sábado, 28 de julio de 2018

Contextos

El síndrome "Si al menos Israel..."

Por David Harris 

Bandera de Israel.
"La inmensa mayoría de los israelíes anhelan la paz, y entienden el considerable precio que tendrá que pagar su país en términos de territorio y población desplazada. Lo demuestran encuesta tras encuesta. Pero sólo si se les asegura que el resultado será la paz definitiva, no la apertura de nuevas fases en el conflicto"
El síndrome “Si al menos Israel…” (SAMI) se basa en la errónea noción de que si Israel hiciese esto o aquello, la paz con los palestinos estaría al alcance de la mano; pero como Israel no lo hace, el Estado judío es el principal y quizá único obstáculo para una nueva era en las relaciones israelo-palestinas. Esta noción se difunde en ámbitos diplomáticos, académicos y mediáticos con el argumento de que es “lo que le más conviene a Israel”.
Chocante, ¿no?
Pobre Israel. Si al menos tuviese la agudeza de estas almas iluminadas, entonces todo iría bien. Después de todo, según ellas, tiene todas las cartas en la mano, sólo que se niega a jugarlas.
El razonamiento es el siguiente: ¿por qué estos israelíes cortos de miras no se dan cuenta de lo que hay que hacer para que se pueda llegar a un alto en el conflicto?
Si al menos Israel diera marcha atrás en su política de asentamientos… Si al menos Israel entendiera que los que excavan túneles y vuelan cometas en Gaza sólo están ejerciendo su derecho a la “protesta pacífica”… Si al menos el Ejército israelí se refrenara… Si al menos Israel dejara de pensar lo peor sobre Irán, Hezbolá y Hamás… Si al menos Israel hiciera esfuerzos adicionales con el presidente Mahmud Abás… Si al menos Israel superara su trauma con el Holocausto. Si al menos Israel _____: adelante, rellene usted el hueco.
Para los que padecen el SAMI, todo depende esencialmente de Israel. Sobre todo con el Gobierno actual.
Numerosos medios, desde Associated Press a CBS News y Der Spiegel, acusan al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de seguir una “línea dura” desde el principio. La elección de las palabras refuerza la idea de que el conflicto tiene que ver sobre todo con la intransigencia israelí, mientras generalmente se evita cualquier juicio sobre Abás y su entorno.
Así las cosas, es importante destacar algunos puntos básicos que se pierden en la barahúnda.
Primero, el Gobierno de Netanyahu ha venido precedido de tres Gobiernos que intentaron alcanzar la paz sobre la base de un acuerdo de dos Estados con los palestinos y fracasaron. Cada uno de ellos llegaron muy lejos en su empeño, pero al final tuvieron que abandonar.
El primer ministro Ehud Barak hizo un gran esfuerzo –junto con el entonces presidente de EEUU, Bill Clinton– por llegar a un acuerdo con el presidente de la OLP, Yaser Arafat. Como confirmó el propio Clinton, la respuesta fue un estruendoso rechazo, acompañado del lanzamiento de una mortífera oleada de ataques terroristas contra Israel.
No olvidemos que en tiempos de Barak también se produjo la retirada unilateral israelí del sur del Líbano. Hezbolá, comprometida con la destrucción del Estado judío, respondió haciéndose fuerte en el territorio abandonado por Israel.
Después, el primer ministro Ariel Sharón desafió a su propio partido, el Likud –de hecho, lo abandonó para formar un nuevo bloque político–, y se enfrentó a miles de colonos y a sus defensores por la evacuación total de Gaza.
Fue la primera ocasión que tuvieron jamás los residentes árabes de la Franja de gobernarse a sí mismos. Si los gazatíes hubiesen aprovechado la oportunidad de manera responsable, podrían haber generado una corriente imparable para una fase de retiradas significativas israelíes de la Margen Occidental. En su lugar, Gaza se convirtió rápidamente en un feudo terrorista, con lo que los peores temores israelíes se hicieron realidad.
Por último, el primer ministro Ehud Olmert, la ministra de Exteriores Tzipi Livni y la Administración norteamericana del momento presionaron duro para lograr un acuerdo con los palestinos en la Margen Occidental. Según el negociador palestino Saeb Erekat, la oferta israelí “hablaba de Jerusalén y de casi el 100% de la Margen Occidental”. No sólo esta oferta de gran alcance fue rechazada, sino que ni siquiera hubo una contraoferta palestina.
El primer ministro Netanyahu heredó una situación en al que: a) Hamás mantiene el control sobre Gaza, invierte recursos extraordinarios en excavar túneles para atacar a Israel, vuela cometas para provocar grandes incendios en Israel y adoctrina a los niños para que aspiren al “martirio” en operaciones contra Israel; b) Hezbolá sigue ganando fuerza en el Líbano, gracias a la generosidad iraní, y dispone de decenas de miles de misiles y cohetes en su arsenal; c) la Autoridad Palestina ha desaparecido de la mesa de negociaciones y d) Irán sigue llamando a la destrucción de Israel mientras mejora sus capacidades militares, toma posiciones en Siria y financia a Hamás.
Así que, antes de que Israel reciba más lecciones sobre lo que hay que hacer, quizá deberíamos analizar lo que ha ocurrido y por qué.
Desde 2000, ha habido al menos tres grandes esfuerzos israelíes por lograr avances… y los tres han fracasado. Eso, por no hablar de los diez meses de paralización de la construcción en los asentamientos ordenada por Netanyahu, y de la negativa de la Autoridad Palestina a aprovechar esa oportunidad para dejar atrás el bloqueo.
La inmensa mayoría de los israelíes anhelan la paz, y entienden el considerable precio que tendrá que pagar su país en términos de territorio y población desplazada. Lo demuestran encuesta tras encuesta. Pero sólo si se les asegura que el resultado será la paz definitiva, no la apertura de nuevas fases en el conflicto. De manera elocuente, pocos contemplan la posibilidad de la paz en un futuro próximo.
Los israelíes no necesitan ser forzados, azuzados, empujados, engatusados o presionados en pro de una paz integral que vaya más allá de los acuerdos vigentes con Egipto y Jordania. Más que ninguna otra nación del planeta, Israel ha vivido sin paz durante 70 años, y sabe perfectamente cuál es el peaje físico y psicológico que le ha supuesto.
A los israelíes, más bien, se les debe convencer de que hay unas recompensas tangibles que justifiquen los enormes riesgos que corre su pequeño Estado en la dura región en que se encuentra. Esas recompensas han de ser, para empezar, la aceptación por parte de sus vecinos del legítimo lugar que le corresponde a Israel en la región como Estado judío y democrático, con unas fronteras seguras y reconocidas. El meollo de la cuestión está aquí, mucho más que en los asentamientos, los puestos de control o cualquiera de los demás elementos específicos de la lista SAMI.
La retirada israelí de Gaza en 2005 demostró que, llegado un momento, pueden desmantelarse los asentamientos y los puestos de control. Pero sólo cuando la parte palestina reconozca lalegitimidad de Israel y deje de ver al Estado judío como un “intruso” que puede ser derrotado militarmente o inundado con refugiados –la mayoría de los cuales son descendientes de tercera y cuarta generación de los refugiados originarios de la guerra de 1948, iniciada por el mundo árabe–; entonces, cualquier cosa que pidan los SAMI será inevitablemente un asunto secundario.
Sólo cuando ese reconocimiento se refleje en los libros de texto palestinos, con los que a los niños se les ha enseñado durante generaciones que los israelíes son modernos “cruzados” a los que hay que expulsar, podrá haber esperanza en un futuro promisorio.
Hasta que la Autoridad Palestina no logre dotarse de una estructura de gobierno seria y responsable, con una mayor capacidad y voluntad para combatir el extremismo y la incitación, a Israel no le queda otra opción que actuar en la Margen Occidental para impedir los ataques contra su población civil. Y mientras las fuerzas que quieren la aniquilación de Israel –desde el actual régimen de Irán a Hamás y Hezbolá– no sean contenidas, siempre habrá una sombra tenebrosa sobre el camino a la paz.
Algunos dirán que este punto de vista confiere a los aguafiestas demasiado poder sobre el proceso. Pero no, sólo reconoce las innegables y ominosas realidades a las que se enfrenta Israel, un país del tamaño de Nueva Jersey, es decir, con el 1% del territorio de Arabia Saudí.
Israel no necesita lecciones moralistas, por muy bienintencionadas que puedan ser, sobre el camino a la paz. Lo que necesita son socios de verdad. Sin ellos, la paz seguirá mostrándose esquiva. Con ellos, será ineludible.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio

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