viernes, 6 de abril de 2012

ALGO PARA RECORDAR

ALGO PARA RECORDAR

Recuerdo que ese año mis padres viajaron. Pesaj coincidió con Semana Santa.
Decidí quedarme en casa de mi abuela. Recuerdo que había terminado quinto
año sin esforzarme demasiado y me disponía a cursar el ingreso a filosofía.
Recuerdo que mi abuela, única exponente y practicante del judaísmo en mi
familia, estaba enferma, y jure ocuparme de ella. Solo por amor yo contenía
mi impaciencia ante sus nunca abandonados intentos de romper mi armadura
juvenil de autosuficiencia y de llegar con su judaísmo a mi cabeza y a mí
corazón.
Recuerdo que ese día en particular, víspera de Pesaj, toqué timbre y ella
tardo mil años en abrir la puerta, y recuerdo que, extrañamente, no había
olor a comida ni ruido de preparativos.
Súbitamente, se dejó caer en su mecedora y rompió a llorar.
Y llorando, y balbuceando, contó la razón de todo ese dolor, de toda esa
pena: sus fuerzas la abandonaban cuando más necesitaba de ellas.
La movilización que mi abuela provocaba todos los años para Pesaj,
constituía un tema de conversación histórico e inagotable para la familia y
los vecinos.
Recuerdo que el frenesí de la limpieza hacía presa de ella y que arremetía
con jabones, cepillos y cera contra sus escasos muebles, pisos y paredes.
Quedaba exhausta, pero satisfecha.
No éramos muchos a su mesa: mi tía Jélenka y su marido, que venían desde
Córdoba, donde se habían trasladado para que ella se repusiera de su
enfermedad pulmonar, el vecino del piso de arriba, una pareja sola y muy
mayor, y la infaltable: yo. Mis padres rara vez aparecían y cuando el vecino
o mi tío cordobés comenzaban la lectura de la Hagadá , huían rápidamente.
Jamás lográbamos terminar de comer todo lo que cocinaba y la vecina italiana
y la portera recibían con ecuménica alegría los restos de los banquetes.
Pero ese año, ni los ojos de mi abuela, ni sus manos, ni sus fuerzas, le
permitían realizar siquiera las tareas habituales. Y ella sabía, sin lugar a
dudas, que si no se encargaba de celebrar Pesaj, nadie en la familia lo
haría porque a nadie le importaba.
Recuerdo que el timbre de la puerta nos sobresaltó, y que mi abuela dejó de
llorar para colocarse las manos en el corazón cuando el cartero nos entregó
el telegrama: “Ataque de asma. Médicos no dejan viajar. A guitn Pesaj.
Firmada: Jelénka”.
La hija enferma a la distancia, ella sin fuerzas y Pesaj al día siguiente...
Se vino abajo. No hubo manera de consolarla.
- Abuela ¿Qué te parece si este año nos olvidamos de Pesaj? ¿Seder para qué?
¿Para nosotras dos?
Me miró fijo:
-¿Olvidar Pesaj? ¿Qué te pasa?
-Bueno, si querés seder, vas a tener seder, abuela. Más valientemente aún,
ella aceptó, con la condición de que la obedezca en todo.
La tarea se me antojaba enorme, mi abuela estaba enferma, estábamos solas, y
ella se echaba a temblar ante el sólo pensamiento de romper la tradición,
porque no habría continuadores...
Todo quedó fugado, sacudido y lustrado.
Recuerdo que en un momento me pregunté, tomándome de la cabeza: para qué me
meteré en estos líos?
Me metí en la cocina, mezclé el pescado molido, lo condimenté...
Recuerdo la primera pelotita de pescado saltando en la olla, la voz de mi
abuela queriéndolo supervisar todo. Después vino el primer latke, la pasta
para los kneidalaj, la cebollita para el caldo, y más, y más......
Recuerdo mi impaciencia por obtener su veredicto, hasta que por fin, negando
con la cabeza dictaminó:
-Falta a bísale zaltz y a bísale féfer. (Un poco de sal y de pimienta)
Recuerdo que hubo infinitas idas y venidas, de la cocina al comedor y del
comedor a la cocina. A todo le faltaba algo:
-Falta taam, falta taam... (Falta gusto)
-La comida de Iomtev (fiesta) es otra cosa. Idishkait (judaísmo) es otra
cosa y eso no tenés. No es a bísale de esto y a bísale de la otro y ya está.
Recuerdo que yo pensé en mi pelo pegoteado, en mi cara sudada, en la ropa
impregnada de olor a “strucha” y boga, en la harina de matze derramada en
mis medias...
Lo más importante era bañarme y terminar con esa historia.
Pero recuerdo que tragándome la bronca y las lágrimas de frustración y
agotamiento, levante la nariz con orgullo...
-mirá abuela, para mí lo mas importante es hacer las cosas bien.
-¿Viste? ¿Viste?. Primero hay que querer el seder y después cocinar con amor
..
Recuerdo que celebramos un seder...algo Sui Géneris.
Mi abuela debió conformarse con relatar ella misma trozos de la antigua
historia, rememorando otros días, otra familia, otros Pesaj, insistiendo una
y otra vez con el significado de los alimentos que estaban en el gran plato,
en el centro de la mesa. Mi abuela murió y me convertí por largo tiempo, en
un alma en pena.
Recuerdo que aquel semi-frustrado seder, fue para mí el último por varios
años. Orgullosamente, no acepté invitaciones para Pesaj. No quería ser una
más en la lista de “los que no tienen adonde ir”.
Recuerdo días en los que permanecí horas sentada a oscuras en el comedor de
la casa de mi abuela, masticando matze y recuerdos...
Recuerdo el último Pesaj antes de que se vendiera su departamento.
Recuerdo y recuerdo...que el tiempo pasó y pasó... y que cada año, cada
Pesaj, dejé atrás algún Egipto personal al borde del camino...¿Quién no?
Recuerdo que un día de Abril de un otoño dorado y hermoso, volvió mi hijo
dos años de su jardín de infantes, y mirándome a los ojos me dijo:
-Mami, yo sé porque los iehudim salimos de Egipto...
Recuerdo que lo besé, tomé su manito y le dije:
-Acompañame, salgamos juntos del limbo, salgamos de este Egipto también...
Recuerdo que tomamos el colectivo, y en la calle Ecuador, bolsas y listas en
la mano, compramos en los mismos envejecidos negocios, todo lo necesario,
kósher le Pesaj, y que cargados como mulas, regresamos a casa para poner una
mesa hermosa.
Recuerdo que otro año, para Pesaj, con un nuevo hijo en brazos, mi amigo
Beny me regaló una Hagadá con una dedicatoria que hablaba de bienvenida y
afecto...
Y recuerdo todas las veces que en mis manos y mi pelo olieron durante varios
días, a pesar de los frenéticos lavados, a guefilte fish, a latkes, a
kneidalaj, a caldo de pollo...
Recuerdo y recuerdo como brilló mi casa, y recuerdo a mi madre y a mis
suegros y a mis cuñados y a mis sobrinas y a mis amigos y “a los que no
tenían adonde ir”, sentados alrededor de mi mesa de Pesaj, junto a mí, a mí
marido, y a mis tres hijos...
Y recuerdo la cara de asombro de mi madre, diciéndome, con el tenedor en
alto:
-Parece mentira, el taam (sabor) de tu comida es el mismo que...
¿Recordás? ¡Sos una gran ama de casa!
Recuerdo que imaginé o soñé, que por alguna de esas mágicas y raras
alquimias mis manos habían aprendido, sin saberlo, recetas antiguas e
ignoradas....Y por fin, en paz y con una leve sonrisa, salí de Egipto.
Recuerdo que miré en torno de mi mesa de Pesaj un día de Abril de este otoño
dorado y hermoso, y las viejas palabras vinieron a mí:
-¿Idishkait? Sí, y mucho amor.
-Tenías razón, abuela. Es la única receta posible.
A guitn Pesaj!

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