lunes, 5 de septiembre de 2016

DE MAESTROS, ALUMNOS Y “MAESTROS”
En muchos casos, las preguntas que recibo por correo privado, sencillamente me desconciertan.
Llegan desde los lugares más remotos y de las personas más heterogéneas.
Digo conscientemente “preguntas”, y no historias o dramas personales.
Y si intento ser aún más específico, me refiero a “preguntas espirituales”.
Resulta imposible no sospechar que existe una especie de maquinaria monstruosa, que intenta por todos los medios que la gente permanezca en la máxima oscuridad.
¡En la más absoluta ignorancia!
Como si se valorizara la falta de estudios, contraponiéndola a la fe.
¿Acaso no se puede también estudiar y también ser un hombre de fe?
Me refiero a personas que se dirigen a mí, “deseosas” por saber y entender los relatos bíblicos y los rituales que les repiten desde hace décadas.
¿Acaso el camino del saber verdadero no está repleto de dudas?
La duda se puede censurar o reprimir, pero jamás hacerla desaparecer por arte de magia.
Existe un misterio que tal vez algunos desconozcan: mientras más sabe y se instruye el alumno, igualmente el maestro debe acrecentar sus esfuerzos por estudiar y profundizar.
El crecimiento del alumno “obliga” al maestro a crecer.
Cuando el alumno sabe más, sus preguntas son más agudas, más desafiantes, más profundas.
¿Y puede existir algún maestro que no desee ver crecer y progresar a sus alumnos?
¿Puede existir una satisfacción mayor?
Quizá, algunos maestros consideren que el único modo de continuar siéndolo, es privando a sus alumnos del conocimiento más básico y primordial.
De pronto todo es una cuestión de fe y nada necesita explicación.
¿O será que el mismo “maestro” la desconoce?
Lo comprendo: el conocimiento es sinónimo de poder, pero el mantener al alumno en las tinieblas, es una muestra clara del sentirse amenazado y de una gran bajeza espiritual.
Una busca desesperada por conservar intacto el ego de un “maestro” que, al comportarse de este modo mezquino, manifiesta que no es más que un pobre hombre, falto del cariño de los demás y poseedor de una muy baja autoestima.
Un “maestro” necesitado de la permanente confirmación proveniente del ciego “amén” de una masa humana forzada a permanecer en un mar de fango y negrura.

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