domingo, 23 de noviembre de 2025

 El Primer Corte de Pelo — Bergen-Belsen, 1945

En las semanas posteriores a la liberación, los socorristas distribuyeron peines, tijeras y navajas entre los supervivientes de Bergen-Belsen.
Durante años, les habían rapado el cabello dejando el cuero cabelludo al descubierto como señal de humillación y control. Ahora, reunidos en el patio del campamento, se había instalado una silla de barbero improvisada: nada más que una caja de madera y unas manos firmes.
Uno a uno, hombres y mujeres se sentaron.
El barbero trabajaba con cuidado, recortando, dando forma, restaurando lo que les había sido arrebatado.
La risa se alzó torpemente al ver mechones de pelo caer al suelo: un sonido común, pero extraordinario en ese lugar.
Los supervivientes extendieron los brazos instintivamente, pasándose los dedos por la cabeza, sorprendidos por la textura desconocida del cabello que volvía después de tanto tiempo.
No era vanidad, sino dignidad lo que sentían: un acto de recuperación de su propia imagen, ya no definida por la crueldad del campamento.
Para muchos, ese primer corte de pelo se convirtió en el primer paso para volver a sentirse humanos. El sencillo ritual, antes rutinario y olvidado, se convirtió en un profundo recordatorio: ya no eran prisioneros, sino personas, vivas y capaces de moldear su propio reflejo una vez más.

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