lunes, 27 de junio de 2016

TUMESER- ARI SHAVIT (HAARETZ)comite central israelita

El sueño sionista, 120 años después


Tristemente, por desgracia, no lo está haciendo. Israel ha perdido su brújula. En lugar de avanzar hacia el futuro, se inclina hacia el pasado. En lugar de romper barreras y avanzar, vacila. En lugar de fomentar la armonía, la fraternidad y la lealtad, está sumido en el rencor, los conflictos y la ira. Nuestro ejército es el más fuerte en el Medio Oriente, pero no nos sentimos seguros. Nuestra economía es una de las principales economías del mundo, pero no nos sentimos acomodados. Somos dependientes el uno del otro, pero nos falta la sensación de unidad. Nuestra herencia es una herencia de virtud, pero estamos plagados de prejuicios, xenofobia, odio hacia nosotros mismos y, a veces, incluso racismo. El vínculo fraternal que era el núcleo de la nación se ha roto. La responsabilidad mutua que sentíamos por los demás se ha erosionado. Una creciente brecha económica, junto con la intensificación de fisuras tribales y políticas, ha sumido a Israel en una profunda crisis interna. La república israelí está siendo atacada, la democracia israelí está bajo sitio.

El Estado de Israel fue fundado por hombres y mujeres valientes y resueltos, que reconocieron los peligros de la desunión, la discordia y el desánimo. En las peores situaciones, en las horas más difíciles, no se apartaron del camino. Exudaban confianza en sí mismos y no perdieron la cabeza. Creían en el pueblo judío y en su capacidad de hacer lo imposible. Creían en los israelíes y en su capacidad de tener éxito contra todas las probabilidades. Los padres y madres del sionismo eran muy conscientes del cruel mundo que nos rodea. Y comprendieron que, para sobrevivir en esta región, teníamos que construir una nación poderosa, con una mayoría judía decisiva que pudiera garantizar los derechos nacionales del pueblo judío en un marco democrático. Sabían que debíamos mantener un estado judío democrático incontenible y vigoroso, cuyos valores centrales fueran la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia. Insistían en que debíamos tener la soberanía y la fuerza necesaria para definir y defender nuestras fronteras.

Pero hoy en día, Israel se está alejando más y más de la visión sionista histórica, de la vieja sabiduría sionista. Hoy en día, Israel se está arrastrando hacia un estado binacional, donde los judíos pronto se convertirán en una minoría sin fronteras que nos protejan de nuestros adversarios. La identidad de Israel como nación judía y democrática se está desvaneciendo. Debido a su éxito fenomenal y a su extraordinario poder, muchos de los peligros que alguna vez amenazaron al Estado de Israel han desaparecido. Ya no existe un ejército sirio que pueda invadir los Altos del Golán y amenazar a la Galilea. Ya no existe un ejército egipcio hostil que pueda cruzar el desierto de Sinaí y amenazar al Néguev. No existen misiles iraquíes que puedan llover sobre Tel Aviv y no existe ninguna coalición de ejércitos árabes que pueda maniobrar a través del río Jordán y avanzar hacia Jerusalem. Gracias a las Fuerzas de Defensa de Israel, al servicio de seguridad Shin Bet, al Mossad, a las industrias de defensa y al reactor nuclear de Dimona, nuestra seguridad nunca ha sido más robusta. Gracias a nuestra alianza estratégica con los Estados Unidos y a nuestras alianzas incipientes con China, India y algunos de los estados árabes, nuestra situación diplomática es sólida.

Pero justo cuando pareciera que hemos logrado nuestros objetivos y asegurado nuestra supervivencia, Israel se enfrenta a un nuevo reto existencial, por partida doble: El debilitamiento del Estado-nación y la fragmentación de la sociedad nos desgarran desde el interior, mientras que la invasiva realidad de un estado binacional pone en peligro las bases mismas de nuestro país. Después de soportar innumerables guerras y superar innumerables enemigos, después de hacer tantas maravillas, la indecisión y las luchas internas están poniendo en peligro el futuro del emprendimiento sionista.

El tiempo se está agotando. Si continúa el proceso de los asentamientos, para el año 2025 alrededor de 700.000 colonos vivirán en Judea y Samaria, y ya no será posible separar a Israel de los palestinos. La vida sin separación – la vida en común con los partidarios de Hamas y el Estado Islámico – será, tarde o temprano, insostenible. Si el estancamiento diplomático continúa, en el lapso de una década es probable que la comunidad internacional nos dé la espalda y que Israel se convierta en una nación marginada. Sin inversiones extranjeras y sin exportaciones significativas, la vida pasará a ser miserable y sombría. Con el tiempo, si la brecha interna continúa, los pilares que todavía siguen sosteniendo a nuestra sociedad se desintegrarán, nuestras instituciones estatales se tambalearán y la nacionalidad israelí se desvanecerá. El caos actual que está asolando a nuestros vecinos nos arrollará y destruirá nuestra estabilidad diplomática, tan duramente ganada, y nuestra envidiable calidad de vida. Si continuamos por este camino, en los próximos años ya no tendremos un horizonte de esperanza. La crisis podría ser más grave que cualquiera de las que hemos experimentado desde 1948: olas de terror y sanciones internacionales podrían perfectamente cambiar una nación cuya identidad ha sido destruida, una nación que ha perdido su camino.

¿Debemos perder la esperanza? Por supuesto que no. ¿Debemos desesperarnos? Definitivamente no. Nuestra historia está llena de adversidades: Hemos superado muchísimas dificultades para construir nuestro hogar nacional. Hemos perseverado a través de la persecución, de la humillación y de la degradación, y del desgarrador cataclismo humano del Holocausto. Incluso en medio de la oscura maraña de espinas, no nos dimos por vencidos. Incluso cuando las paredes se derrumbaban sobre nosotros, no nos rendimos. Somos un pueblo firme, tenaz y decidido. Si nos sobrepusimos a los caprichos del pasado, ciertamente podremos superar los desafíos a los que ahora nos enfrentamos. Aunque los nuevos desafíos son existenciales, no son más que nosotros. Aunque la misión es enorme, no es una misión imposible. Si nos unimos, la amenaza binacional puede ser detenida. Tiene que ser detenida. No existe otro camino.

Tanto la derecha como la izquierda han cometido errores. La derecha no siempre ha comprendido que gobernar a otro pueblo es un acto antinacional que pone en peligro a nuestra propia nación. La izquierda no siempre ha comprendido que, en el Oriente Medio militante y fanático, no hay espacio para una paz escandinava. En lugar de enfrentar juntos esta realidad complicada y onerosa, la derecha ha optado por culpar a la izquierda y la izquierda ha optado por culpar a la derecha. El resultado es una debilitante enemistad interna. Y el resultado es que pequeños grupos de extremistas han secuestrado la agenda nacional, tomando el control del gobierno y llevando a Israel hacia el abismo. Pero la mayoría israelí no es tonta, ni tampoco ingenua. Sabe que estamos rodeados de enemigos. Sabe que nuestro poder se deriva de nuestra cohesión, sagacidad y decencia. Rechaza las ideas mesiánicas y los líderes mesiánicos y comprende que no puede permitir que los villanos se hagan cargo de gobernar. La mayoría israelí no quiere la guerra. No quiere aventuras imprudentes o apuestas arriesgadas.

La mayoría israelí ama a Israel y se enorgullece de Israel y quiere que Israel sirva a sus ciudadanos y críe y eduque a sus jóvenes y se ocupe de su futuro. La mayoría israelí quiere una democracia benigna. Por lo tanto, ha llegado la hora de que la mayoría israelí diga no al extremismo, no a la acritud, no a la provocación, no a la política fuera de control. Ha llegado la hora de que la mayoría israelí rechace a esas personas y a esas fuerzas que nos llevan al desastre.

La situación israelí es única. Cuando regresamos a la tierra de nuestros antepasados, nos encontramos en el peor vecindario del mundo, rodeados por el despotismo, el extremismo, el tribalismo y la brutalidad. Resolvimos no ser como nuestros vecinos. En esta región peligrosa, donde otra espantosa catástrofe humana está ocurriendo en este momento, hemos tenido éxito en la creación de un oasis de libertad. Construimos una nación cuyos valores y capacidades no son menos impresionantes que los de los Estados Unidos, Canadá u Holanda. Forjamos una sociedad rica, diversa y creativa que genera más patentes científicas y trae al mundo más niños que cualquier otra sociedad avanzada. Logramos hacer esto porque el individuo israelí cuenta con recursos y es dueño de sí mismo. Pudimos hacer esto porque el espíritu de Israel es audaz, emprendedor e inventivo. Al ser una gran familia – cálida y dinámica – pudimos superar innumerables obstáculos en la búsqueda del milagro israelí. Pero un inmenso problema persiste: la continua degradación de la política israelí, que hace mucho ha dejado de reflejar la cara luminosa, compasiva de la sociedad israelí.

El año 2017 marcará cinco eventos históricos: el 120º aniversario del primer Congreso Sionista, el 100º aniversario de la Declaración Balfour, el 70º aniversario de la resolución de las Naciones Unidas estableciendo un estado judío en la Tierra de Israel, el 50º aniversario de la Guerra de los Seis Días y el 40º aniversario de la reconciliación con Egipto. El primer Congreso Sionista tuvo éxito porque Theodor Herzl tuvo el valor de soñar en grande. La Declaración Balfour fue emitida debido a la combinación de sofisticación diplomática y moralidad universal de Jaim Weizmann. El voto de la ONU fue aprobado – y el Estado de Israel se tornó realidad – porque David Ben Gurion tuvo la visión de combinar la contundencia con la equidad, la firmeza con la sensatez. La Guerra de los Seis Días terminó con una victoria abrumadora porque el ejército de Isaac Rabin fue firme, capaz y mayormente honorable. El acuerdo de paz con Egipto se alcanzó porque el líder liberal nacional Menajem Beguin comprendió que un Israel seguro es mejor que un Israel “más grande”.

Irónicamente, en las últimas décadas, mientras que las circunstancias económicas y militares de Israel han mejorado notablemente, su liderazgo político ha dejado de lado ese espíritu único de Israel que llevó a los impresionantes logros de 1897, 1947, 1967 y 1977. La brecha entre las notables capacidades individuales de Israel – que hacen a la riqueza de su sociedad – y los fracasos de sus caóticos órganos políticos se ha convertido en un abismo intolerable. En los meses previos a 2017, debemos redescubrir el espíritu israelí. No debemos perder la esperanza, hundirnos en el cinismo o caer en la desesperación. Cada familia israelí ha recorrido un largo y arduo camino para llegar a la patria, desde Bagdad y El Cairo, Casablanca y Varsovia, Moscú y Budapest. Todos y cada uno de nosotros hemos invertido muchísimo y recibido otro tanto de este país único que hemos creado. Israel es una tierra de tesoros humanos y filones de buena voluntad aparentemente ilimitados.

Israel es un país pequeño, cuyo pequeño número de personas comprometidas puede hacer una diferencia real, lograr un cambio real. Si nos juntamos, hombro con hombro, podremos salvar el estado judío democrático. Si nos juntamos, hombro con hombro, podremos renovar nuestro sentido de nación, asegurar nuestra soberanía, y, al final, definir nuestras fronteras. Con un cariño y un propósito común, podremos devolver a Israel a su legítimo rol: una nación admirable, tolerante.

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