domingo, 29 de julio de 2018

Contextos

Contrarrevolución en el Golfo

Por Eli Cohen 

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"Muchas de las reformas son positivas, pero la represión continúa. A fin de cuentas, lo que Mohamed ben Salman y el resto de los dirigentes de los países del Golfo están llevando a cabo es una contrarrevolución que prevenga futuras primaveras árabes. Una contrarrevolución que mejore sus países y los prepare para el futuro pero que al mismo tiempo consolide su poder absoluto"
El Golfo Pérsico está cambiando. Los países ribereños, empezando por Arabia Saudí, introducen reformas liberalizadoras, suavizan la estricta aplicación legal del islam, buscan un modelo económico más allá del petróleo y aceptan la existencia de Israel.
El motor de este cambio es el príncipe heredero saudí, Mohamed ben Salman (MbS), hombre fuerte de Riad que, con 32 años, está introduciendo elementos disruptivos en las estructuras políticas, sociales y económicas del reino. Llevamos tiempo con el foco puesto en el que, según nuestro director, es el revolucionario príncipe/rey MbS, y no es para menos: es uno de los actores fundamentales en la conformación de un nuevo Oriente Medio, de la que estamos siendo testigos.
Los cambios en Arabia Saudí están siendo rápidos y sorprendentes. “Aún no me he recuperado de tantos impactos constantes, ha llegado a escribir el el columnista saudí Abdul Rahmán al Rashid. El lema del rey Abdulá, “yawash, yawash” (despacio, despacio), es historia. El ritmo de MBS es más occidental, se aleja de los tiempos medios orientales. Y es que, para los países del Golfo que deben todo al petróleo, la cuenta atrás ha comenzado.
La revolución de MbS tiene un objetivo concreto: modernizar la sociedad saudí, alejarla del extremismo islámico y encontrar un modelo económico que no dependa del petróleo. MbS hizo números y lo vio claro: una población muy joven, con agresiva dependencia de las rentas petroleras, corre el riesgo de sumirse en la escasez total cuando los precios del crudo vuelvan a bajar o éste deje paso a otras fuentes de energía.
Teniendo en cuenta los indicadores más importantes, MbS no tiene otra opción si quiere que Arabia Saudí sea viable a medio plazo. Tampoco la tienen los demás países del Golfo.
Arabia Saudí es el mayor exportador de petróleo del planeta, con un crudo de fácil extracción que aporta al reino el 80% de sus ingresos, según el FMI. Los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) producen el 24% del petróleo que se consume en todo el mundo y aglutinan el 60% del PIB del mundo árabe, aunque sólo albergan al 12% de su población. Estas cifras desorbitantes no son sostenibles, y la fiebre del oro negro pasará.
También acabarán los subsidios y privilegios petroleros. La mayoría de los saudíes tiene un puesto sin relevancia en la Administración; el petróleo ha tapado en los últimos setenta años la realidad de una economía improductiva. Por eso MbS ha decidido apostar fuerte. Ya comentamos su proyecto NEOM, una inversión de 500.000 millones de dólares para la construcción de una megaciudad sostenible en el desierto.
En este sentido, modernizar la economía requiere modernizar igualmente una sociedad patriarcal y asfixiada por las prácticas religiosas más estrictas. La Policía religiosa ha visto muy mermadas sus facultades, y las mujeres ya pueden conducir. El pasado mes de abril se abrió la primera sala de cine desde 1975. Los primeros estrenos fueron Black Panther y Vengadores: Infinity War. MbS se ha mostrado contundente cuando ha hablado de extremismo:
El 70% de los saudíes tienen menos de 30 años, y no perderemos 30 años de nuestras vidas lidiando con ideas extremistas, las destruiremos hoy. Queremos vivir una vida normal.
Los clérigos y los enemigos de MbS en la corte permanecen, por ahora, en silencio, pero muchos tienen presente el asesinato del rey Faisal en 1975, magnicidio que tuvo lugar en pleno debate sobre si se debía introducir la televisión en el reino. No es la primera vez que se prometen cambios en Arabia Saudí y luego el impulso reformista desemboca en la insignificancia. No obstante, este es el intento más atrevido, y MbS está siendo muy resolutivo.
Por otro lado, no hay que sacar de la ecuación la repercusión regional de las reformas de MbS. Al ser Arabia Saudí el mayor exportador de petróleo y el centro del islam sunita, el éxito o fracaso de este torrente de cambios afectará a todo el mundo árabe, y en especial a los demás países del CCG. Una apertura progresiva y una modernización efectiva, combinadas con la normalización de relaciones con Israel, cambiarían Oriente Medio radicalmente. Ver a los países del CCG apadrinando un acuerdo de paz regional con Israel y sirviendo como garantes de las obligaciones contraídas por los palestinos era impensable hace dos años y hoy se antoja una solución plausible al conflicto.
Pero, cuidado, no nos dejemos llevar por el entusiasmo. MbS no es el Gorbachov de Oriente Medio. La represión y las ejecuciones han aumentado en Arabia Saudí. En una paradoja especialmente perversa, se ha encarcelado a mujeres que hicieron campaña por que las mujeres pudieran conducir. MbS está liderando un cambio integral, es cierto, pero también va camino de convertirse en un autócrata como muchos otros a los que diversos conflictos y fenómenos como la Primavera Árabe acabaron llevándose por delante.
A las órdenes de Riad, el Golfo Pérsico está cambiando. Muchas de las reformas son positivas, pero la represión continúa. A fin de cuentas, lo que MbS y el resto de los dirigentes de los países del Golfo están llevando a cabo es una contrarrevolución que prevenga futuras primaveras árabes. Una contrarrevolución, en suma, que mejore sus países y los prepare para el futuro pero que al mismo tiempo consolide su poder absoluto

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