domingo, 1 de abril de 2012

Israel y la sobredosis de historia


TIBERIAS -- Israel nació de la historia, el dolor y la imaginación de sus padres fundadores, como Teodoro Herzl, el escritor húngaro-austríaco que mejor articuló la idea de que la única alternativa posible a la persecución sistemática de los judíos era la creación de un estado en su tierra ancestral, Israel-Palestina. Ciento dieciséis años después de que Herzl publicara su Der Judenstaat , y 64 años después de que su visión se materializara en el estado judío, Israel continúa viviendo de la historia, el dolor y la imaginación. Las circunstancias específicas han cambiado para sus habitantes y para quienes ayudan a sostener desde la diáspora al estado israelí. Pero una peculiar idiosincrasia forjada del sufrimiento milenario, el peso abrumador de la historia de esta tierra geográficamente diminuta y la creatividad infinita es el motor que impulsa la vida en Israel.

Los israelíes judíos y árabes comparten un trauma común: todos padecieron la intolerancia, el fanatismo y la explotación que les infligieron muchos europeos. Europeos persiguieron, expulsaron y masacraron a los judíos y a los árabes de sus países a lo largo de los siglos; europeos sentaron las bases para los prejuicios milenarios y la discriminación en su contra; y europeos, especialmente turcos y británicos, colonizaron con violencia las tierras sobre las que se asienta hoy el estado israelí, donde los árabes constituían mayoría. No es extraño, entonces, que tanto judíos como árabes reclamen con convicción y autoridad el status de víctimas. Y que muchos tengan dificultades para reconocerlo en sus actuales rivales étnicos.

El odio visceral que ciertos vecinos musulmanes muestran hacia Israel, hasta el punto de promover su aniquilación, alimenta la angustia y la mentalidad de asedio de muchos judíos. Basta con visitar las Alturas del Golán, donde Israel tiene fronteras con Siria y Líbano, o Gaza, donde las tiene con Egipto, para comprobar que el asedio no es meramente retórico sino físico. Esto en parte explica la naturalidad con que muchos judíos israelíes apoyan las severas medidas de seguridad, el servicio militar obligatorio, los asentamientos en territorios que ocupaban palestinos antes de la Guerra de los Seis Días en 1967, la cerca que separa territorios palestinos de los israelíes y los atentados contra extremistas en los que a veces también mueren civiles inocentes, como acaba de ocurrir en Gaza mientras escribo estas líneas. Del otro lado, la angustia y la mentalidad de asedio en parte explican la naturalidad con que muchos palestinos y árabes en general satanizan a los judíos y aplauden los ataques terroristas más brutales contra civiles israelíes.

Es una paradoja que, en medio de este círculo vicioso de miedo, desconfianza y violencia Israel se haya convertido en uno de los países más avanzados del mundo. Se lo debe principalmente a la imaginación, laboriosidad y perseverancia de los judíos. Y a su apuesta decisiva por esta tierra como su patria de hecho y de derecho. Israel es hoy la única democracia sólida del Medio Oriente, aunque en esta materia tiene tareas pendientes, como la adopción de una Carta Magna, que nunca ha tenido, y un trato más equitativo de sus minorías étnicas, que constituyen el 24 por ciento de su población. Con apenas 7,900,000 habitantes, Israel exporta $80,000 millones. Y la cifra no incluye ventas de armamentos y diamantes que, según nos dice Roberto Spindel, vicepresidente de la Cámara de Comercio Latinoamericana de Israel, pudieran ser aun mayores. Por todo el país proliferan las señales de una rica y vibrante vida cultural y de una tolerancia de ideas y religiones que contrasta con la cerrazón y el fundamentalismo de sus vecinos musulmanes.

Me marcho de Israel deslumbrado y abrumado a la vez por lo que una de sus mentes más lúcidas, el escritor David Grossman, llama "la sobredosis de historia" que tiene el país. Y convencido de que solo cuando judíos y palestinos se reconozcan mutuamente como víctimas, y no solo como victimarios, podrán trazar las pautas de una convivencia basada en el respeto a la dignidad humana de todos

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