.

Unos de los temas que aporta la investigación de Dobry es el antisemitismo en ese conflicto bélico: “Algunos oficiales y suboficiales usaban para atacar a los judíos la supuesta condición de extranjeros. Para ellos judíos y argentinos eran antónimos, y hasta términos incompatibles entre sí”, explica el autor. Las entrevistas realizadas en esta investigación dan cuenta de medidas que bien podrían ser comparadas en algunos aspectos al nazismo de los años '30.

Silvio Katz, conscripto del RIMec 3, tiempo después de terminada la guerra denunció por maltrato antisemita ante la Justicia al por entonces subteniente Eduardo Sergio Flores: “Flores Ardoino me castigó todos los días de mi vida en Malvinas por ser judío. Me congelaba las manos en el agua, me tiraba la comida dentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones, y miles de bajezas más. El tipo se regodeaba de lo que me hacía, era feliz viéndome sufrir”, comenta Katz.

Sin dudas, el otro tema fuerte del libro es el envío por primera y única vez en la historia del país de cuatro rabinos, con la intención de que lleguen al frente de conflicto para dar apoyo moral y religioso a los soldados judíos.

“Es en este tema donde se originaron los mayores debates dentro del Seminario Rabínico Latinoamericano, lugar donde se diseñó esta idea. Marshall Meyer planteó la posición de que apoyar la guerra era una ‘estupidez’, y que había que oponerse ya que sólo servía para que los militares intentaran relegitimarse en un momento en el que había comenzado su decadencia”. La oposición a esta idea estuvo liderada por el rabino Baruj Plavnik, quien sostuvo en una acalorada reunión: “Vos no entendés, porque sos estadounidense, pero para un argentino que cursó la primaria y la secundaria acá, las Malvinas son argentinas”.

Ante esta situación, Meyer lo desafió a que debía ir a las islas como capellán, para prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos que estaban siendo movilizados para enfrentar una posible guerra. “En ese momento, comprendí que eso era lo que tenía que hacer: había chicos que estaban en una situación durísima, entre la vida y la muerte”, explicó Plavnik al autor de “Los Rabinos de Malvinas”.
La inquietud fue llevada a la DAIA para que gestione ante el Estado Mayor Conjunto la autorización al envío de rabinos a la zona de conflicto. Un hecho inédito en la historia del país.

La idea fue nombrar a religiosos vinculados a la ortodoxia y a los conservadores, para que ambos sectores de la comunidad se sintieran representados. Los que participaron de la iniciativa fueron cinco religiosos, cuyo perfil era acorde a otro de los objetivos del proyecto: que sean argentinos y jóvenes.

A medio camino
Baruj Plavnik partió el 12 de mayo hacia Puerto Argentino, aunque se quedó finalmente en Comodoro Rivadavia. Efraín Dines se trasladó el día 16 rumbo a Comodoro Rivadavia, para luego instalarse en Trelew y Rawson. Junto con él, viajó también Tzví Grunblat, quien recaló en Río Gallegos. Y por último, Felipe Yafe y Natán Grunblatt viajaron el 31 de mayo a Comodoro Rivadavia.

Tras la designación de los religiosos, surgió el problema que para cruzar al frente del conflicto había que viajar en un avión de la Cruz Roja Internacional, porque estaba prohibido que viajen civiles en un avión militar. De cualquier manera, ningún rabino pudo viajar a la zona de conflicto.
Otros de los debates que hubo en ese momento era si usar o no uniforme militar. “La gente de Marshall Meyer expresaban en aquel momento: ‘No vamos a vestir el uniforme de las Fuerzas Armadas Argentinas porque están manchadas con sangre’. Por otro lado, el rabino Dines decía: ‘Es un honor usarlo, entiendo que vamos ayudar y apoyar a los soldados, no a manifestar ideales personales, porque para eso no voy’”, explicó el religioso al autor del libro.
“Más allá de los debates, se optó porque vistieran atuendos civiles. La realidad es que nunca fueron considerados capellanes, a pesar de que los llamaban así en todos los documentos”, sostiene Dobry.

“La llegada de Plavnik a Comodoro Rivadavia tuvo una gran cobertura periodística, ya que era la primera vez que había capellanes judíos dentro del Ejército Argentino. Los rabinos no recibieron ayuda oficial para cubrir su manutención. Ni tampoco durmieron en los cuarteles del ejército, sino en hoteles privados. Por otra parte, no se les permitió ir a las Malvinas por su cuenta”, describía en una carta que el rabino Marshall Meyer les envió a sus colegas de Estados Unidos, en diciembre de 1982, donde daba cuenta de este hecho histórico.

A nivel comunitario se acordó que el rabino Baruj Plavnik sea el primero que viaje. Los objetivos que se había planteado el religioso apenas llegó a esa provincia fue prestarle asistencia espiritual a los soldados judíos que estaban desplegados en la zona, visitar a los que estaban heridos o internados en los hospitales, y averiguar por los fallecidos en combate para que la DAIA gestionara su entierro religioso. Plavnik comenzó primero a detectar a los soldados judíos en los regimientos, luego a conectarse con los miembros de la comunidad en esa provincia y lograr que se abra una pequeña sinagoga que había estado cerrada durante mucho tiempo. Precisamente allí, luego de reabrirla, fue donde se realizó el primer Kabalat Shabat en el marco del conflicto.

“Las preocupaciones de los soldados era recurrente: el miedo a cruzar a las Malvinas, morir en medio de una guerra, a matar a otra persona, y el sufrimiento de sus familiares por la falta de información que tenían de ellos, entre otras cosas. Era una situación delicada. Buscaba evitar que se quebraran al recordar a sus familias, que eso los fortaleciera moralmente, como seres humanos, para enfrentar una situación crítica. Lo que hacía era charlar sobre sus temores”, recuerda Plavnik.

El final de la guerra fue el mismo para todos los soldados. La rendición, el encarcelamiento inicial por parte de los ingleses, la vuelta al país; pero fundamentalmente el olvido y la negación de gran parte de una sociedad, que sin distinción de credos o religión, apoyaron inicialmente esa aventura militar para luego, una vez perdido el conflicto, poner bajo la alfombra su propia responsabilidad colectiva.

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