jueves, 29 de septiembre de 2016

Revista de Prensa

En la muerte de Simón Peres

 

Simón Peres.
Una de las personalidades que ha rendido tributo al prócer israelí es Elliott Abrams, supervisor de la política para Oriente Medio de la Administración de George W. Bush, en el blog que mantiene en el site del Council on Foreign Relations.
Esto no quiere decir que fuera el héroe más grande de Israel: sus generales y su primer primer ministro, David ben Gurión, compiten por tal honor. Tampoco fue el mejor primer ministro o líder político. De hecho era impopular en muchos sectores y perdió numerosas elecciones, hasta que a edad avanzada se ganó el respeto al que su carrera le daba derecho. Peres fue criticado durante mucho tiempo por su excesivo optimismo sobre la paz con los vecinos de Israel, y resulta irónico que, cuando sale de escena, sus predicciones, en aspectos importantes, parecen convertirse en realidad. Las relaciones de Israel con Egipto y Jordania son estrechas y de cooperación, al menos en materia de seguridad, y con los Estados del Golfo parecen haber mejorado. Recuerdo a Ariel Sharón diciendome en 2005 que Israel no buscaba ser el león, sino que rechazaba convertirse en cordero. Los leones árabes no descansan hoy con el cordero israelí, pero no se atacan y muchos regímenes parecen haberse dado cuenta de que la cooperación con Israel puede ser beneficiosa para todo el mundo.
Los israelíes lo echarán de menos, por su optimismo, su servicio de toda una vida y por esta simbólica muerte de la generación fundacional.
David Horovitz, director del Times of Israel, hace un sentido elogio del prócer, del que, como tantos otros, destaca su optimismo y persistencia.
Peres fue la cara de Israel que el mundo quería ver: cariñoso y sabio, creía en la bondad esencial de la humanidad. De hecho, fue la cara del Israel que nosotros queríamos ver, en busca incesante de un futuro más seguro, mejor y más tranquilo.
No todos, sin embargo, fuimos capaces de compartir su confianza en lo que se puede llegar a conseguir. Como Peres me respondió con paciencia una vez: “La duda no es una política. Las dudas son un enigma. Si quieres hacer crucigramas, adelante. Tienes que tomar posiciones”.
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Como tantos otros millones de personas, echaré mucho de menos a Simón Peres. Yo quisiera vivir en ese mundo mejor de ahí fuera que él creyó poder alcanzar hasta el día de su muerte (…)
En The Jerusalem PostYaakov Katz se sumó a los homenajes a Simón Peres el día de su fallecimiento destacando sus logros en todos los ámbitos en los que tuvo alguna responsabilidad.
A lo largo de su carrera, siempre vio los fracasos como oportunidades. Aunque sus oponentes políticos le llamaban “el eterno perdedor”, por sus fracasos en varias elecciones, nunca dejó que las derrotas persistieran. Al día siguiente volvía al trabajo pensando nuevas maneras de hacer avanzar el país.
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Los obstáculos nunca desaparecían, pero Peres fue bendecido con un grado de persistencia nada habitual.
Cuando el ministro de Finanzas, por ejemplo, le dijo en los años 50 que no podría proporcionar fondos a la construcción de un reactor nuclear, Peres consiguió los millones de dólares necesarios fuera del presupuesto. Cuando las universidades israelíes rechazaron cooperar en el desarrollo de armamento, encontró científicos en otros lugares.
Peres veía oportunidades donde los otros veían peligro. Él se negó a abandonar.
En su obituario para Israel Hayom, el analista Howard A. Patten toma por referencia la definición que el presidente Obama hizo del líder israelí al entregarle en 2012 la Medalla de la Libertad.
En una época en la que el liderazgo político brilla por su ausencia en gran parte del mundo, Peres es el recuerdo de un tiempo en que, ideologías al margen, uno respetaba a un líder por sus características personales: presencia, visión, seriedad e integridad. Al final, Peres manejó el escenario político y diplomático como un coloso. Sus oponentes, por supuesto, tienen su munición, pero, estén de acuerdo o no con él, uno está legitimado para preguntar: ¿dónde hay más gente como este hombre?
Así lo describe en el diario Haaretz Yosi Verter, que abunda en la faceta que más proyección internacional dio a Peres.  
La paz con Egipto fue obra de Menájem Béguin; la paz con Jordania,  de Rabín. Los asentamientos israelíes en la Franja de Gaza fueron desmantelados por Sharón. Peres deseó y soñó que su nombre estuviera asociado a un acuerdo final con los palestinos. Pero, con el paso de los años, la realidad sobre el terreno hizo que el logro de un acuerdo fuera imposible. Peres cierra su carrera pública en un momento en el que la situación palestino-israelí resulta deprimente y cuando las dos naciones están más próximas a una nueva confrontación que a cualquier tipo de acuerdo.
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Sus críticos de derechas, que culpan a los Acuerdos [de Oslo] de todos los males de Israel, nunca han explicado cuál es su alternativa, más allá de persistir en la situación actual.

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